Juan Carlos Cal y Mayor
El modelo educativo intercultural nació con una promesa noble: reconocer la diversidad cultural, reivindicar los saberes ancestrales y dar acceso a la educación superior a los pueblos originarios. Pero, en la práctica, ha quedado atrapado entre el discurso de la identidad y la falta de oportunidades reales. La mayoría de sus egresados no logra incorporarse al mercado laboral formal. Tienen cultura, conciencia y compromiso, pero carecen de herramientas técnicas y empresariales que les permitan transformar ese conocimiento en desarrollo.
Ha llegado el momento de dar el siguiente paso: pasar del reconocimiento simbólico al empoderamiento productivo. La educación intercultural no debe limitarse a reproducir tradiciones, sino convertirlas en conocimiento aplicado. Chiapas podría ser pionero de un nuevo modelo que combine identidad cultural, ciencia y emprendimiento.
CARRERAS SIN OPCIÓN HACIA EL MERCADO
La Universidad Intercultural de Chiapas (UNICH) concentra su oferta en áreas sociales y humanistas: Lengua y Cultura, Comunicación Intercultural, Turismo Alternativo, Desarrollo Sustentable, Derecho Intercultural, Educación Bilingüe y Salud Comunitaria. Son carreras con fuerte carga simbólica e identitaria, pensadas para preservar la cultura y fortalecer el tejido social. Sin embargo, en su mayoría no ofrecen un puente directo hacia la inserción laboral ni hacia el emprendimiento comunitario.
No existen programas de ingeniería, medicina, administración o tecnología que respondan a las demandas del mercado actual. Tampoco se incorporan de manera sistemática materias de emprendimiento, finanzas, mercadotecnia digital o gestión empresarial. Las prácticas profesionales suelen centrarse en actividades culturales o comunitarias, con poco contacto con los sectores productivos.
Así, los egresados terminan siendo mediadores culturales o promotores sociales, pero rara vez emprendedores capaces de generar empleo en sus propias comunidades.
TRADICIÓN CON MÉTODO
La medicina tradicional, la herbolaria, los tejidos y los oficios artesanales son auténticas tecnologías culturales. Su transmisión oral ha garantizado su supervivencia, pero también su marginación. Si esos saberes se incorporan a una formación científica —con fundamentos de anatomía, química, botánica o diseño— podrían convertirse en profesiones formalmente reconocidas, con certificación y valor económico. No se trata de museificar la cultura, sino de modernizarla sin despojarla de su alma.
Imaginemos escuelas donde se enseñe medicina intercultural, combinando biomedicina con herbolaria chiapaneca; o programas de diseño textil y empresarialidad comunitaria, donde los símbolos tradicionales dialoguen con la innovación tecnológica y el comercio justo. Ese tipo de profesional híbrido, con los pies en la tierra y la mirada en el mundo, es el que puede romper el círculo de pobreza y dependencia.
TURISMO ALTERNATIVO: IDENTIDAD Y COMPETITIVIDAD
Otro ámbito clave es el turismo alternativo, una de las carreras más representativas de la UNICH. Su propósito original —promover el respeto a las comunidades y al entorno natural— es valioso, pero para que tenga impacto real debe incorporar también las competencias que exige la industria turística global.
Hoy un guía o administrador comunitario necesita dominar herramientas como Airbnb, Booking, TripAdvisor y redes sociales, además de comprender los estándares internacionales de confort, higiene, seguridad y hospitalidad.
Preservar la identidad no significa renunciar a la calidad. Al contrario: un turismo intercultural exitoso debe ofrecer experiencias auténticas y al mismo tiempo competitivas. No basta con tener paisajes y hospitalidad; hay que saber vender, administrar y posicionar. Un modelo educativo moderno debería enseñar tanto a recibir al visitante con la calidez de la comunidad como a manejar plataformas, idiomas, precios dinámicos y estrategias de sostenibilidad.
IDENTIDAD CON VALOR AGREGADO
La verdadera descolonización del pensamiento no consiste en renunciar a la modernidad, sino en reapropiarla. Un joven tzeltal o zoque puede programar software, hablar inglés y manejar inteligencia artificial sin dejar de ser quien es. Cuando la identidad se traduce en productividad, deja de ser un estandarte político para convertirse en capital cultural.
Chiapas podría mostrar al mundo que la interculturalidad no es un eslogan, sino una estrategia de desarrollo sostenible. Que los pueblos no necesitan elegir entre sus raíces y el progreso, porque el progreso auténtico se construye desde las raíces.
EL RUMBO
Formar médicos, ingenieros, diseñadores, guías turísticos y empresarios interculturales es posible. Solo hace falta visión y voluntad para integrar ciencia, tradición y economía. En un mundo globalizado que busca autenticidad, Chiapas tiene lo que muchos países ya perdieron: una cultura viva. Lo que falta es convertir esa herencia en futuro.
La educación intercultural debe dejar de ser un refugio del pasado y convertirse en una plataforma para el porvenir. Porque cuando la identidad se educa con método y se proyecta con orgullo, no se aísla del mundo: lo enriquece.