Guillermo Ochoa-Montalvo
Mujeres y hombres acuden al hostal de Francisco para depositar sus cartas junto con algunas monedas que contribuyen a la comida diaria de Napo. Lo único valioso del Hostal de Paco es la biblioteca acuñada por sus padres, quienes fueron en vida, maestros rurales de esa pequeña comunidad adonde las noticias llegan antes de suceder.
Napo, es un viejo locutor octogenario, abandonado y olvidado. Tuvo su época de gloria en los años 50 y 60 narrando historias en la radio haciendo voces femeninas o masculinas, de chicos y ancianos con magistral talento, además de producir los efectos sonoros para crear los ambientes adecuados a cada relato.
A Zenaida se le ocurrió la idea de ayudar al desvalido Napo cuando le pidió escribir una carta para su hijo radicado en los Estados Unidos a cambio de pagarle la comida en el Hostal. Aquella fue una extensa carta relatando la vida cotidiana del pueblo y su gente. En ella, describía con lujo de detalle los paisajes pintorescos de los alrededores convirtiendo cada hoja en una pintura tan realista que a través de sus poéticas palabras, podrían escucharse los sonidos de la Naturaleza y las voces de la gente con las expresiones de sus rostros.
La habilidad dormida de Napo despertó la admiración de las personas a quienes Zenaida les compartía la carta tan elocuente que, cualquiera podía percibirla como quien presencia una película a todo color.
Cuando la carta llegó a manos del encargado de la radio, se le ocurrió la idea de invitar a Napo para contar historias en vez de llenar todo el tiempo con música a falta de presupuesto para realizar otro tipo de programas.
Desde la emisión de las tres de la tarde, Napo invitó a la gente a escribir cartas que él leería y quizá, comentaría algunas. Zenaida propuso entregar las cartas en el hostal junto con un donativo para las comidas de Napo. A esa hora, la gente sintonizaba la radio atenta a escuchar las cartas anónimas, otras,con seudónimo y muy pocas firmadas con el nombre verdadero que Napo se encargaba de adornar y corregir sin perder el sentido original del texto.
< Querida Margarita, soy Fausto, no dejaré de insistir; te veré en el parque esta tarde>, decía una carta. Otra decía: <Braulia, usted es el temblor de mi corazón. Verla caminar con su esposo, es algo doloroso; verla besarse con su amante, es mucho más doloroso, pero lo que en verdad me mata es pasar frente a usted cada mañana y ni siquiera una mirada me regala.>. Una tercera carta rezaba así: <Sabes quien soy. Aquél día de nuestra despedida todo cambió; soltamos lo que nos hacía daño, nos alejamos de los días grises; de la rutina y el cansancio de la nada. Me alegró la noticia de saberte casada con alguien distinto a mí. Sé que vives feliz cerca de este pueblo y que pronto serás madre como siempre lo quisiste. Tu alegría me hace feliz. La distancia no apaga mi amor por ti, pero reconozco que no todos quienes se aman, pueden vivir juntos. Sigue tu camino y tal vez, algún día nos encontremos para darnos la mano>.
Tras las lecturas, Napo comentaba las cartas haciendo referencia a algunos libros de la biblioteca de Francisco o recordando algunas anécdotas del pueblo desconocidas para la mayoría. La gente se mantenía atenta a la Lectura de las tres de la tarde, tratando de adivinar quiénes podrían ser los destinatarios y remitentes de los cientos de cartas depositadas en el Hostal.
La voz grave, varonil, dulce y bien templada de Napo se escuchaba hablando del amor de Fausto por Margarita y su pacto con Mefistófeles a propósito de la carta leída. Para la segunda y tercera carta, hacía referencia a los amores desdeñados por Lou Andreas Salomé y a los poemas que Rilke le dedicó.
—Les leeré algo sobre estos personajes y ustedes pueden leer sus obras en la biblioteca del Hostal, -le invitaba Napo motivando su curiosidad. Escuchen: <La filósofa rusa Lou Andreas Salomé inspiró las obras de Rainer María Rilke, Federico Nietzsche y Sigmund Freud con quienes mantuvo una estrecha relación intelectual como íntima. Les recomiendo que lean el libro “Rusia con Rainer” de Roberto Bravo. Aquí descubrirán los grandes chismes de aquellos amores.
Las palabras de Napo eran una caricia a los oídos y una tormenta a la imaginación.
—En su obra “Mirada retrospectiva, Lou Andreas Salomé escribe: <Si durante años fui tu mujer, fue porque tú fuiste para mí una realidad que descubría por primera vez: cuerpo y alma, indiferenciables de cualquier otra. Palabra por palabra habría podido confesarte lo que tú me dijiste al confesar tu amor: «Sólo tú eres real». Así nos convertimos en esposos aun antes de habernos hecho amigos, y nuestra amistad apenas si fue elegida, sino que vino de bodas igualmente subterráneas. No se buscaban en nosotros dos mitades: nos reconocimos, con un escalofrío, en la abrumadora totalidad. Y así fuimos hermanos, pero como de tiempos remotos, antes de que el incesto se convirtiera en sacrilegio>, -Napo hizo una larga pausa, antes de continuar.
—No se me ocurre mejor muerte para un poeta, si es que hay muertes buenas, que la producida por pincharse con la espina de una rosa. Rilke estaba haciendo un ramo de flores para ofrecérselo a una amiga. La herida se infectó y le acabó produciendo una septicemia. Después de su muerte se descubrió que tenía leucemia. En su obra literaria la muerte, la de los demás y la suya propia, siempre ocupó un lugar central. Pongan atención a este poema de Rilke antes de continuar con otras cartas, -dice Napo.
<< Finalmente ya no nos necesitan, los que partieron
temprano, uno se desteta dulcemente de lo terrestre,
como uno se emancipa con ternura de los senos de la madre.
Pero nosotros, que necesitamos tan grandes secretos,
nosotros que tan frecuentemente obtenemos del duelo
progresos dichosos, ¿podríamos existir sin ellos? >>.
La voz de Napo, suena en las radios del pueblo, su voz resuena grave, pausada y dulce. Cada palabra es una caricia. Cada tarde, agradece las cartas que le permiten comer en el hostal.
—Por último, voy a leer la carta de Gertrudis: <Querido Napo, soy la que fui amándote en secreto…
Napo hace una nueva pausa, esta vez, más larga que la anterior sorprendido con el contenido de esta carta, pero decide continuar.
—Disculpen ustedes, a mis 85 años, la voz me traiciona. Este texto de Gertrudis dice así: <Querido Napo, soy la que fui, la que te amó en secreto; soy la mujer madura, 30 años más joven que tú; la mujer que sigue amándote; la mujer que desdeñó a todos los hombres por mantenerte en mi almohada con la ilusión de verte despertar a mi lado alguna mañana de verano; soy aquella que dejaba una canasta llena de frutas al umbral de tu casa; soy la que escuchaba tu voz cada día a las tres de la tarde… seré, la que al cortar una rosa, se espine la mano. Tuya, Gertrudis”.
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