Carlos Álvarez
Bien sé, lector, que muchos hay que tan aficionados son a las prudencias, en cuyo menester no puede tener lugar la idea que más de una vez no tenemos juicios para entender aquello que creemos defender por cada una de las fibras de nuestro espíritu, y algunos hay que empeñados se hallan en su razón para distinguir las prudencias que libres estén de todas partes de dolor y desconsuelo, que ya parecen creer de verás que no hay accidentes de ánimo y que resignarse consiste más en complacerse a uno mismo que entender que nunca nada se entiende; que al fin podrá juzgárseme el que escriba del modo que yo escribo, que de todos los males ni el más ingrato me parece ni el más duro nunca ha sido, en tanto mi modestia tenga siempre manera de declarar que labrar imitaciones no responde a la jactancia ni algún otro deleite que más estorba aunque entretenga, y obedece a un principio más discreto como es aquel que dice que nada complace más a un mayor número de gentes por largo tiempo salvo las irregulares combinaciones que se dan de la fricción de la naturaleza y los modales; que no busco saciar con novedad, más de lo que quisiera gratificar las ricas ideas de don Carlyle, de cuya doctrina se distribuye tanto el bien como cosa ingrata y el mal como cosa verdadera, que si su novela más precepto que acción nos diera, digo yo que posee el lector mente propia para hacerse creer de mientras que tanto tiene de acción el verbo como poco sentido las causas.
De tan rica constitución son los dones de quien se entiende como el único de los seres que tanto remedio encuentra en pensar primero en ajenos bienes como encuentra males sin fin cada vez que especula creyendo que el mundo tiene la forma de su persona, que más de un pensador que temiera menos el rechazo de la posteridad que el aplauso del ineducable púlpito, podría apreciar que tan faltos de certidumbre han estado las pasiones más antiguas, como encarecidos de certeza los sentidos que de continuo pierden dominio sobre lo malo a costa de querer emplear el bien buscando lo que sea más grande aunque luego les cueste considerar que todo sea menos cierto, que así los tejidos musculares son merecidas y otorgadas glorias, que como dijo Sir Thomas Browne que el poder sacar ventaja de los cuerpos quiere decir que todo lo que haya sido creado por motivos ya mundanos ya divinos excede lo que la razón pueda sentir como necesario. Miles de instrumentos y conceptos emplea la fortuna para labrar gente ilustre, que así como nobles poetas fueron loados de excelentes por decir que más vestidos están los seres de nociones que de carnes, así como solicitó el homero castellano a la fortuna diciéndole monstruo que todo es pluma y ave que ojo es toda, que no se vieran favorecidas las ambiciones por su destreza sino reprendidas por humanas; menos tiempo ha merecido suponer cuan grandiosos han sido siempre los postreros tiempos a pesar de tener mil ingratos pasados, y más ha exigido la antigüedad para creer que más vale la pena por lo pasado que lo cierto por simple, en tanto el mismo Bardo dijo que hábito tan natural como desgraciado es la necesidad es contemplar el antes y el después, que si no fuera más sumisiva la razón para pensar en su interior y el exterior, no fuese necesario saber ignorar lo que mil sentidos demanda para ser empresa tan racional como duradera.
De tantas naciones de las que se ha visto la Tierra ricamente escarmentada, ya latinos por cada ofensa, fuese ingrata, inculta o incierta, más de un principio hallaron que demostrase como todo ha siempre entendido más del modo que se puede y menos del que debe, ya hebreos cada día, nombre y cosa de voluntad encarecieron, pero en momento alguno no pareció haber nación mejor nutrida abstracciones que la nación germana; ya griegos demostraron que hermosamente puede hacer empleo de los entendimientos cuando no se fía la razón de sus ventajas y confía el espíritu en lo que es justo con todo y sus flaquezas; pero como nunca han merecido los tiempos obligados a la virtud y la obediencia de las bien escritas leyes nada más que estrépitos y confusiones que decoro añaden a sus certezas, tampoco demandan los tiempos más prestos a las armas y las letras nación mejor instruida, menos irreflexiva, ni más infatigable que una comprometida a su atalaya científica como lo fue la germana; tan innumerables son los beneficios que sin rédito ni torpeza se guardan silenciosamente en las causas de antiguos hechos, que así tomistas y agustinos engañados fueron con lo inmediatas que pueden ser los más prósperos de los conceptos, pero la Alemania tantos defectos halló en lo que el provecho común declaró como claro y necesario, y de tantos artificios se alimentaron sus esquemas, que si pudiera calificarse tan honesto desempeño como errado por desear tener la razón, error no fuera tratar el nuestro como malo por no creer que siempre habrá nación u hombre alguno que labre entendimientos de los que nadie nunca antes pareciesen haber pensado.