Antonio Cruz Coutiño
Cuando el mundo sea destruido
Cuando venga el día del juicio y el mundo sea destruido… Hachäkyum cortará las cabezas de sus criaturas, para determinar sus valores personales. Las mujeres encinta o en período de menstruación serán inmediatamente eliminadas debido a su sangre contaminada. [Por esta razón] durante la ceremonia de renovación de los incensarios, los maridos de [las mujeres que menstrúan] no están autorizados a participar, pues se cree que también están contaminados.
Cuando eso suceda Hachäkyum dará una orden a su yerno Akinchob, [Señor] del maíz, para que reúna a todos los hombres y a todos los animales y los encierre en un barco. Todas las criaturas, incluso las serpientes. Akinchob guardará las semillas de todos los árboles en su casa, y después vendrá el [Señor] del viento y echará abajo todos los árboles. Después lloverá y las lluvias lo cubrirán todo.
Al cabo de diez años, el barco descenderá lentamente hasta Palenque, donde Hachäkyum volverá a crear el mundo. Surgirán entonces del barco, la gente verdadera [los lacandones] y los ts’ul [los extranjeros], y también los animales. Akinchob plantará las semillas, y los árboles y las flores reaparecerán. Y la selva estará llena de vida. Entonces, elevaremos nuevamente nuestras plegarias a Hachäkyum y beberemos balché. Prepararemos tamales y pozol en su honor, y quemaremos copal en nuestros incensarios y una vez más, él se sentirá satisfecho de sus hijos.
Los primeros hombres blancos
Los lacandones creen que Hachäkyum y su esposa crearon originariamente [personas] de piel blanca y cabellos rizados, con barbas rojas o azules. Los formaron originalmente de arena y barro, [aunque] sus dientes los hicieron con granos de maíz. Sin embargo, tiempo después, fue Kisín, el maligno, quien estropeó los cuerpos, oscureció la piel de los hombres y sus cabellos, con una pequeña estaca. Esto sucedió en el momento en que Hachäkyum estaba de espaldas.
El jaguar y la mujer
El jaguar, que en realidad es [una deidad] menor, no muere cuando la mujer le corta la cabeza. En medio de la noche se levanta y vuelve a poner en su sitio su cabeza y sale en busca del hijo pequeño de la mujer. Pero la mujer ha ocultado al niño en un recipiente lleno de chile, para que el jaguar no pueda encontrarlo, por medio de su olfato. La mujer trepa después a un [árbol de] zapote y empieza a arrojar frutos verdes al jaguar… El jaguar, entonces, se come a la mujer.
[Alguien] que ha estado escuchando el relato atentamente, recuerda a Chan K’in que ha pasado por alto un pasaje de [la historia] en que la mujer corta las garras al jaguar.
—Pero si el jaguar se come a la mujer —dice el pequeño K’in.
—No. No la come —le corrige—. Le corta las garras antes de que pueda comerla.
[Sí, sí.] La mujer no es devorada por el jaguar sino tan solo atontada. Ella es una experta tejedora, de modo que cuando el jaguar se lanza tras ella y la persigue, trepando por el zapote, ella le corta las garras delanteras con su lanzadera. El jaguar cae al suelo, [se pone a] lamer sus garras heridas, y espera a la mañana siguiente… Akinchob, yerno de Hachäkyum, [divinidad] protectora del hombre, toma cartas en el asunto y es enviado por su suegro, a poner orden en lo que está sucediendo. Ayuda a la mujer a descender del árbol y ordena al jaguar que ya no siga comiendo seres humanos puesto que son las criaturas favoritas de Hachäkyum.
La mujer que se defiende con la lanzadera es la diosa luna Akna’. [Quien] durante [los] eclipses, los dioses —Hachäkyum, Akinchob y T’uup, el guardián del sol— no saben lo que le ocurre, porque el rostro de [la luna] está oculto. Corresponde a los lacandones la tarea y el deber de elevar ofrendas y rezarle, tan pronto como comienza el eclipse, para que los tres dioses acudan a defender a Akna’ de los jaguares. Si los lacandones se muestran reticentes a la hora de rezar y no alertan a los dioses del peligro que corre, [ella] no se mostrará muy dispuesta cuando se le pida que ayude a una mujer que sufre un parto difícil.