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La Feria / ¡Qué detalle!

La Feria / ¡Qué detalle!
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 Sr. López

 

Todos queríamos mucho a tía Lulú porque era un encanto de señora, por cariñosa y consentidora, porque era gordita y daban ganas de abrazarla… pero había un problema: que invitara a comer a su casa. Desde que se empezó a usar el fuego para cocinar (chuleta de mamut a las brasas, hace un millón de años), no ha habido peor cocinera que tía Lulú… y se comía uno lo que servía con tanto cariño porque daba una pena horrible herir sus sentimientos (tantas décadas después y no puede olvidar este López el extraño sabor y consistencia pegajosa de sus albóndigas; de su sopita de pasta con aroma de gato mojado). Y tía Lulú cocinaba así porque usaba a pie juntillas el recetario que heredó de su mamá, que lo recibió de la suya y así hasta la noche de los tiempos. No hubo quien la convenciera de hacer cambio alguno a sus guisos hasta que sus dos hijas casi adolescentes, se atrincheraron en la cocina y ya jamás le permitieron ni calentar agua para un café. Pues sí, a grandes males…

 

En algunos medios de comunicación nacionales se ha publicado recientemente una encuesta sobre los posibles escenarios electorales para el 2018, que ‘se filtró’ de Los Pinos, lo que es la fórmula infalible para decir lo que sea, cierto o falso, porque nota ‘filtrada’, equivale a decir: no respondo ni sé si es verdad lo que digo, ‘se filtró’ (Assange, sufre).

 

En esa encuesta presentan once combinaciones de candidatos a la presidencia de la república y en las once sale ganador el Pejehová; en las once el PAN sale segundo y en las once el tercer lugar es para el neoPRI (ojo: con José Narro como  candidato es con quien sale menos mal).

 

Sin embargo, con las reglas políticas y electorales actuales, con las mañas y cataratas de dinero que se invierten en las campañas, el resultado difícilmente será el mejor para el país. Si seguimos haciendo lo mismo, el resultado no puede ser diferente, con Peje y sin Peje.

 

Nuestro país, se ha dicho mucho, está sobrediagnosticado: todos sabemos qué está mal, qué debe corregirse: seguridad pública, educación, salud y lo demás, pero sin erradicar la corrupción que permea toda esa esperpéntica construcción que es hoy el gobierno en todos sus niveles, nada es eficaz: sube el gasto para combatir la pobreza y la pobreza crece; sube el presupuesto para seguridad y la delincuencia no amaina; montañas de dinero para el sistema de salud y cada vez mayores deficiencias; el creciente gasto en campañas e instituciones electorales se traduce en cada vez menor confianza en los resultados de las elecciones.

 

Gobernar con esta corrupción institucionalizada es hacer pasteles de lodo, todo es apariencia, por eso el bárbaro gasto en propaganda, en la promoción de la imagen personal de quienes debieran estar con la cabeza en otra cosa (y de sus esposas en revistas de sociedad, en actividades que ‘prueban’ qué buenecitos son).

 

En estas cosas hay varios remedios, algunos muy malos: nadie quiere que se instale en el país un régimen autoritario, la decencia a palos deriva en dictadura que por honesta que fuera, lleva a excesos y retrocesos de pronóstico reservado; pero tampoco queremos que el cambio sea tan gradual -por no agitar el avispero-, que no se limiten los privilegios y disfrute de lo mal habido de la élite del albañal, que no se evite el sufrimiento evitable de unas cuantas generaciones más de desposeídos que en nuestro país, son millones, casi la mitad de la población; esto no debe ni puede continuar, no se sostiene más.

 

Aunque no se diga mucho, México ya no es soberano en sus asuntos económicos. De a poquitos, por fatalidad histórica, por necesidad, por conveniencia, por babosos o por lo que sea, pero hoy la economía de nuestro país se decide, en el mejor de los casos, de común acuerdo con entidades más que extranjeras, internacionales, y en el peor, ellas deciden y nosotros obedecemos. Nos guste o no, así es y mientras el imperio global del capital tenga el pandero, a su ritmo danzamos. No supimos conservar lo propio y generar crecimiento y… bueno, de los males, el menor.

 

En lo político… el viejo PRI desapareció en 1994 y el actual solo conserva sello y colores, luciendo su miseria ideológica y práctica al dejarse dirigir por un señor como Ochoa Reza. Pero con y sin PRI, en la política de este país lo que prevalece es una generalizada mentalidad priísta, caricatura de consejas y leyendas no siempre ciertas, que aspira a la supremacía del poder por sobre la ley, al disfrute del privilegio como merecimiento inmanente del poder.

 

El resultado es que nuestra política no está al servicio de la sociedad; la pérdida del poder del PRI se transformó en una partidocracia depredadora; y la pérdida del poder presidencial central se tradujo en 32 virreinatos y hasta en algunas satrapías locales. No se ve posible que estos mismos den fin al régimen de privilegios que se han dado.

 

Ahora debemos afrontar que tampoco en lo político hemos sabido conducirnos.

 

Lo que pasó en materia económica parece ser la única salida para el galimatías que es nuestra política que sin cargar las tintas, se aproxima más a la delincuencia organizada que a la organización cívica de la vida nacional.

 

De esta manera, aunque haya que tragar rebanadas de dignidad, deberá evolucionar  nuestro sentido de la soberanía: el país a querer o no, ha ido abriendo la puerta a tribunales internacionales, a organizaciones multilaterales, regionales y mundiales de Estados; ya no podemos contener la injerencia extranjera en nuestra vida política, no en nuestras decisiones, pero sí en los actos de los ejercen el poder político desde el gobierno.

 

Si nuestros políticos no quieren que esto acabe en un desfiguro que se antoja imposible de evitar, bien podrían proponer a la ONU la creación de una Comisión Internacional Contra la Impunidad, para que vengan de fuera a verificar que la ley se aplica siempre igual, siempre a todos, parejito, que el respeto a la ley es el único secreto para el desarrollo de las naciones. Detalle que nos falta acá. ¡Qué detalle!

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