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La Feria / Está mejor

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Sr. López

 

Como ha quedado dicho, la sección femenina de la familia materno-toluqueña de este López, eran el comando de élite de las huestes católicas, algo así como el Escuadrón 201 del Vaticano, el Cuerpo de Granaderos del Papa, el equipo SWAT de la iglesia, con un Estado Mayor de indiscutible autoridad, compuesto por la abuela y las de su generación (hermanas, primas y tías, todas nacidas en el siglo XIX… y muy longevas).

 

Para esas cristíferas soldaderas de la Santa Cruz, todo giraba en torno a la religión, del amanecer al anochecer -nomás despertando, ofrecían el día a Dios; antes de dormir, encomendaban el sueño al ángel de la guarda-; y todo dependía de lo mismo: el punto exacto de unos huevos tibios -hechos como Dios manda-, se conseguía rezando un “Credo” en cuanto el agua soltaba el primer hervor; que las hijas, nietas y sobrinas, tuvieran buen marido, se encomendaba a Santa Ana, esposa de San Joaquín, los papás de la Virgen  (… no, a San Antonio se recurría para las que carecían de pretendiente, pero las que tenían novio quedaban bajo la protección de Santa Ana); un buen pastel era responsabilidad de santa Rita; los desórdenes de barriga los atendía santa Águeda; y una buena muerte se le pedía a Jesús del Huerto. A los niños nos enseñaban a rezarle a santo Tomás para sacar buenas calificaciones (excepto Danielito, a él le tocaba San Judas -nomás para que pasara-… era caso desesperado); encontrar algo perdido era chamba de san Antonio y al que le iba mal en el trabajo era por no tenerle devoción a San José. Escapulario, medallitas, estampas, veladoras, novenas, rosarios y fe, mucha fe.

 

De esa manera de ver la vida, a lo largo de siglos (antes Huitzilopochtli y Quetzalcóatl, Tláloc y Coatlicue; después Cristo, la Virgen y un batallón de santos, uno para cada ocasión), resulta la mentalidad milagrera que parece permea al menos a una buena parte de los que conformamos esta nuestra peculiar nacionalidad, en la que sin decirlo, creemos que todo depende de cosas mezcla de magia y superstición: fe ciega, ciegos de fe…

 

Porque no vamos a negar que los mexicanos aparte de la corte celestial, creemos en otras cosas a pesar de que raramente den resultado, pero no les perdemos la fe; por ejemplo en que tener carrera es el primer paso para resolver la vida y ahora, con tanta gente con título universitario en tan extrañas materias como mecatrónica o gastronomía polinesia, lo que hay que tener es postgrado (aunque tenga uno tres tíos taxistas con doctorado).

 

También tenemos los mexicanos una fe de esas que mueve montañas, en la ley… y lo que sea que no funcione en el país es porque falta una ley o la existente no es la adecuada. Dentro de algunos siglos, los arqueólogos que haya, van a tener retortijones de risa cuando descubran nuestras leyes electorales que son de no creerse y ya verificado que no estén interpretando ni traduciendo mal, van a llegar a una conclusión no muy grata: “Han de haber sido muy tramposos”, pensarán, no muy lejos de la verdad.

 

Por lo mismo se sigue legislando (hasta el absurdo), contra la corrupción; por eso, ahora mismo, es del mayor interés el Sistema Nacional Anticorrupción, porque, sabe usted, hay corrupción porque todavía no logramos legislar bien contra ella y ¡ay! del que diga que hay corrupción porque la empollamos entre todos, unos más otros menos, pero es raro el tenochca auténtico que jamás haya trasteado aunque sea tantito la honestidad de algún funcionario (desde la simpática señorita que pide por favor, “por favorcito”, no le levanten una infracción de tránsito, pasando por el señor panzón que cobra quincenalmente sueldo por un trabajo que no desempeña o el que se pone creativo a la hora de pagar sus impuestos; hasta el gran inversionista que asocia altos funcionarios en su empresa petrolera… por imaginar algo).

 

Corrupción y corruptos siempre habrá, por supuesto (por eso el “No robarás” está en “Los diez mandamientos de la ley de Dios”), pero la cosa es que los casos sean excepción y siempre sea vergonzoso (y en nuestro risueño país, aceptémoslo, las cosas son al revés y el que estuvo “donde hay” y no agarró, no queda con fama de honesto, sino de pendejo, perdone usted el adjetivo, pero lo pongo porque ya lo estaba pensando usted).

 

También tenemos fe (increíblemente), en que todo el país pende del Presidente de la república: todo sería mejor si el Presidente no nos fallara; nada iría mal si el Presidente se portara bien. De eso sale el inmenso interés que hay siempre en tratar de adivinar quién será el siguiente, “el bueno” (pues el que está en funciones, el que esté, quien sea, ya falló, por definición), y saber quién tomará la estafeta es fundamental, con una fe sin fundamento en que ¡por fin!, conducirá al  país por el amplio y bonancible sendero del progreso y la justica.

 

Y sí, claro que un mal Presidente puede perjudicarnos… a condición de que todos los del Poder Legislativo le hagan segunda (y no son solo los 500 diputados federales y los 128 senadores, sino los diputados de todos los congresos locales -31 estados y la CdMx-, que si, por ejemplo, la reforma energética fue una barbaridad -hay quien opina lo contrario, el tiempo dirá-, o lo que sea que resulte de eso, no podemos cargarle a una sola persona las consecuencias de la reforma que don Peña Nieto promulgó, entre vítores de legisladores que no la habían leído).

 

Sí: tenemos fe… con una excepción: México. No se exalte. Piense cada cuando habla usted bien del país. Quitando el ¡como México no hay dos! (nomás faltaba), o el patrioterismo entequilado del ¡viva México, cab…!, la verdad es que confiamos poco en nosotros y nos dejamos llevar por raptos de pesimismo y una nostalgia extraña por un pasado que de ninguna manera fue mejor (“¡ay, México!”… decimos con tono de crítica; “a la mexicana”, decimos destilando veneno).

 

Por gracia de Dios también tuvo este López familia paterna y la abuela Elena, oyendo historias de las de Toluca, decía: -Rezar está bien, trabajar y rezar, está mejor.

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