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La Feria / Estado cínico

La Feria / Estado cínico
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Sr. López

 

Del lado toluqueño de este López, la prima Tita (Martha, Marthita, Tita), fue reconocida campeona de toda variante conocida de la gimnasia rítmica en pareja, güila máxima de la tan católica rama materna del berenjenal genealógico de su texto servidor; y sus papás, tío Ramón y tía Carmen, portaban con garbo el laurel de crédulos entrados a tontos, porque le creían las más estrambóticas excusas: se tardaba tres horas en ir por el pan porque ‘había mucha cola’; la habían visto entrando a un hotel porque ‘ya le andaba de ir al baño’; regresaba casi amaneciendo del cine porque ‘se descompuso el proyector y tardaron horas en arreglarlo’; y una vez, ya sin escapatoria, por estar un poco más embarazada de lo socialmente aceptado en aquellos tiempos, el ginecólogo en plan de caballero andante, salió en su rescate: las albercas eran un peligro real médicamente comprobado (aunque ella tenía años de no ir a nadar y luego se supo que andaba  con el doctor). Ya viejita tía Carmen, este menda le preguntó cómo era posible que ella y tío Ramón (hacía mucho finado), hubieran sido tan cándidos y respondió muy seria: -Mi’jita será lo que quieran, pero cínica, no, eso sí que no –ah, bueno.

 

El Estado mexicano puede definirse de varias maneras más o menos ciertas, más o menos falsas, más o menos acertadas. Hay quien lo define como cleptocracia (del griego ‘clepto’, robo y ‘krátos’, gobierno), no tanto porque todos sus integrantes sean unos rateros (que no lo son), sino porque llena todos los requisitos de una cleptocracia que se respete: uso discrecional del erario, desvíos, peculado, nepotismo, impunidad, clientelismo, asociación con grandes corporaciones depredadoras, permisividad de delitos contra los recursos de la nación y lo que falte decir (todo, de todos conocido).

 

Duda uno si cleptocracia sea el término justo para el sistema de gobierno mexicano, no solo porque no todos los funcionarios son bandidos (y hasta entre los que sí lo son, hay grados: hay de ratoncitos a ‘Ratas Rex’), sino porque un ingrediente básico de la cleptocracia es que la sociedad ignore las andanzas de los malos funcionarios (y cuando las descubre hace de carne humana la estatua de Robespierre), o que las sabe pero a palos se aguante. Y no se puede negar que en México, primero: todos sabemos cómo se las gastan los robustos saurios cuyo hábitat es el erario; y segundo: los corruptos nacionales, hacen gala de sus raterías (coches, casas, relojes, ropa, mujeres, vino y canto; porque viven en palacetes -art nacó-, se exhiben en las tiendas y restaurantes más caros, los hoteles más lujosos, sus fiestas son de jeque beodo y cuando viajan, ellos y sus familias, hacen todo para que se les note que tienen harto dinero).

 

De esta manera, siendo innegable que es del conocimiento general el batidero oficial y que la sociedad aunque no lo acepte, lo sabe y de alguna manera lo permite, tal vez no estemos ante una cleptocracia sino ante un Estado cínico.

 

(Urgentemente se aclara que nada tiene que ver aquí la palabra ‘cínico’, con la escuela griega de los filósofos cínicos -Diógenes y otros-, que hace 25 siglos predicaba la austeridad, el desprecio a la riqueza, la vida más simple posible, por lo que se decía que ‘vivían como perros’  -‘kynikós’, que llegó al español como ‘cínicos’-; sino que se usa en su actual acepción para referirse a los desfachatados, desvergonzados, insolentes y descarados; conste).

 

No es un Estado cínico aquél en que se miente o malversa, sino aquél en que se hace de manera habitual, endémicamente, sin temor a la ley ni a la reacción social. Los estudiosos del tema se equivocan al señalar a la Gran Bretaña, en tiempos Tony Blair, como Estado cínico, por sus mentiras y reiterados engaños al Parlamento -sin consecuencias-, para ir con Bush a invadir Irak y derrocar a Hussein, diciendo que tenía armas de destrucción masiva, cosa del todo falsa; se equivocan: una golondrina no hace verano y un caso aislado es eso.

 

Estado cínico es el nuestro, en el que -por poner un ejemplo entre miles-, sobran dedos de una mano para contar las veces en que se ha presentado algún informe de cuenta pública (federal o estatal), que no vaya chorreando mentiras de todos calibres… y la gente lo sabe… y no pasa nada. Eso sí es un Estado cínico.

 

Estado cínico es también el que durante 70 años ya en pleno siglo XX, sabía los resultados electorales desde antes de que se realizaran los comicios: políticos, autoridades y ciudadanos, todos en el ‘secreto’: Estado cínico.

 

Por si usted vive en la duda metódica, le pongo un ejemplo más de mucha actualidad: el robo de combustibles a Pemex.  ‘El Universal’ del 4 de julio del año pasado, consigna que Pemex reportó pérdidas diarias por tomas clandestinas y robo de pipas, por ‘un volumen estimado de 23 mil barriles de gasolina y diésel que (…) equivalen al consumo diario del estado de Chiapas’.

 

Estado cínico: es imposible el robo a los ductos de combustibles, sin la dirección y asistencia técnica de personal de Pemex Logística (antes Pemex Refinación, responsable de almacenar y transportar los hidrocarburos), porque se requiere saber con precisión a qué hora está vacío el ducto, para perforarlo y colocar la toma clandestina (que debe soldarse).

 

Estado cínico porque ¿cómo se vende semejante cantidad de combustible?… como todos sabemos: en gasolineras de Pemex, como aceptó Carlos Murrieta Cummings, director de Transformación Industrial de Pemex, el 10 de febrero pasado, en el Primer Seminario Nacional Gasolinero en la CdMx, quien dijo que la gasolina que se roba de los ductos de petróleos mexicanos se vende en ‘algunas estaciones de servicio de la propia empresa’, pero se apresuró a decir: ‘(…) no estoy acusando a nadie en particular, pero si es un tema que tenemos’ (Santos Briz, Noticieros Televisa). ¡Vaya tema!…

 

Por este asunto y muchos, muchos más, es que el Pejehová tiene fácil su discurso de la ‘mafia del poder’, y lo tiene fácil porque no hay secreto, no es necesario en un Estado cínico.

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