Juan Carlos Cal y Mayor
Vienen tiempos difíciles para México. Se dijo una y otra vez, pero les entraba por un oído y les salía por el otro. Lo mencionó el embajador Christopher Landau al dejar su cargo: “Dos terceras partes de México están dominadas por el narcotráfico”. Lo afirmó Ken Salazar, el último embajador: “La estrategia de ‘abrazos, no balazos’ no funciona”. Lo advirtieron los analistas repetidamente, pero el poder omnímodo provoca sordera.
La herencia
Vamos a cosechar la herencia del peor presidente de México. López Obrador defraudó la buena fe de Trump, y nos lo va a cobrar peso a peso. No es cierto que mandó 27 mil efectivos militares a la frontera; nunca los vimos, pero Trump se lo creyó. Negó sistemáticamente que México traficaba fentanilo hasta que tuvo que aceptarlo. Llamó a los mexicanos migrantes a votar por los demócratas, condecoró al dictador cubano con el Águila Azteca, recibió a Maduro con todo y una orden de captura, invitó a los rusos al desfile militar del 16 de septiembre e intervino en Ecuador, Bolivia, Argentina, Perú y Colombia apoyando a la izquierda, enemiga ideológica de EE. UU., violando el principio de no intervención. Le fue llenando el buche de piedritas a Trump, que de tonto no tiene un pelo.
El engaño
Claudia tiene que pagar todo el endeudamiento de más de 6 billones de pesos que le heredaron, en detrimento de inversiones, la pésima calidad de los servicios del sector salud, el barril sin fondo de las megaobras y el déficit presupuestal para garantizar el derroche social que los mantiene en el poder. También las represalias del gobierno de Estados Unidos por todas las engañifas que nuestro gobierno insiste en sostener, como eso de que no existen narcolaboratorios, ahora que “El Mayo” y los “Chapitos” —a cambio de negociar su condena— les contaron la película completa de cómo funciona el idilio del gobierno con el narco.
Patrioterismo
De nada va a servir la cursilería de todos esos discursos para exacerbar el patriotismo, la soberanía, el antiimperialismo y el cierre de filas, que incluye a la oposición. No es la hora de ponernos al brinco con nuestros poderosos vecinos ahora que Trump tiene el sartén por el mango y la vajilla completa. Está convencido de que puede recuperar la hegemonía militar, política y económica de Estados Unidos en el mundo. Sabe que perdieron terreno por la política blandengue de los demócratas, más ocupados en su agenda woke.
El riesgo
No habrá contemplaciones porque ya se cansaron de escuchar mentiras, de que neguemos la realidad y estemos, en serio, pasando de ser un aliado a un riesgo para su seguridad nacional. Peor aún, amigos de sus enemigos. Aliados de la izquierda antiyanqui que proclama el odio contra los gringos y los culpa de todos sus males, pero les envía a todos sus migrantes, a quienes dejamos pasar a diario por nuestras fronteras sin ningún control.
No más
Huyen del socialismo redentor que los ha hundido en la miseria y van en busca del sueño americano, cuando se supone que los odiaban. Y vaya que son buenos. Venezuela y Cuba repuntaban en América como dos economías emergentes cuando la revolución castrista y luego la bolivariana se aparecieron para despedazarlos. Dice bien Trump: Estados Unidos no puede ya seguir siendo el receptor de quienes huyen de las malas políticas y la corrupción en sus países.
Ni cómo cerrar filas
¿Cerrar filas porque se cierne una amenaza que nos hemos ganado a pulso? Cuando solapamos a los capos de los cárteles y los llenamos de abrazos mientras ellos decapitan, acribillan y asesinan a miles de mexicanos. Cuando saben, igual que nosotros, dónde viven y se pasean los criminales. ¿Cómo cerrar filas con un gobierno que acabó con la división de poderes, que ejerce una hegemonía siguiendo la ruta de las dictaduras zurdas y bananeras del continente? ¿Cómo cerrar filas con un gobierno que avaló a Maduro, quien perdió las elecciones y además persigue, encarcela y asesina a sus opositores?
Amenaza
Estados Unidos, construido como una nación de inmigrantes, enfrenta ahora una paradoja histórica: millones llegan cada año no solo en busca del sueño americano, sino portando sus propias culturas, valores y tradiciones que, lejos de asimilarse, comienzan a redefinir el tejido cultural del país. Desde la transformación de barrios enteros con idiomas distintos al inglés, hasta el auge de costumbres ajenas a los valores fundacionales estadounidenses, la nación está siendo colonizada de forma silenciosa pero contundente. Este fenómeno amenaza con fragmentar su identidad, sustituyendo los ideales de mérito, esfuerzo individual y cohesión nacional por una multiplicidad de agendas culturales que a menudo chocan con los valores tradicionales.
Ceguera
México está al borde del precipicio, no por sus enemigos externos, sino por su propia ceguera interna. La historia no absolverá a quienes, con arrogancia y complicidad, nos condujeron al abismo. El tiempo de la verdad ha llegado, y no habrá discursos patrioteros que oculten la realidad implacable de las consecuencias.