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La gota de sangre que derramó el vaso / A Estribor

La gota de sangre que derramó el vaso / A Estribor
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Juan Carlos Cal y Mayor

Es una vergüenza para este país el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo. No era uno más. No era de los que se esconden, ni de los que se hacen los ciegos mientras el crimen se adueña de las calles. Era un hombre que decidió hacer lo que el Estado, con toda su fuerza y presupuesto, se niega a hacer: enfrentar a los delincuentes. Y pagó con su vida.

Carlos Manzo pidió ayuda una y otra vez. Tocó la puerta de la presidencia, del gabinete de seguridad, del gobierno federal, de quienes tienen la competencia constitucional y los recursos militares que decían que iban a pacificar al país. No le hicieron caso. Y lo mataron. Lo mataron a él, delante de su esposa y de sus dos pequeños hijos. En una plaza pública, el Día de Muertos. No solo lo silenciaron: mandaron un mensaje.

MILITARIZACIÓN INÚTIL

¿De qué sirvió militarizar la seguridad? ¿Para qué se creó la Guardia Nacional? ¿Para qué se metió al Ejército a tareas civiles si hoy vemos soldados custodiando embarques de huachicol mientras los alcaldes caen a balazos frente a su familia? ¿Qué clase de Estado es ese que abandona a quien se atreve a no pactar?

Lo ocurrido en Uruapan no es un hecho aislado. Hace días, también en Michoacán, asesinaron a un líder limonero, Bernardo Bravo, que se atrevió a denunciar extorsiones. Un muerto más, una nota más, una carpeta más. Nada cambia, salvo el cinismo.

POLÍTICA DISTRACTORA

Y mientras tanto, la política nacional se distrae en causas ajenas, en discursos, pero sin resultados verdaderos, en paseos solidarios a Palestina para defender banderas que no son las nuestras. Aquí seguimos regalando petróleo a Cuba, avalando dictaduras como la de Maduro, financiando simpatías con programas sociales, mientras la economía se derrumba, mientras en los hospitales no hay medicinas, mientras los pueblos siguen sitiados por criminales, mientras el gobierno presume resultados… y los sicarios responden con ráfagas.

LOS PUEBLOS REACCIONAN

En el mundo, los pueblos oprimidos reaccionan. En 2010, en Túnez —donde un joven vendedor ambulante llamado Mohamed Bouazizi se inmoló tras sufrir abusos policiales— comenzó la chispa que encendería la llamada Primavera Árabe. Lo que parecía un hecho aislado detonó la caída de Ben Ali, el dictador que llevaba 23 años en el poder. Ese estallido social se propagó a Egipto, Libia, Siria y otros países, derribando gobiernos enteros y mostrando que hasta los regímenes más férreos pueden tambalear cuando el pueblo decide decir basta.

SÍMBOLO DEL FRACASO

La muerte de Carlos Manzo es la gota de sangre que derramó el vaso. No solo por la tragedia, sino porque simboliza el fracaso total de la política de seguridad de este régimen. Un presidente que prometió paz entregó el país al crimen. Una Guardia Nacional que prometieron civil terminó siendo militar… e inútil. Un Estado que debía proteger terminó siendo observador.

El alcalde de Uruapan se hizo viral porque hablaba como el pueblo: sin miedo y sin eufemismos. Se cansó de pedir ayuda, de advertir que lo iban a matar. Lo avisó. Lo anunció. Y aun así lo dejaron solo. Esa es la verdadera definición de Estado fallido: cuando la ley depende del valor individual, no de la fuerza institucional.

ROMPER DE RAÍZ

No se trata de atrapar al sicario de turno —esos son desechables— ni de perseguir a los cabecillas locales que, en todo caso, se reemplazan con facilidad. Lo que debe romperse de raíz es la estructura criminal que asola al país: descabezar a los cárteles en su cúpula, desarticular sus redes financieras, cortar sus rutas y anular sus brazos políticos y policiales. Eso exige inteligencia de primera, coordinación entre las fuerzas armadas, la Guardia Nacional y las agencias civiles, y sobre todo una política de Estado.

LA ENCRUCIJADA

Si el Estado no tiene el valor de ir al fondo —si se conforma con aplastar ramitas mientras el tronco sigue vivo—, entonces seguiremos siendo rehenes y le daremos la razón a quienes desde fuera nos acusan de estar gobernados por el narcotráfico.

Si el asesinato de un alcalde que se rebeló contra el crimen no provoca una reacción nacional, entonces ya nos resignamos a vivir arrodillados. No podemos permitirlo. Si su muerte pasa al olvido, México ya se perdió a sí mismo. Que su nombre no se borre. Que su voz nos taladre la conciencia.

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