Guillermo Ochoa-Montalvo
Querida Ana Karen, ¿Quién pintó de verde a Chiapas con tanta exuberancia en su flora, fauna, mares, ríos, lagunas y materiales tan codiciados bajo su suelo? Y, ¿por qué a esa riqueza natural no corresponde la riqueza de su población que lo ubica en el primer lugar de pobreza nacional?
En mi apreciación, es una cuestión de mentalidad asociada a las múltiples culturas e identidades que la caracterizan. La comunicación entre unos y otros resulta difícil cuando se hablan más de 15 lenguas entre indígenas, mestizos y migrantes.
Recuerdo, allá por el año del 2004, cuando llegaron a Tapachula 35 especialistas del Banco Mundial a Chiapas y las declaraciones de Marcelo Giugale, representante del organismo en América Latina y el Caribe, mencionando la necesidad de “nuevo contrato social como condición indispensable para encontrar soluciones concertadas y viables para un desarrollo sostenido y sustentable”. Giugale, planteó la “… necesidad de reducir la pobreza en la región aprovechando el enorme potencial de Chiapas, reformar leyes y sobre todo el comportamiento de su habitantes; queda en claro que el dinero no será suficiente para detonar el desarrollo económico y social en Chiapas sin atender a reformas estructurales profundas”, poniendo el dedo en el renglón.
La ancestral guerra entre blancos, mestizos e indígenas, después de 500 años no ha logrado encontrar puntos de convergencia y reconciliación. Derivado de esta situación se podrían enumerar infinidad de actos de explotación, barbarie, humillación, saqueo, injusticia e inequidad en el reparto de la riqueza.
Casi 10 años antes de las palabras de Giugale, habían surgido infinidad de movimientos y luchas en todas las regiones de Chiapas desde la guerra del EZLN hasta otras de menor resonancia, pero no menos peligrosas: células guerrilleras; movimientos separatistas como el del Soconusco; luchas enconadas por el reparto agrario y el dominio de tierras; municipios rebeldes, guardias blancas, grupos paramilitares, proliferación de organismos defensores de los derechos humanos, división interna en los Partidos Políticos; divisionismo en los sectores empresariales y productores de café; pugnas entre agricultores, pescadores y ganaderos que en su afán por mantener sus cotos de poder han actuado impidiendo la organización de la agricultura; movimientos populares muy distantes a una lucha social clara y benéfica para la población que termina beneficiando a unos cuantos dirigentes; corrupción generalizada e impunidad vergonzante.
El trato injusto que la federación le ha brindado a Chiapas agrava el panorama. En materia de electricidad, Chiapas es uno de los principales generadores de energía eléctrica en el país y es, al mismo tiempo, el estado con el peor trato para sus habitantes; lo mismo podemos señalar de PEMEX cuyas explotaciones lejos de traducirse en beneficios sociales para los chiapanecos ha provocado la salida de dinero del estado hacia Tabasco. A todo ello, habrá que sumar la irracional explotación de las selvas en agravio a miles de especies de fauna y flora y en lo político, la inestabilidad que se ha vivido en los últimos años en que el ejecutivo federal removió gobernadores como si fueran gerentes de una gran empresa.
Eduardo Ramírez Aguilar ha levantado la bandera del desarrollo económico y social en Chiapas con un profundo sentido humanista en su discurso, enfrentándose a un enorme rezago social pero sobre todo, a enormes vicios arraigados en la cultura y mentalidad de sus habitantes que han resquebrajado el tejido social gravemente.
No ha sido suficiente con promover reformas legislativas, judiciales y mejoras en la estructura administrativa del Ejecutivo Estatal, tampoco se ha logrado adelantar demasiado con la promoción de inversiones, justas y equitativas, realizadas en México y el extranjero para generar empleos bien remunerados para coadyuvar, desde Chiapas, a esa generación de un millón y medio de empleos que demanda el país cada año.
Para los municipios, las cosas tampoco ha sido sencillo gobernar, toda vez que también han tenido que administrar bajo la presión de grupos delictivos. Los planes y programas regionales para desarrollo sustentable rural se han desvanecido a pesar de los esfuerzos de organismos como Ecosur y otras organizaciones y movimientos ambientalistas donde existen respuestas positivas capaces de revertir los círculos viciosos en círculos virtuosos a favor de la población chiapaneca. Pero la dependencia del estado a intereses de empresas transnacionales y nacionales, soporta sus enormes ganancias en la explotación de la mano de obra local y el control de las materias primas a un bajo costo en Chiapas.
En todo caso, el dinero para obras y servicios no representa el más grave de los problemas (sin deseos de minimizar su importancia y escasez) sino la necesidad de acceder a ese “nuevo contrato social” del que habla el representante del Banco Mundial para poder construir círculos virtuosos.
Más dramático resulta el que los propios chiapanecos, reconozcan ser como esos cangrejos de la cubeta que no permiten el avance de nadie. Si ese reconocimiento a la condición humana y cultural que caracteriza a la población sirviera para reflexionar y combatir esas actitudes de indolencia, revanchismo, envidia y apatía, ya podríamos avanzar todos en un sólo rumbo hacia un verdadero desarrollo sustentable sin el desgaste de luchas estériles y conflictos por todas partes. Pero ese afán de encontrar un problema a cada solución y no una solución a cada problema nos mantendrá en la inmovilidad social y por tanto en el estancamiento socio económico.
Chiapas cuenta con miles de posibilidades para detonar su propio desarrollo, cuenta con una vasta riqueza natural, silvícola, pesquera, agrícola, ganadera, turística que demanda de un ingrediente que no se obtiene con los recursos de ningún Banco Mundial y es una nueva actitud frente a la realidad, una renovada voluntad de trabajo en la unidad, una firme convicción de lucha contra la pobreza, una amplia disposición al diálogo para la búsqueda de soluciones concertadas, un modelo de participación ciudadana donde los intereses de grupos no se subordinen al interés general. En síntesis, hace falta ese nuevo contrato social con profundo sentido humano del que hablaba el Banco Mundial.
Chiapas demanda, ahora más que nunca, de una visión concertada entre gobierno y sociedad donde confluyan las más diversas expresiones de la sociedad para encontrar soluciones pragmáticas y razonadas a cada uno de los retos que impone el crecimiento urbano, la necesidad de reactivar la planta productiva, impulsar la producción del campo, generar empleos bien remunerados, contener los efectos de la migración, proyectar al mundo una actitud entusiasta y positiva.
Al gobierno y la sociedad les corresponde coadyuvar al ordenamiento y regulación de la población y de sus recursos naturales con base en las investigaciones, estudios y proyectos planteados por los organismos especializados en desarrollo sustentable.
Se trata de romper con la corrupción el disimulo y la lucha de poder estéril para garantizar seguridad, paz social, transporte seguro; asentamientos humanos planificados, fortalecimiento del mercado local; mayor desarrollo científico y tecnológico con mercados de complementariedad y una red de parques industriales acordes a la vocación de cada región y municipio del estado.
El llamado de Eduardo Aguilar Ramirez hacia un Humanismo que Transforma no es un slogan, es un llamado a la Unidad, la Reconciliación y el Trabajo Concertado para impulsar el Desarrollo de Chiapas sustentado en su ideario político y de gobierno que ha expuesto durante estos meses. No basta con reconocer nuestros errores si no estamos dispuestos a superarlos. A su equipo de trabajo le corresponderá responder a la confianza ciudadana y por ello, los ha expuesto públicamente como un compromiso y cuestión de amor.