Guillermo Ochoa-Montalvo
Querida Ana Karen,
Te comparto un relato titulado La Chinita, personaje del cuento del mismo nombre, seleccionado para una antología de corte erótico en España.
La Chinita Armengol cambió tres veces de novio en un mes, el récord más bajo de su historia desde el día en que cumplió 18 años para dedicarse al modelaje aprovechando la generosidad de la Naturaleza al convertirla en la diva favorita de las más afamadas pasarelas de México donde descubrió su gusto por los vinos finos y postres sofisticados de alta cocina, como aquellos preparados por su abuela en sus días de niña consentida por su cara bonita y esplendorosa cabellera azabache que su nana cuidaba con esmero y paciente dedicación cepillándola cien veces de un lado y cien del otro; práctica que la Chinita le exigía al novio de ocasión al bañarse después de echar pasión con todo su corazón; porque sea dicho de paso, la Chinita es selectiva, exigente y muy demandante con sus novios quienes corren el riesgo de ser expulsados de su cama antes de dos semana o en una, cuando el varón comete alguna imprudencia; de esas imperdonables como el de enviarle rosas a las cuales, ella les tiene aversión desde aquel día en que un novio le obsequió una tanga en forma de rosa con un fétido olor a caño tan insoportable que la hizo vomitar a mitad del vuelo entre Los Ángeles y Las Vegas donde se pensaban casar; pero ese detalle bastó para cortar esa relación de inmediato; así que la Chinita se refugió en los casinos y en uno de ellos, cruzó miradas con un fuerte apostador; de esos que no pierden ninguna partida jugando Black Jack como si fuese clarividente; tan así, que él le predijo: esta noche te haré ver las estrellas y constelaciones al hacerte el amor; el varón no mintió, la habitación con su luz negra reflejaba en el techo y muros cada una de las constelaciones ante la mirada absorta de la Chinita quien nunca supo como la desnudó el varón ni cómo logró tatuarle una sonrisa orgásmica que quiso repetir, pero el Varón tenía prisa por regresar con su tóxica esposa, cantante en la sala de espectáculos del casino; ante tal afrenta y desaire, la Chinita decidió pasearle frente a su cara de colombiano al capitán del cabaret, un latino fornido de rostro angelical y cuerpo endemoniado tan fogoso como la chimenea que esa misma madrugada encendieron durante una semana continua y pudo ser más tiempo, sin embargo, el llamado de la agencia de modelos interrumpió tan sagrada comunión de dos desconocidos que en una semana agotaron el Kama Sutra para inventar nuevas formas de apostarle a la vida sin perder batalla ulteriores con sus novios de ocasión; empero, esa noche recostada sobre la alfombra de la lujosa habitación se observó desnuda ante el espejo pensando que esa belleza escultural no sería para siempre; tal sensación de temporalidad la sacudió; pensó que a los 26 años aún tenía mucho por recorrer; pero después… después ¿qué futuro le esperaría sin saber hacer nada más que modelar y seducir?; “podría establecer mi propia agencia de modelaje”, pensó. Esa idea le rondó durante su viaje de las Vegas a Nueva York donde encontró la oportunidad al conocer a un magnate de la industria del vestido quien al verla quedó fascinado con su belleza, tan altiva, segura y arrogante; así, esa misma noche cenaron en el restaurante “Casa Cruz“, el más exclusivo de la Gran Manzana cuya membresía cuesta 250 mil dólares reservada solamente para 99 socios; Por la exigencia del propio establecimiento, el magnate eligió para la Chinita un vestido largo de color guinda con un tajo a medio muslo y delicado escote de la casa Noevom con el cual ingresó deslumbrante al salón robando las miradas de los comensales quienes la perdieron de vista al entrar a una sal privada en donde ya le esperaba dos vinos franceses y la champaña; esa noche cenaron pasta, una picaña de ternera de wagyu y de postre una champola deliciosa obligada para una noche prometedora llena de sorpresas y revelaciones que impresionaron al magnate al conocer la historia de una mujer nacida en una alejada comunidad de Chiapas; le narró sus costumbres, le habló en lengua cositía y de los panes compuestos; le narró anécdotas de sus paseos por las cascadas de la región y la calidez de su gente; al final, le habló de su interés por crear su propia agencia de modelaje a lo cual, el magnate respondió entusiasmado con la idea de asociar su industria del vestido con una agencia de prestigio; con aquella respuesta, la Chinita se colgó del cuello de su benefactor, lo beso y brindaron sin perder el juicio haciendo planes de inversión y comercialización; la charla se prolongó hasta la madrugada; la mañana los sorprendió en la lujosa habitación del hotel con un opíparo desayuno adornado con una orquídea guinda como el vestido que ahora yacía sobre la alfombra, a la espera de su partida la Ciudad de México donde ambos celebrarían el contrato de la nueva agencia. A los 26 años se le abre el mundo a la Chinita quien decide abandonar las pasarelas, a los novios de ocasión y la vida agitada para concentrarse en su proyecto de vida como quien renace tras una larga borrachera de los sentidos al abrirse nuevos horizontes y retos que le daban sentido a su existencia. Al paso de los años, la Chinita veía florecer su empresa, ahora casada con aquél varón de su adolescenciacon quien descubrió una tarde de campo, los inolvidables placeres de su sexualidad escuchando el rumor del río bajo un sol tan caloroso como su piel en esos instantes donde escuchó al joven decirle: “algún día serás una famosa modelo asediada por los hombres, crearás tu empresa y después de vivir tu vida, regresarás a mí; porque siempre se regresa al primer amor; me mantendrás y yo me encargaré de hacerte ver las estrellas cada noche tendida en aquél sofá donde nos despedimos una noche de verano cuando te eligieron para modelar en California”.
La vida no cambia, una misma le da los giros que deseamos y en cada bifurcación encontramos el reto para decidir por la mejor elección porque caer es sencillo, pero, saberse levantar es un cuestión de amor.
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