Juan Carlos Cal y Mayor
Carlos Pereyra, diplomático e historiador mexicano, escribió hace más de un siglo un libro que hoy resulta más vigente que nunca: La obra de España en América (1920). En su prólogo advierte que ningún proceso histórico protagonizado por nación alguna ha sufrido deformaciones tan grotescas como el del Imperio español. Durante siglos ha predominado una imagen caricaturesca —cuando no enteramente falsa— de una empresa gigantesca, multisecular y transoceánica. Y, sin embargo, advertía Pereyra, muchos “sabios” seguían repitiendo tópicos sin fundamento, veredictos ridículos y simplificaciones insultantes sobre una realidad histórica enorme y compleja.
HUMBOLDT, TESTIGO PRESENCIAL
Pereyra cita una y otra vez a Alexander von Humboldt, el sabio alemán que recorrió la América española a inicios del siglo XIX. Sus observaciones desmienten por completo el mito del atraso o del oscurantismo. Humboldt describe ciudades florecientes —México, La Habana, Lima, Bogotá, Quito, Caracas— llenas de universidades fundadas desde el siglo XVI y de instituciones dedicadas a las ciencias naturales, a la botánica, a la astronomía y a la ingeniería. Lo sorprendente, decía, era que en Europa siguiera circulando la idea absurda de una América hispana hundida en la ignorancia.
EL “GENOCIDIO” QUE NUNCA OCURRIÓ
Uno de los prejuicios más difundidos entre las élites ilustradas europeas era el supuesto exterminio de la población indígena. Humboldt lo desmiente categóricamente: en la Nueva España del siglo XVIII había más indígenas que en tiempos de la conquista. Se trató de una población robusta, protegida por una legislación que les garantizaba tierras, justicia propia, exención de tributos en muchos casos y libertad personal. Curioso genocidio: el único en la historia donde la población crece.
El propio Humboldt verificó que las minas no funcionaban con mano de obra esclava, y que las condiciones de los trabajadores indígenas del campo, siendo duras, eran en muchos aspectos mejores que las de los campesinos europeos. Muchos prejuicios simplemente se desmoronaban al contacto con los hechos.
ANGLOSAJONES Y ESPAÑOLES: DOS MODELOS, DOS RESULTADOS
Pereyra, que conocía bien Estados Unidos por su labor diplomática, establece comparaciones que hoy resultan incómodas para quienes insisten en la superioridad moral del mundo anglosajón. No hubo en la América española una política de exterminio indígena sistemática como la que caracterizó a las colonias inglesas. Quien lo dude, que muestre una Real Cédula ordenando aniquilar naciones enteras. No la encontrará. En cambio, hallará un océano de leyes, ordenanzas y cédulas de protección, tutela y evangelización.
En materia religiosa, la diferencia es aún más llamativa. Mientras en Norteamérica proliferaron las persecuciones, las hogueras y los tribunales puritanos —con un número de víctimas muy superior al de la inquisición española—, en la América hispana predominó un clima de integración cultural y moral que permitió la construcción de sociedades mestizas, cohesionadas por la fe católica.
LA HISTORIA QUE SE NIEGA A MORIR
La paradoja es que, a pesar de las pruebas, el prejuicio persiste. Se sigue hablando de genocidio, oscurantismo o atraso con la misma ligereza con que lo hacía cierta ilustración europea del siglo XVIII. Y, sin embargo, tanto Pereyra como Humboldt demostraron que la realidad fue otra: universidades, imprentas, colegios, ciencia, legislación protectora y un mestizaje que dio origen a un continente nuevo.
La leyenda negra sobrevivió no porque fuera cierta, sino porque resultaba útil para quienes necesitaban un relato de superioridad moral. Hoy, cuando las identidades se vuelven campo de batalla, conviene volver a estas voces que vieron, estudiaron y documentaron sin prejuicio. La verdad histórica, como el sol, siempre termina filtrándose entre las sombras. ¿Nos atreveremos a verla sin repetir paparruchas heredadas?