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La Rompecatres / La Feria

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Sr. López

Tía Lulú era una de esas señoras con las que no hay manera de aburrirse, simpática y siempre de buen humor, parecidísima a doña Borola T. de Burrón, alta, güera y con cuerpo de manguera, que encima era cariñosa y muy consentidora. No había niño en la familia que no se pusiera contento de ir a visitarla (aunque no cocinaba muy bien, sino, más bien, horrible), pero no importaba: una tarde en su casa era siempre una tarde muy divertida. La Jefa de Disciplina y Administración del campo de entrenamiento en que fue domesticado su texto servidor (mamá le decían los otros niños), y todas las demás de toda la familia, decían: -“Lulú está loca” –y aunque daba coraje que la calificaran de esa manera, era cierto porque tenía una peculiaridad, algo que aún siendo niño se daba uno cuenta que no estaba del todo bien: le pagaba a sus hijos para que la obedecieran. Sí: lavarse las manos para comer, 20 centavos por cabeza; terminarse la sopa, otros 20; la tarea de la escuela, a peso por cabeza; lavarse los dientes, 50 centavos; hacer un mandado… bueno, dependía del peso de la mercancía, porque le regateaban. Así llevaba la fiesta en paz, pero los hijos crecieron, los problemas llegaron y nada se arreglaba con dinero. Ya viejita se bebía su llanto.

 

Ayer se supo que el INE (Instituto Nacional Electoral, antes IFE), va a solicitar a Hacienda que incluya en el proyecto de presupuesto de egresos del próximo año, la bonita cantidad de 25 mil millones y pico de pesos, para su gasto ordinario y para la planeación y desarrollo de los comicios de 2018 (es que es harta chamba), distribuidos de la siguiente manera:

 

7 mil 700 millones (números redondos) para organizar las elecciones en 30 estados, renovar cámaras de senadores y diputados federales y recambio de Presidente de la república (le digo: es que es harta chamba); 6 mil millones para los partidos políticos nacionales, las nueve nobles instituciones dedicadas a servir a la nación las 24 horas del día de los siete días de la semana (24-7 como escriben ahora los imita yanquis); 345 millones “para el fortalecimiento de la confianza y la participación ciudadana” (¡bien!, ¡sí!, que nos vitaminen, que nos pongan fuertotes y nos apliquen transfusiones de participación ciudadana: que cada ciudadano sea un Pancho Pantera del civismo-electoral); y 283 millones  para la credencial de elector (que es lo único que no necesita defensa).

 

Obviamente ya saltaron sobre sus respectivos teclados varios de los comentaristas más rumbosos: ¡es un dineral!… ¡qué cara nos sale la democracia!… Bueno, si es caro o barato está por verse.

 

(Este párrafo puede saltárselo… lo que es más: le recomiendo que se lo salte). El financiamiento público de los partidos está claramente regulado en el artículo 41, párrafo segundo, Base II, de la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales (LGIPE), por ejemplo: para las actividades ordinarias de los partidos el monto se fija anualmente, multiplicando el número total de ciudadanos inscritos en el padrón electoral por el sesenta y cinco por ciento del valor diario de la Unidad de Medida y Actualización (antes salario mínimo). El treinta por ciento de la cantidad que resulte de acuerdo a lo señalado anteriormente, se distribuirá entre los partidos políticos en forma igualitaria y el setenta por ciento restante de acuerdo con el porcentaje de votos que hubieren obtenido en la elección de diputados inmediata anterior. Y se le quita el número que pensó… clarísimo.

 

Decíamos que si es caro o barato está por verse: no es caro un carro de lujo si dura 50 años sin descomponerse y consume medio litro de gasolina cada mil kilómetros. Pero el lote de carcachas que son nuestros desprestigiados partidos políticos, la permanente sospecha que tiñe nuestros procesos electorales y la ruina ética que son nuestro INE, Trife y adefesios estatales que los acompañan… regalados, son carísimos.

 

No se trata de comparar a cuántas tomas de agua potable, aulas o trasplantes de corazón, equivalen los 25 mil millones, ni si con ese dinero le pagamos los estudios de doctorado en Londres y París, a todos los estudiantes tenochcas: se trata de que si después de 20 años de invertir montañas de dinero, el resultado fueran partidos políticos más decentes que una novicia del Verbo Encarnado, elecciones envidia de Suecia y Suiza, instituciones electorales más confiables que la Santísima Trinidad, hubiera sido dinero muy bien gastado, una magnífica inversión que nos garantizaría a todos, tener gobiernos decentes (no perfectos, nomás decentes),de gente decente (no perfecta, nomás decente)… pero, no, lo que hemos comprado con esa brutal hemorragia de dinero de todos nosotros, es una selecta colección de alimañas de drenaje (aplican restricciones: también hay políticos derechos y correctos), en el albañal que es nuestra democracia electoral de billetazos, compadrazgos y arreglos en lo más oscurito de la política mexicana (que en anatomía corresponde a la mera salidita del sistema digestivo). Encima -no se le olvide-, gastan muchísimo más dinero.

 

Nuestros políticos y elecciones reciben del erario, más lo que roban al erario para sus campañas, más lo que reciben de particulares (derecho), más lo que reciben de particulares (chueco), más lo que algunos reciben de la delincuencia organizada.

 

Aparte de todo: también reciben dinero de empresas extranjeras, grandes consorcios, proveedores y contratistas.

 

Y a fin de cuentas, no conseguimos tener una vida política presentable (no decente, no, nomás que no diera pena ajena).

 

No admira casi nada de los EUA este junta palabras (le consta), pero algunas cosas sí, en particular cuánto dinero público gastan en sus partidos políticos: cero; y cuánto le dan a los candidatos a representantes y senadores, para sus campañas: cero. Solo hay financiamiento con dinero público para la campaña presidencial (¡muy vigilado!).

 

Todo les copiamos ¿por qué eso no?… total ¿qué, otro cliente?, ¡échenlo!, diría la Rompecatres.

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