Ernesto Gómez Pananá
De entre las “materias” que nos impartían en primaria y secundaria, ciertamente aquellas pertenecientes a las ciencias sociales -historiamylove, civismo, geografía- podían ser las que más curiosidad me despertaban, pero había otra antes que me provocaba fascinación: el español, la materia que coloquialmente denominamos “español”.
A lo largo de toda la primaria, tuve una única maestra para esta materia, la profesora Vicky Zenteno, a quien tuve la fortuna de saludar hace algunos meses. Con ella senté las bases de una lecto-escritura y una ortografía y una sintaxis mínimamente aceptables. En lo que si fracasó-junto con mi madre- fue en la corrección de mi caligrafía. Misión imposible.
En la secundaria los maestros de español fueron el profesor Maldonado, un tipo serio y formal a quien debo la disciplina de tareas escritas a mano en hojas blancas -de computadoras e impresoras solo disponía la NASA-. Parte de la calificación derivaba de escribir derechito y pulcro. Su misión tuvo éxito. Incluso mejoré en algún cierto nivel mi mala caligrafía.
Para segundo y tercero de secundaria conocí doblemente el amor: de la mano de la maestra Hilda Calderón conocí a algunos de los clásicos de la poesía en castellano, Luis de Góngora, Cervantes, Rulfo, Darío. Escuchar a la profe Hilda leer y explicarnos los contextos, imaginar al gigantesco Polifemo, cíclope monstruoso enamorado de la Ninfa Galatea era una aventura. Cerrar los ojos para escuchar sus relatos era experiencia sin igual. Hilda sin saberlo fue guía, narradora, musa y ninfa de ese grupo de efebos-púberes.
Pasar por la preparatoria fue en cierto modo un suplicio. Un diseño curricular concentrado en ciencias exactas y solo un semestre y una sola clase de idioma para toda la prepa. Para el resto del grupo -camaradas “normales”- la clase del maestro Andrés Fábregas era relleno, para mi, nuevamente, era una clase fascinante esa en la que era posible escuchar los relatos del anciano filósofo llegado a México como niño refugiado durante la Guerra Civil española. Magia fascinante.
Las palabras, no solamente en castellano sino en cualquier idioma, son unidades invariablemente interconectadas con otras por sus significados: las palabras magisterio, magia y maestro tienen -asombrosamente- raíces en común:
El término indoeuropeo “magush” significa “ser capaz” y la raíz griega “mageia” que evoca la producción de efectos asombrosos. De aquí provienen las palabras mago y magia.
Por su parte, las palabras magisterio y maestro, provienen del latín “magister”, el mejor, el que sabe -el que es capaz-, el que enseña. Igualmente docente tiene su raíz en el concepto “decente”, alguien ejemplar de quien es posible aprender, y profesor, es aquel que “profesa” sobre algo, que es capaz de exponerlo en el ágora, alguien a quien es posible seguir para aprender. Esa es la maravilla: un maestro, un buen maestro o una buena maestra son esas personas que hacen magia en nosotros, que dejan huella porque hicieron magia en nosotros. Como Maldonado, como Vicky, como Hilda o Fábregas. Millones de magos más como ellos. Que siga la magia. A tod@s los maestros de vocación, muchas felicidades.
Oximoronas 1. Luego de votar por el izquierdista Boric para presidente, ahora los chilenos votan a la extrema derecha para elaborar una nueva constitución. Es la magia de la democracia.
Oximoronas 2. En un mundo inundado de reguetón y pesos-plumas, habemos quiénes somos generación pop: Thalía por mucho no es ejemplo de calidad musical pero sin duda si de genialidad para rodearse de gente capaz. Su nueva producción “MixTape” está al nivel de los “Romances” de Luis Miguel. Imperdible.
Oximoronas 3. La frontera norte hierve. No elegimos nuestra posición geográfica pero estamos obligados a ser parte de una solución empática. Todos somos migrantes.