Sr. López
Usted ya conoce a Pepe, el más impresentable primo que tenerse pueda, héroe de este menda en su infancia (es siete años mayor); hacía todo lo que su texto servidor no podía ni se atrevía… y siempre se salía con la suya. También le he contado que una vez le pedí me enseñara a mentir, disciplina en la que era maestro y de bote pronto contestó: -Tú no digas mentiras, eres muy bobo (él dijo algo que rima con azulejo) –cuánta razón tenía: para mentir es requisito ser inteligente, de preferencia, muy inteligente.
En política se miente. Los políticos mienten. La mentira es inevitable en el ejercicio de ese oficio. Sí. Y en política, la mentira a veces es virtuosa si se miente en beneficio de la sociedad, como cuando en plena Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill, retador, alardeaba en sus discursos transmitidos por radio, sobre el invencible potencial militar de la Gran Bretaña (sabiendo que no era cierto, que estaban casi en estado de indefensión), para amedrentar a los nazis y hacerlos pensar dos veces si se animaban a invadir a la Pérfida Albión… y lo logró, Hitler reculó y dejó en paz su idea de enviar a sus ejércitos a la Gran Bretaña.
Fuera de ese supuesto, la mentira siempre es inmoral y siéndolo, las hay obligatorias, a menos que usted piense que es bueno y hace bien, ‘sincerarse’ con la esposa y contarle sus extramatrimoniales andanzas genito-urinarias, lastimándola en vez de corregir su conducta, calladito.
Ahora bien, siendo inmoral mentir, todos los tenochcas plenamente destetados, sabemos que hay una cierta ralea de políticos que no son muy escrupulosos ni le hacen ascos a lo indecente, deshonesto, indecoroso ni a lo ilícito. Aquí y en el todo el mundo, logran infiltrarse en la vida pública, verdaderos batracios morales, sapos intragables que consiguen presentarse ante la sociedad como príncipes de cuento de hadas… hasta que son descubiertos como siempre sucede, tarde o temprano.
El verdadero político, por tanto, sabe y está preparado para decir mentiras cuando sean indispensables para el bien de su nación pero no le gusta mentir ni lo prefiere.
El verdadero político debe ser y suele ser inteligente, muy inteligente, porque ejerce el oficio más difícil de todos, pues su materia de trabajo es la gente… y ya sabe usted como somos los humanos, no solo cada cabeza es un mundo, sino que hay cabezas vacías (que no son tan pocas, no sea optimista).
Encima, el verdadero político lo sepa o no, cuenta en su instrumental habitual de trabajo con las virtudes antes llamadas cardinales: justicia, prudencia, fortaleza y templanza, de las que se habla tan poco por regatearle méritos a los inmensos filósofos y teólogos católicos (Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Gregorio Magno), y por ignorancia, porque antes disertaron sobre esas virtudes indispensables para la cosa pública, Platón (en ‘La República’), Cicerón (en ‘De officiis’, ‘De los oficios’, entendidos como deberes); Marco Aurelio (en ‘Meditaciones’), y este era emperador de Roma y lo escribió para orientar al gobernante hacia el gobierno perfecto, poquita cosa. Y antes que todos esos caballeros, aparecen explícitamente en la Biblia (en el libro De la Sabiduría, en 8,7, donde, para que no batalle, dice: “Si amas la justicia, los frutos de la sabiduría son las virtudes, porque ella (la justicia) enseña la templanza y la prudencia y la fortaleza, las virtudes más provechosas para los hombres en la vida”). Y ciertamente, esas cuatro virtudes se quiera o no, son indispensables para que el político lo sea a cabalidad (y también la persona común, no nos hagamos).
Así las cosas y como es muy difícil saber de antemano si un político es inteligente y cuenta con las virtudes indispensables para ejercer aceptablemente bien su oficio, hay un detector infalible: que sea mentiroso, que lo sea con descaro… o que hable mucho. No falla. El político profesional gradúa, administra con cuidado su discurso, porque hablar de todo, todo el tiempo, lo orillará a mentir y cada mentira exige otra, hasta caer en el descrédito… y cuando se devalúa la palabra de un político, se devalúa él. La palabra es su principal herramienta de trabajo y un político sin palabra, no sirve para nada pues la gente percibe que no tiene el hábito de actuar bien.
En este sexenio de gobierno federal, el país se debate en un huracán de mentiras, un vendaval de engaños. La mentira al principio tiene la ventaja de ser simple (lo complicado es la realidad), y el político mendaz dice lo que de antemano sabe que la gente quiere oír, sencillito, con el gravísimo inconveniente de que para mantener la coherencia del discurso mentiroso de deben decir más mentiras y estas acaban por ser el fundamento de decisiones que resultan desastrosas al ser acciones derivadas de irrealidades, de mentiras.
Así es que ahora contemplamos la catarata de falsedades que se esgrimen contra el Poder Judicial de la Federación. Y no tiene escapatoria el Presidente, ha mentido tanto que no hay marcha atrás y se conforma con mantener la fantasía de que hay un Poder federal enemigo del pueblo.
En la misma dirección está otra enorme mentira: que son de seguridad nacional sus obras egipciacas (faraónicas), y que hasta dentro de 20 años podremos saber cómo se gastó esa descomunal cantidad de dinero: refinería Dos Bocas, 360 mil millones de pesos (mdp); Trenecito Maya, 480 mil mdp; aeropuerto Felipe Ángeles, 408 mil mdp (77 mil mdp, más lo que costó cancelar el de Texcoco, 331 mil mdp, datos de la Auditoría Superior de la Federación), nada más esos chistes nos costaron un millón de millones 248 mil millones de pesos (1’’248,000’000,000.00)… y no se pueden auditar porque son de seguridad nacional. ¡Sí, Chucha!
Olvida esta caterva que la mentira oficial es perecedera y tiene fecha de caducidad, el lunes 30 de septiembre de 2024. No se pueden desaparecer todos los documentos, evaporar todos los indicios, eliminar a todos los involucrados.
Ni los peores totalitarismos ni dictaduras han sido inmunes a la verdad.