Guillermo Ochoa-Montalvo
Querida Ana Karen,
Dice el refrán popular: “no son todos los que están, ni están todos los que son”. Sin importar la gravedad del delito o la peligrosidad del delincuente, la pérdida de libertad se sufre desde el interior de cada ser humano por ser ésta, lo más valioso que tenemos en vida. Los poderosos pueden evadir la justicia, pero como sea vivirán purgando sus culpan en su mente, perdiendo el sueño y la paz de su corazón. Los inocentes purgarán sentencias más por carecer de recursos para enfrentar un juicio que por verdadera culpabilidad. Así es nuestro sistema de justicia: injusto, selectivo y corrupto.
De ello, nos da cuenta José Revueltas en su obra “El Apando” y entre muchos otros, el PADRE JOEL PADRÓN GONZÁLEZ quien, en su libro DESDE LA CÁRCEL, narra con lujo de detalle sus días en el penal de “Cerro Hueco” en la capital chiapaneca, al ser acusado de 9 delitos federales tan absurdos como su detención en Simojovel en el año de 1991.
El reporte de Amnistía Internacional lo resumió así: “Amnistía Internacional siente preocupación por los informes sobre la detención del padre Joel Padrón González, párroco de San Antonio de Padua en Simojovel, en la diócesis de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas. El padre Padrón, de 52 años, fue detenido en su casa en la ciudad de Simojovel el día 18 de septiembre de 1991, hacia las 2:30 de la tarde, por cuatro miembros armados de la policía judicial del estado que vestían ropas de civil. No se identificaron ni presentaron ninguna orden de detención. Le obligaron a subir a un camión y lo llevaron a Tuxtla Gutiérrez, capital del estado de Chiapas; una vez allí, lo llevaron a la prisión de Cerro Hueco. Le acusaron de una serie de delitos, entre ellos robo, hurto, conspiración, asociación ilegal y posesión de armas, en relación con la ocupación de parcelas de terreno en Simojovel, el 12 de septiembre de 1991.”
Amnistía Internacional anotó: el padre Joel Padrón González ha sido detenido arbitrariamente y acusado en falso de delitos relacionados con una ocupación de tierras que tuvo lugar el 12 de septiembre de 1991, y pide su libertad inmediata e incondicional. Amnistía Internacional siente además preocupación por las noticias sobre las irregularidades en los procedimientos en su contra, incluida su detención sin orden judicial por hombres armados sin identificar, y pide que se investigue a fondo el incidente”.
Aunque le fueron retirados los cargo de delitos federales, quedaron dos del fuero común suficientes para abrirle las puertas del infierno, en su caso en Cerro Hueco, nada distinto a cualquier otro reclusorio en México.
LA CÁRCEL: UN ESTADO DENTRO DEL ESTADO
Quien haya atravesado por una detención conoce ese submundo con reglas propias que es la cárcel, de sus clases sociales, de la doble moral que reproduce y de su economía cautiva, para concluir reflexionando sobre los aprendizajes a nivel social y personal que intenta rescatar del naufragio. En la cárcel aprenden a tenerle respeto a los violentos, prepotentes y poderosos.
La detención violenta con exagerado uso de la fuerza; la intimidación con gritos, majaderías, insultos, amenaza; las esposas, todo un símbolo de la pérdida de libertad; el ingreso al médico forense y la forma de “ficharlos” como delincuentes posando para las fotografías con sus huellas digitales sobre el tarjetón que será en adelante, un estigma en sus vidas. Todo ello es común en cualquier cárcel porque trátese de un delincuente real o uno inocente, todos son vejados en su dignidad y elementales derechos humanos.
Seguramente, para una inmensa mayoría de los mexicanos, las cárceles forman parte de capítulos negados de nuestra realidad social. No creemos que en los días de visita se formen largas colas con los familiares de los internos, quienes desde las 4 de la mañana (4 veces por semana), inician con enorme paciencia el ineficiente proceso de registro para lograr visitar a sus seres queridos. Tampoco nos podemos imaginar que en un solo Reclusorio exista el doble de internos hacinados en instalaciones, diseñadas para la mitad de esa población.
Después de cumplir la rutina de ingreso (retirar cintas de zapatos, eliminar corbatas y cinturones -lo anterior “por que muchos se suicidan”-, de que les roben los calcetines y les recorten a tijeretazos los pantalones; el interno intenta acomodarse en un pasillo o una celda fría que tiene un costo y que comparten con otros internos. Algunos son viejos clientes de la cárcel. Esta es una de las primeras sorpresas: hay reclusos reincidentes que prefieren vivir dentro de estas cuatro paredes, que enfrentar la vida, allá afuera.
Son noches llenas de fantasmas, ruidos y un helado sentimiento de impotencia e incertidumbre, Así será cada noche. Pasar lista en los patios es otra parte del protocolo que deben cumplir puntualmente para evitar castigos. Junto con un grupo de recién ingresados se forma en un patio, hasta que escucha su nombre. Sus compañeros se cubren con cobijas y los novatos (grupo al que pertenece), asustados reciben órdenes que los dejan perplejos: “busquen en los tambos de basura algún envase de refresco, córtenlo a la mitad para que reciban su primer rancho”: un guisado aguado y un bolillo, que comió con los dedos.
El edificio sucio, con celdas cubiertas por cobijas y cartones, y con una población formada en una parte importante, por reclusos con facultades mentales limitadas. Los robos de cobijas, cubetas, pastas de dientes, zapatos, es cosa de todos los días. La transferencia de dinero al 20% de comisión dejan sin oportunidades a los más pobres. Los custodios en ocasiones protegen a reclusos de otras áreas, para que realicen robos “express”. En otros momentos, “siembran” drogas entre los nuevos reclusos, buscando amedrentarlos y sacarles dinero para “no consignarlos por posesión de drogas”. Poco a poco se comienzan a conocer las reglas no escritas, que mantienen el frágil equilibrio social de este inmundo lugar.
Las noches se llenan de gritos de dolor, de rabia, cuando no de inspecciones o “rondines” sorpresa de los custodios que se dedican a recoger las televisiones y los radios… que ellos mismos rentan a los internos. Otras noches, hacen uso de sus maravillosos perros para amedrentar a los internos, golpearlos y humillarlos.
La ley del dinero, es la principal. Quienes tienen abundantes recursos económicos puede sufragar comodidades fuera del reglamento. La ley del más fuerte también impera como principio social no escrito, vivido día a día. Sólo algunos, por su empatía, prestigio profesional o algún otro atributo, pueden generar espacios de cierto respeto entre los custodios y la población a partir de su trabajo.
Dentro de este infierno conviven dos grupos: el institucional conformado por los Comandantes de custodios, los custodios y los técnicos penitenciarios.y el de los internos donde identifican a distinguen a los “padrinos”, las “mamás”, los “sin esperanza”, los “monstruos”… y “el resto del mundo.
El sistema en México está lejos de ser de reinserción social o readaptación; es un sistema penitenciario donde el castigo inicia con la detención y nunca terminará porque el estigma social siempre los alcanzará. La dolorosa corruptibilidad del sistema jurídico mexicano. Gracias al dinero o al poder, se pueden fabricar procesos con la complicidad de Ministerios Públicos y Jueces. Unos cuantos pesos, sirven para asegurar que un Juez consigne y los Policías Judiciales cumplan con la orden de arresto.
El libro del padre Joel Padrón deja las huellas del infierno y una proclama para enfrentar la lucha que como ciudadanos debemos emprender es contra los demonios para lograr un país justo, apegado al estado de derecho y al respeto a los derechos humanos como una cuestión de amor.