Guillermo Ochoa-Montalvo
Querida Ana Karen, Tomaba una nieve de mamey sentado en el parque a lado de 3 jóvenes quienes se jactaban de sus ídolos del deporte y eso, llamó mi atención.
—¿Ustedes saben cuánto ganan los jugadores?, -preguntó un chavo güero, quien a juzgar por los libros de prepa y la hora, andaban de “pinta”; — Yo les diré. El mejor pagado del mundo es Karim Benzema, jugador del Al-Ittihad saudí. Él gana 106 millones de dólares.
—¡Ni madres!, -le respondió el moreno quien lucía ropa de marca, el mejor pagado es Leo Messi; el Inter de Miami le paga 135 millones de dólares.
—Pues ambos se equivocan. Los mejores pagados son: Lebron James, jugador de LA Lakers; cobra 128 millones de dólares; el basquetbolista Giannis Antetokounmpo, jugador de los Milwaukee Bucksgana 111 millones; al golfista Jon Rahm, golfista del LIV Golf Saudí le pagan 218 millones de dólares, y Cristiano Ronaldo, el. equipo Al-Nassr le pagan ¡260 millones de dólares¡, -comenta el mayor de ellos.
Aunque es públicamente conocido que cantantes, deportistas y artistas ganan cifras estratosféricas, estas no las conocía a detalle y fue uno de los chicos quienes las extrajo del reporte de Forbes 2024 a través de su celular.
Sumando esas cantidades me arrojaron un total de 958 dólares. ¡Wow! ¡19 mil 160 millones de pesos! Esa cantidad equivale a 63 años el presupuesto de algún municipio con ingresos de 300 millones de pesos que podrían pagar sólo esos 6 jugadores.
Pero la situación es más complicada si pensamos en que el consumo de refrescos en México supera los 150 mil millones de pesos. Con esa cantidad, esos municipios podrían vivir los próximos 300 años. Parece una exageración pero no lo es, tampoco es heroico el que México ocupe uno de los principales lugares en el consumo de refresco sino más bien, patético por cuanto los nocivos impactos que provoca a la salud por efecto de sus ingredientes y su creciente elección como sustituto de la leche, jugos naturales o aguas frescas.
—¿Y a qué viene todo esto?, -me pregunta Amanda cuando se lo comento en la noche al comernos unos taco de cabeza con dos sendas Coca Colas.
—Pues, ¿quien crees que les paga a esos deportistas, artista, cantantes y demás famosos?
—Supongo que los patrocinadores; porque las marcas famosas destinan casi el 80% del costo de su producto a la publicidad y patrocinio de estos eventos, -me responde Amanda quitada de la pena.
—¡Claro! Y ahora dime, ¿de dónde provienen todos esos millones de dólares y pesos? No me respondas, -le digo al verla como se atraganta con la salsa de habanero. Ese dinero lo pagamos todos los consumidores como un Impuesto Silencioso del que nadie se quejan protesta.
—¡Eso es patético!
—Lo es; ese impuesto silencioso simplemente nos los encajan en cada barra de chocolate que compramos; en cada cerveza o botanas. ¿Tú aportarías dinero efectivo para todos los partidos o telenovelas que ves en televisión?
—¡Por supuesto que no!, responde Amanda dándole un trago largo a su refresco.
—Pues lo estamos pagando al comprar estos productos con un elevado sobre precio. Te lo explico. Las cifras que los mexicanos destinamos diariamente al consumo de ciertos productos, le permiten a las empresas patrocinar eventos de donde derivan los exorbitantes sueldos millonarios que devengan los artistas, deportistas y promotores de los cuales sus fans se enorgullecen por ser quienes cobran mejor.
Pero esos sueldos salen de nuestros bolsillos como un impuesto silencioso del cual jamás nos quejamos. Los productos que consumimos tienen un valor de venta muy superior al costo de la materia prima que consumimos. El precio de un refresco, por mencionarlo sólo como ejemplo, se calcula a partir de sus costos de producción donde el costo agregado por publicidad, promoción, empaque y patrocinios suele ser más alto que el producto mismo. Ese es el impuesto silencioso por el cual pagamos un kilo de café comercial soluble.
—Ahora, calcula cuánto cuesta el kilo de papas comerciales; calcula el precio del kilo de cajeta comprándola en paquetitos plásticos. El de los cigarros y cualquier producto cuyo impuesto silencioso contribuye a la promoción de los grandes eventos que mediatizan a la gente, porque además, sea dicho de paso, con ese impuesto silencioso no tenemos acceso gratuito al espectáculo en los estadios. Ahora ya ni siquiera se garantiza el acceso gratuito por la televisión, porque tratándose de eventos de gran demanda, se restringen a la televisión por cable.
De ninguna manera se trata de satanizar las legítimas operaciones comerciales y publicitarias de las grandes empresas, pero sí deseamos hacer notar que eso que nos genera orgullo y satisfacción momentánea como son los espectáculos artísticos y deportivos sale de nuestros bolsillos como un impuesto silencios que jamás notamos ni nos molesta. Viene al caso porque cuando se trata de impulsar una reforma fiscal que conlleva el incremento de impuestos destinados a la generación de obras y servicios necesarios para el bienestar social y económico de la población, todo el mundo respinga. Si calculamos lo que declara cada ciudadano al fisco, nos percataríamos que el impuesto silencioso es mucho más gravoso que el que pagamos a Hacienda.
Nadie se resiste al incremento en el precio de los refresco, cigarros, bebidas alcohólicas, cosméticos y otros artículos suntuarios similares; pero todos nos resistimos a que los gobiernos estatales y municipales nos apliquen impuestos.
Habría que buscar las mismas recetas publicitarias a la que recurre la industria del espectáculo artístico y deportivo para que los gobernadores y alcaldes puedan disfrazar los impuestos con la máscara del espectáculo porque está visto que los impuestos como tales siempre serán punto de reacción negativa en la sociedad y más cuando no existe una transparencia objetiva en su aplicación.
Por otra parte, no sería mala idea la de vender los productos a su costo e incluir una leyenda que diga, “el sobreprecio que usted paga por este producto es el impuesto silencioso que destinamos a nuestra publicidad, promociones y patrocinio de jugadores y artistas que cobran lo que un obrero no ganaría en cien años de trabajo”
La industria del entretenimiento que nos cuestas una fortuna a todos los consumidores cumple una función dentro de la sociedad de manera incuestionable, pero también los impuestos cumplen con esta función y de manera más decisiva en el desarrollo de la Nación, de los estados y los municipios porquecon esos impuestos se paga la infraestructura necesaria para distribuir los productos y alimentos que requerimos día con día; con esos impuestos se paga la energía eléctrica, los sistemas de agua potable, los servicios de seguridad pública (con todo y sus deficiencias), los servicios de limpia y el soporte al desarrollo comunitario en las zonas más pobres del país. Los impuestos, esa palabra tan maligna y terrorífica, representa la cuota que aportamos para alcanzar los propósitos que la sociedad misma se ha impuesto para alcanzar mejores niveles de vida. El problema para el gobierno, es que no los puede disfrazar de circo ni espectáculo y no hay gobernadores súper estrellas con fans que se enorgullezcan de que su gobernador cobre millones de dólares al mes. La recaudación es difícil, espinosa y un trabajo arduo de convencimiento para poder enfrentar las demandas de la población.
Como sea, los impuestos silenciosos o los fiscales son una cuestión de amor, difícil de comprender.