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Legitimidad y gobernabilidad / Al Sur

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Guillermo Ochoa-Montalvo

Querida Ana Karen, Justo, comía unos tacos de sudadero cuando llega la Vecina a saludarme con un gesto de enojo, diciendo: “No comprendo a la gente. Gane quien gane las elecciones, siempre queda a disgusto, y así, nada se puede construir a futuro. Sin organización ciudadana jamás habrá una participación ciudadana para salir de tanto conflicto que nos agobia…”

Después de escuchar una gran letanía de quejas y reclamos, le repito: —Cuando aprendamos a cambiar la protesta por la propuesta, quizá avancemos.

—Pero, ¿cuál es el problema en organizarnos y participar civilizadamente?

—Es fácil comprenderlo. El Sistema frena la organización y la participación ciudadana porque así conviene a sus intereses; de esa forma mantiene el control sobre la población.

—No te entiendo, explícate.

—Al Sistema le conviene evitar la legitimidad y la gobernabilidad de los gobiernos estatales y municipales porque de esa forma mantiene el control político, económico y social sobre la Nación y los ciudadanos. La democracia es una utopía y las elecciones son como una feria de diversión, regalos y apuestas.

—Si fuese así, entonces, ¿para qué gastar miles de millones de pesos en procesos electorales?, -frunce el ceño y tuerce la boca.

—Porque, si presumes de ser una República federal y demócrata, debes darle “legitimidad” al poder de los gobiernos para mantener el control de la población con eso que llaman “gobernabilidad”, le explico mientras se come sus tacos de tripa.

—En mi opinión el pueblo elige libremente a sus autoridades…

—En realidad, es la cúpula del Poder quien elige a los candidatos a modo e incluso, eligen por cuál partido contendrán. El pueblo sólo vota, no elige. Y vota por algún interés personal, por la ilusión de mejorar su comunidad; pero las más de las veces, vota inducido, cooptado, presionado, intimidado, y hasta sobornado a cambio de dinero, empleo o liderazgos comunitarios.

—Pues no coincido. El pueblo razona su voto y ejerce libremente su derecho a votar y ser votado.

—Te lo explico de esta manera. ¿Con qué porcentaje gana un candidato? 

—Pues depende, a veces con el 30 o hasta con un 38% de la participación ciudadana, algunos hasta por más.

—Eso es cierto, lo que significa que si gana con un 35%, que es el promedio, gobernará con 35 ciudadanos a favor y con 65 en contra. Pero si consideras la lista nominal, es decir, el total de ciudadanos con capacidad para votar, entonces gobernarán con 19 ciudadanos a favor y 81 en contra, porque aún cuando no votan, todos gritan, protestan y exigen.

—Pero ¿qué pasa si un candidato gana con el 60% de votos? Así tendría a la mayoría a su favor para gobernar con tranquilidad y le sería más fácil sumar a los adversarios, ¿o no?, -me dice entusiasmada cuando va por su quinto taco.

—Pues no. Eso jamás lo permitirá el Supremo Poder porque de esa forma perdería su poder para controlar a los alcaldes, gobernadores e incluso al primer mandatario de la República porque hasta él, con todo y su autoritarismo debe obedecer a las presiones del Supremo Poder.

—Insisto, si se diera el caso de que alguien gane por una abrumadora mayoría, ese Supremo Poder, ¿lo permitiría?, -me mira con la esperanza de un niño esperando a los Reyes Magos.

—¡Eso sería la Revolución! Pero no. El Supremo Poder se encarga de impedirlo atomizando el voto con múltiples candidatos, con innumerables “partidos” creados al vapor si es necesario. El caso es que nadie obtenga más del 50% de la lista nominal. Por ello, siempre es la abstención la gran ganadora en los comicios electorales.

—¿Que gana ese Supremo Poder impidiendo que un candidato obtenga la mayoría absoluta?

—Bueno, eso le permite controlar el Poder Legislativo quien dicta las leyes a modo del mandatario; por ello, eligen gente sin experiencia, jóvenes ávidos de poder sin preparación legislativa fácil de ser manipulados para levantar el dedo. Y ahora, también quieren detentar el control absoluto del Poder Judicial fingiendo la elección de Magistrados mediante procesos “democráticos” donde el pueblo los elija. Todos son procesos manipulados desde el Poder Supremo. México siempre ha sido una dictadura. Y sí, antes bastante sutil al ser corporativa; pero hoy, es declaradamente una dictadura y muy dura, por cierto.

—Ya no entendí. Si tú sabes que las elecciones son una farsa, ¿por qué asesoras a candidatos y aspirantes a gobernar?, -me pregunta de forma airada al terminar su cerveza Victoria.

—Yo te pregunto, si aspiras a un cargo ejecutivo en un gran empresa, ¿consultas a los empleados o al Presidente de la empresa? 

—Pues iría con el Director o el Presidente la empresa, ¿cómo para qué consultar a los empleados?

—Así es. La mayoría de los aspirantes “caminan” por sus comunidades brindando apoyos poco confiables para garantizar un voto en vez de garantizar la elegibilidad por parte de la cúpula. Si ellos no te incluyen en la boleta, aunque la gente te ame, simplemente estarás fuera del juego. Pero si le convienes a la cúpula del Poder, entonces, ellos mismos alinearán todo  el proceso para que ganes, o bien, para que le disminuyas votos a quien ellos han elegido como ganador. El secreto radica en saber cómo construir una elegibilidad exitosa con respaldo de las organizaciones de la sociedad civil y la del pueblo; así, hasta el apoyo económico te caerá como del cielo.

—¡Que confuso me parece todo esto! Eso es desolador, -comenta poniendo cara triste, pero se consuela con una cerveza más,

—Los procesos electorales son un juego de ajedrez que demanda estrategias, tácticas y pasión; pero primero, debes aprender sus reglas para construir liderazgos en el tablero que defiendan al Rey y eso requiere tiempo de números, algoritmos y preparación como quien aspira a titularse en alguna carrera profesional. Pero cuidado, siempre deberás combatir la simulación en todos sus niveles. Como sea, toda competencia es una cuestión de amor.

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