Enrique Alfaro
Cuando el gobierno de Absalón Castellanos Domínguez supo que en el número más reciente de la revista proceso anunciaba en portada un reportaje de su corresponsal Juan Balboa, compró toda la edición que llegó a Chiapas. La investigación del osado periodista arriaguense se intulaba “Las transas de mi general”. El parque central de Tuxtla estaba ocupado por una inmenso plantón del magisterio afilado a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE). El rumor corrió como reguero de pólvora y el reportaje finalmente circuló masivamente por medio de fotocopias. Todos querían enterarse del contenido del texto prohibido donde se denunciaban propiedades del general que gobernaba Chiapas, uno de los últimos reductos de la cuota que el priísmo daba al ejército, junto con la gubernatura de Yucatán, que encabezó el también general Graciliano Alpuche Pinzón. Yo admiraba a Juan Balboa por su valentía y atrevimiento al publicar información que hacía temer por su integridad física. Además era mi paisano, de Arriaga, y militaba en la izquierda como yo. Fue entonces que lo conocí y lo acompañé a todos sus proyectos editoriales. Se convirtió en mi hermano mayor y ya no nos separamos.
En las primeras horas de 1994, durante el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, uno de los primeros operativos fue detener al general Absalón Castellanos que se encontraba en su rancho, para luego ser trasladado a las instalaciones de la comandancia general zapatista en plena selva Lacandona. Luego de permanecer retenido por varios días, Absalón fue juzgado y entregado, sano y salvo, a su familia. Durante el juicio, un comandante del EZLN leyó íntegro el reportaje “Las transas de mi general” de Juan Balboa, que fue parte del texto de su condena. Esa era la importancia del periodista que fue corresponsal de Proceso, fundador de La Jornada, de la revista y el semanario Ámbar, de hebdomadario Páginas. Por eso viví admirando a quién consideraba mi hermano mayor, a quién le enseñó mi trabajo de caricaturista a Raymundo Rivapalacio, quién luego me contrató para trabajar en el semanario Eje Central.