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Le herencia maldita / A Estribor

Le herencia maldita / A Estribor
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Juan Carlos Cal y Mayor

La mejor manera de enfrentar un problema es reconocerlo, diagnosticarlo, tener una idea del tamaño del reto que representa, enfrentarlo, resolverlo. No es una cuestión de voluntarismo si esto no conlleva una dosis considerable de realismo. El deseo, muy ponderable, de combatir la corrupción ha llevado al régimen cuatroteísta a estigmatizar todo vestigio del pasado tecnócrata sin considerar la continuidad de acciones y programas que pudieran haber funcionado u obtenido buenos resultados. En esta visión maniquea no hay medias tintas. Hay buenos o malos.
El villano de esta trama es el consabido neoliberalismo. Treinta y seis años de la historia política que comenzaron la privatización de cientos de empresas públicas en el gobierno de Miguel de la Madrid cuyo lema de campaña fue “La renovación moral de la sociedad”. O sea que no es la primera vez que nos quieren impartir clases de moral. Fueron precedidos de dos gobiernos, el de Echeverría y López Portillo, que inundaron de corrupción al país y al mismo tiempo nos llevaron a la peor crisis económica de que se tenga memoria.
La UNAM fue el semillero de esa clase política. Ahí se formaban los próceres edificadores del estado postrevolucionario, paternalista y benefactor. De ahí provino después una generación de jóvenes educados en las mejores universidades del extranjero. Un parteaguas del que regresaron con ideas liberalizadoras acordes con un entorno internacional que presagiaba el fin de socialismo. Ese que fue un modelo económico fracasado que multiplicó a pobreza. Una coartada bajo la oz y el martillo para sostener la dictadura asesina de Stalin, el fratricidio de Mao, la caricatura Cubana que sirvió de cuña al régimen soviético contra el imperialismo yanqui. La falacia de una sociedad igualitaria oprimida por un élite burocrática, corrupta y oligarca como las de ahora en Venezuela o Nicaragua. Millones de muertos como saldo de esa fabrica de sueños diluidos por la miseria.
Pero todo se derrumbó con el muro de Berlín y la Perestroika. China transitó del comunismo al capitalismo autoritario. Con ello el fin de la historia que presagió Fukuyama. Un pasado del que ya no queda más herencia que gobiernos autócratas exitosos en adoptar el libre mercado y su inclusión en la globalización.

En México los jóvenes tecnócratas heredaron el poder, pero no las ideas trasnochadas que aletargaban el crecimiento y el desarrollo del país. De ahí la ruptura del Frente Democrático inspiración de quienes no encontraban acomodo en esa nueva visión del país. Ahí encontraron acomodo en la conformación de un bloque de izquierdas quienes creen que el estado y sus poderes son la santísima trinidad protectora de los desposeídos. Aquellos elegidos que piensan que el gobernado es un ente colectivo, un rebaño que necesita pastor.

Con la reforma política se desarrolló la pluralidad. Una incipiente democracia permitió la alternancia, el equilibrio y una  relativa autonomía de poderes. Y se creyó que la democracia resolvería por si sola la desigualdad y los problemas sociales. El año 2000 trajo consigo la alternancia en la presidencia de la República. Pero se gobernó con un contrapeso efectivo que obstruyó sistemáticamente las llamadas reformas estructurales. México se estancó en sus procesos de modernización. En contraparte se garantizó la autonomía del Banco de México, se estabilizó la moneda, se controló la inflación. El TLC multiplicó el intercambio comercial y fortaleció nuestra economía. Creció la clase media, pero persistió la desigualdad producto de la continuidad de políticas asistencialistas y un crecimiento exponencial de la población. En 25 años pasamos de 80 a 130 millones y así no se puede.

El gobierno peñanietista significó la hecatombe. La crisis de desconfianza y credibilidad que nos regresa ahora a revivir un pasado populista con resultados fallidos. Recetas económicas obsoletas y   comprobada ineficacia. Otra vez el país de caudillos que no aprende de su historia.  Otra vez nosotros los ciudadanos como conejillos de indias de quienes creen que por decreto y buenas intenciones se puede superar la pobreza.

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