Juan Carlos Cal y Mayor
No deja de sorprender el revisionismo ideológico de quienes, en nombre de una supuesta “reparación histórica”, quieren reescribir hasta los símbolos de Chiapas. En su afán de despojar al escudo de toda referencia que huela a “dominación”, terminan negando la raíz misma de nuestra civilización: la hispánica. Quieren borrar la corona, como si así nos emanciparan de una violencia simbólica que solo existe en sus discursos. Pero esa visión no emancipa: divide. Es una forma moderna de apartheid cultural, disfrazada de progreso.
Sin embargo, hay una verdad que no pueden negar. La educación —esa que nos permite pensar, leer, escribir y debatir— llegó a Chiapas con la herencia hispana. La primera institución de enseñanza formal del estado no nació en una comuna ni en una asamblea indígena, sino del impulso evangelizador y humanista de los clérigos. En 1554 se fundó el Seminario Conciliar Tridentino de Nuestra Señora de la Purísima Concepción, en San Cristóbal de Las Casas, con el propósito de formar no solo religiosos, sino hombres instruidos capaces de enseñar y servir.
EL NACIMIENTO DE LA EDUCACIÓN EN CHIAPAS
Aquel seminario, junto con el Colegio de los Jesuitas, fue el origen del pensamiento ilustrado en Chiapas. De sus aulas salieron los primeros letrados, los que luego sembrarían la semilla de la educación superior en la región. Allí se estudiaba filosofía, teología, gramática latina y moral cristiana. Lo que hoy llamamos “formación integral” —tan de moda en los discursos modernos— ya se practicaba hace casi cinco siglos bajo la guía del humanismo cristiano que heredamos de España.
No hay manera honesta de negar que ese legado fue el cimiento de nuestras instituciones educativas. El ideal de los colegios tridentinos y jesuitas no era oprimir, sino enseñar. Fueron ellos quienes alfabetizaron, tradujeron lenguas, documentaron las costumbres y preservaron las raíces culturales que hoy reivindicamos. El sincretismo chiapaneco —esa mezcla viva entre lo indígena y lo europeo— no nació de la imposición, sino del encuentro.
LA PARADOJA DEL RENEGADO
Resulta paradójico que quienes hoy pretenden “liberar” a Chiapas de su pasado, lo hagan desde universidades, bibliotecas e instituciones fundadas sobre esa misma herencia. Hablan de descolonizar la educación mientras usan un idioma, una gramática, una lógica jurídica y un pensamiento filosófico heredados precisamente de esa tradición occidental que desprecian.
En el fondo, no buscan justicia ni memoria; buscan protagonismo. Su “deconstrucción” no construye nada. Es el mismo nativismo que convierte a los pueblos indígenas en piezas de museo, negándoles el derecho al desarrollo y al conocimiento universal. Porque conservar la identidad no es encerrarse en ella, sino proyectarla al mundo.
LA HERENCIA QUE NOS DIO VOZ
La verdadera herencia de España no fue la espada, sino la palabra. Nos dio la lengua que hoy defendemos, las escuelas que nos educaron y la fe que nos humanizó. Negarlo es como querer borrar el sol de los muros de San Cristóbal.
Si algo distingue a Chiapas es precisamente esa fusión cultural que ningún decreto ni capricho iconográfico podrá desintegrar. Cambiar el escudo no cambia la historia. Borrar la corona no borra el alma que la sostiene.
Y si tanto les molesta la herencia hispana, que empiecen por renunciar al alfabeto, al calendario, a la universidad y al castellano con el que nos dan lecciones de “descolonización”. Que escriban su reforma en jeroglíficos, a ver si así encuentran su identidad perdida.