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Hitler / LA FERIA

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Sr. López

No nos hagamos tarugos, en la educación pública, todos tratan de controlar su orientación y contenido, conforme a sus ideas.

Cuando éramos Nueva España se procuraba alfabetizar (con magros resultados), y evangelizar (con gran éxito); aunque el principal interés fue aparte de la religión, enseñar el nuevo idioma y costumbres. Y luego enseñando artes y oficios porque los frailes encargados de educar indios tenían sentido común.

La autoridad del virreinato se esmeró en la educación, por eso tan pronto como 1551, a la Universidad asistían indígenas nobles, comunes e hijos de españoles a aprender filosofía, gramática latina, derecho y medicina. Pero eso fue porque tenían dudas muy serias sobre su derecho a conquistar y fueron de preguntones en 1493 con el papa Alejandro VI, quien les dijo que sí, pero a condición de catequizar (Bulas Alejandrinas, sustento de los ‘Justos Títulos de dominio del Rey de España’).

Les preocupaba tanto que por poquito abandonan los territorios de América. Si le interesa, busque los pleitazos que hubo en la Junta de Burgos (1512), y la Junta de Valladolid (1550-1551), en la que se agarraron del chongo fray Bartolomé de las Casas, quien decía que no tenían derecho, y el sacerdote y jurista Ginés de Sepúlveda, que decía que pero-por-supuesto-que-sí.

Ya cuando independiente México, llegaron al poder los liberales, Juárez y su reforma enfrentaron la realidad de que la educación en el país estaba en manos de la iglesia católica ¡y eso sí que no! Necesitaban crear al nuevo ciudadano de la nueva república y copiando el modelo de la Revolución Francesa que eran ideas de un tal marqués Condorcet -considerado actualmente, figura central para el desarrollo europeo, poquita cosa-, quien escribió “Cinco memorias sobre la instrucción pública”, para la constitución del ciudadano que creyera en la Revolución Francesa. Don Benito Juárez no era tonto y ha de haber dicho: mejor copiar que inventar. Y ya.

Luego vino Porfirio Díaz, quien recibió del juarismo la Ley Orgánica de Instrucción Pública (1867), con educación gratuita, obligatoria, sin rastro de religión, influenciada en el Positivismo de otro francés, Auguste Comte, quien sostenía que el conocimiento para ser válido dependía de su comprobación científica, con hechos positivos.

También don Porfirio recibió del juarismo la Escuela Nacional Preparatoria (1868), pero por influencia de Justo Sierra (El Educador de América), la abrió a las mujeres, cosa novísima. Aparte, creó las escuelas normales para formar maestros y ordenó congresos de intelectuales, maestros y educadores, para elaborar y emitir en 1888, la nueva Ley de Instrucción Obligatoria; como don Porfirio pensaba en grande, en 1905 creó la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes que tuvo bajo su responsabilidad en todo el país, la educación Primaria, Normal, Preparatoria y Profesional; junto con el Instituto Patológico Nacional, para el estudio científico de enfermedades; y aseguró de parte del Estado, el cuidado de los derechos de propiedad artística, literaria; los museos, bibliotecas, sitios arqueológicos e históricos; y la administración de teatros en todo el país. Pero algo le faltaba y tronando los dedos, fundó la Universidad Nacional Autónoma de México como hoy la conocemos, con ideas de Gabino Barrera, bajo la conducción de Justo Sierra. Pensaba en grande, no hacía nada a tontas y a  locas; convocaba a la gente pensante, la mejor, los oía y entonces actuaba.

Terminada la Revolución (esa espantosa guerra civil), se impuso el régimen que gobernó al país hasta el año 2000. Desde el inicio, en la Constitución de 1917 se mantuvieron en lo educativo, los mismos objetivos generales del siglo anterior (juarismo y porfirismo), ampliando la cobertura a todo el país y desde antes, en plena Revolución se puso en marcha “la instrucción rudimentaria”, para enseñar a los enormes grupos de analfabetos, la lengua española, leer, escribir y las operaciones elementales de aritmética.

Los revolucionarios triunfantes, como Juárez y don Porfirio, tampoco eran tarugos y se rodearon de los mejores para su proyecto educativo: por ejemplo, José Vasconcelos, don Gregorio Torres Quintero (discípulo de Enrique C. Rébsamen, ni quien se acuerde), y doña Eulalia Guzmán, a la que junto con Torres, los mandó Venustiano Carranza a los EUA, Francia y Suiza para estudiar las experiencias educativas de inmensos pedagogos como el alemán Federico Fröebel, el belga Ovidio Decroly y el yanqui John Dewey… para crear como crearon la “nueva escuela mexicana”.

Y llegamos a nuestros tiempos estos de la 4T, en los que un señor (es un decir), de nombre Marx Arriaga, desde su cargo de director de Materiales Educativos de la SEP, se echó a cuestas rediseñar los Libros de Texto Gratuito en tiempo récord y bailándose el zapateado en lo que dispone la Ley General de Educación, emitida el 30 de septiembre de 2019 (ya en plena 4T), cuyo artículo 23, manda que la SEP determinará los planes y programas de estudio, tomando en consideración a los “diversos actores sociales involucrados en la educación”; y que en el artículo 39, dice que la SEP hará esa determinación “con la opinión de las autoridades educativas de las entidades federativas y la participación de otras dependencias e instituciones públicas, sector privado, organismos de la sociedad civil, docentes, académicos y madres y padres de familia o tutores”.

Como don Marx no respetó la Ley, los padres de familia organizados consiguieron un amparo que impide la distribución de los libros, amparo con que el tipo este y el Presidente, ya anticiparon que se limpian y el Marx en un tuitazo muy ufano, advirtió: “Tienen justo un mes para detener la Nueva Escuela Mexicana”. ¡Ah!… es la Nueva Escuela Mexicana que él solito hizo, desde sus transformadores calzones.

A ver, una pregunta, quién dijo “en la organización escolar hoy interviene el Estado, llevando a los jóvenes instrucción sin consentimiento de sus padres”… ¿no sabe?… ¿se da?… Hitler.

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