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Hidalgo, ese amoroso monstruo concupiscente / El palo que habla

Hidalgo, ese amoroso monstruo concupiscente / El palo que habla
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Jorge Mandujano

mi maestra Marthita Guzmán,

mi adorada madre

Más allá de los más de 600 millones de pesos que el Gobierno de la Nación invirtió en la ahora memorable tarde con su noche del 15 de Septiembre, en un desfile más pobre que la bajada de los carros alegóricos del 21 de enero en Chiapa de Corzo, con fuegos artificiales y con los llamados cabezudos catalanes. Lejos, muy lejos del millón, ochocientos ochenta y un mil pesos que el señor Presidente Calderón autorizó para la vajilla que usarían los elegidos comensales, escogidos, únicos, asistentes a la cena de Palacio Nacional, y encargada a la Casa Uriarte de Talavera, en Puebla. En fin, más allá de los millones de banderitas y cartas del Señor Presidente que se imprimieron para tocar las puertas de los parroquianos, y así intentar desalentar un inocultable estreñido fervor patrio, cuyo fulgor abstracto es inasible, y a quienes les recordaba, por si se ofreciera, la totalidad de las estrofas del Himno Nacional, emergieron de quién sabe dónde, “proyectos y propuestas” de la gran empresa, de cuyo desempolvado corazón nacionalista se exhumó un singular amor a la Patria y su por demás apresurado recordatorio por la arrinconada pero inminente celebración de los cien años de laRevolución Mexicana.

Una vez más, la fiesta la pusieron los parroquianos. La sociedad civil. La misma que hacia ya varios años, y por este mes, había resuelto los estragos de un terremoto que había exhibido a un Estado inútil ante las desgracias. La Fiesta, la verdadera Fiesta, la ondearon como bandera única quienes aún domicilian la Patria, Real, Soberana, bajo la humilde teja de los caseríos.

Pero, con mucho, no es aquí donde se detiene esta contumaz entrega.

Más allá de la terapia histórica, una plausible cinta habita las salas cinematográficas de Tuxtlita La BellaHidalgo. La historia jamás contada. Una película que se erige como sana alternativa ante tanta intemperie fílmica.

Hidalgo. La historia jamás contada, de Antonio Serrano, no sólo abona, trasciende con dignidad las series que las televisoras acuñaron para estos festejos. Va más allá: apoyada en las innumerables versiones de incontables historiadores, aparecidos por contrato en estos benditos días, nos muestra a un cura Hidalgo humano, lleno de contradicciones internas, de miedos, pero también de actitudes contestatarias ante una Iglesia tan vulnerable como la conciencia de su feligresía, a quien atiende un Hidalgo culto, ávido lector, improvisado músico apasionado de la música y del teatro. En suma, un hombre enamorado de la vida.

A sabiendas de que la historia —por ende– es densa, seria, a veces aburrida, y mal contada es peor, Antonio Serrano se sentó a trabajar con Leo Mendoza en un guión que privilegió mostrar a un Hidalgo ajeno a las estampitas que nos obsequió siempre la SEP, y lo llevó a una cinta narrada en planos paralelos elípticos: el Hidalgo juzgado por la Santa Inquisición, y luego por la justicia del Virrey, para luego recurrir al flash back del Hidalgo niño aprendiz de teatro, y así justificar, en el Hidalgo adulto, su irrenunciable proclividad a los menesteres del arte. 

Antes que otra preocupación (y así lo consignan los historiadores), invertir en el ensamble de una orquesta de cámara, amenizadora más tarde de sus tertulias en la Casa Consistorial de la modesta parroquia de San Felipe que, al final del día, terminaría por ser llamada La pequeña Francia, Hidalgo apostó a una suerte de reflexión vicaria de la libertad. Sus lecturas le habían conferido una formación que generó hipertensión en el corazón del mismísimo Obispo de San Miguel, quien había gritado a los cuatro vientos que Hidalgo era un sacerdote excepcional, y quien encabezaba su listado ante la real autoridad, aunque en la cinta —según los guionistas– fue configurado como el más férreo de sus enemigos, tan sólo por contar con un antagonista dentro del libro cinematográfico.

Rodada en locaciones de San Luis Potosí y —en su mayoría— en Michoacán, la película de Antonio Serrano es, en primera instancia, una sabia conseja para quienes intenten cine de época y no sepan qué hacer con los mínimos detalles que den al traste con el contexto. Más allá de ocultar la contemporaneidad de los senderos transgredidos: cables, puertas, ventanas y zaguanes, propios de este tercer milenio, Serrano cuidó el color de sus paredes y de sus calles (la estricta dirección de arte). Sin abusar de la tinta que ahora tiñe con desmesura los promos de Televisa “Una Estrella más del Bicentenario”, la pátina de sus decorados logra cabalmente el atardecer de una aciaga Nueva España, acaso abatida, y la luz de una innegable nostalgia por las bondades estéticas de la Francia. Así, la formación de Hidalgo adviene de esas parcelas: traduce a Moliere y termina por montar Tartufo, la obra más prohibida del polémico comediógrafo francés. Es más, como mero dato adicional: de origen, el guión se llamaba Hidalgo Moliere.

Con una discreta producción, Antonio Serrano da cuenta de la liviandad de un cura Hidalgo, de quien, por cierto, El Vaticano ha salido, solícito y veloz, a declarar que jamás lo excomulgó.

El Miguel Hidalgo defenestrado de la rectoría de la Universidad de Michoacán, en mitad de la efervescencia de Valladolid (hoy Morelia), por sus ideas progresistas, y obligado a abandonar a su mujer y a sus dos hijos, allí, donde había defendido sus postulados ante el muchacho José María Morelos, y con quien —andado el tiempo–compartiría el movimiento libertario, es tratado por Toño Serrano como un personaje icónico pero despojado de la figura del héroe inmaculado, cuestionado portador del estandarte guadalupano.

En sus 115 minutos de duración, el filme no se apura en agotar gratuitamente las peripecias del personaje. Por el contrario, echa mano de secuencias que bien podrían arrastrar al espectador a la condena del mismo: por ejemplo, su amistad incondicional, dada su pasión por LFiesta, con el torero andaluz Marroquín, quien, a la par de lasreflexiones (sugeridas) póstumas de Hidalgo, usa el estoque para matar y luego degollar a poco más de 300 gachupines, entre ellos mujeres y niños, junto con los llamados presos de guerra de las fuerzas reales, sus paisanos, pues; resquemor que habrá de perseguir siempre al cura criollo hasta la hora confesional de su arrepentimiento. 

En cuanto a sus mujeres, el guión cuida también no ponderar la simple anécdota: dos hijos con su primera esposa, Manuela y, más tarde, su delirante pasión por Josefa Quintana, que termina por sumar a la singular confesión del cura en sus postrimeras comparecencias carcelarias: —He sido víctima de un frenesí. Para Hidalgo, la fornicación evitaba la condena si ésta se trazaba en sociedad conyugal, perdón, en matrimonio. Por ello, se casa con sus dos primeras mujeres, un evento que, con licencia para los guionistas (Mendoza y el mismo Serrano) escapa a la razón del colectivo imaginario. Y hay licencia porque no hay tiempo ni espacio para detenerse en particularidades ni en la sicología de cada personaje. Mucho hacen (los guionistas) al documentar el verdadero cáliz que seduce la garganta del otrora mítico sacerdote, cuando en pantalla advierte y presume lo que bebe: “vino-tequila”. Así andaría el bendito cura, acotarían quienes no han visto la cinta y, aún así, se atreverían a condenarlo.

Finalmente, habría que destacar las actuaciones de los protagonistas, bajo cuya luminosidad el muchacho aquel que, luego de lavar platos en La Gran Manzana y, más tarde, trabajar como DJ antes de partir a la escuela Shakeaspere en la fría Avenida Oxford, en Londres, Demián Bichir, terminó por asumir y desmitificar a ese monstruo concupiscente, Don Miguel Hidalgo. Un Demián Bichir maduro quien —lo ha confesado– tuvo que hacer casting para ganarse el papel.

De su lado, que no siempre a su lado (y qué bueno), Ana de la Reguera, una vez más, Anita divina, soberbia al encarnar el personaje que Serrano puso en sus manos.

Es ésta, pues, una seria, digna propuesta cinematográfica. Una fina cinta realizada con alegría, buen gusto y pasión por el género. En suma, una más que recomendable película mexicana que, por cierto, recaudó más de 39 millones de pesos en el primer fin de semana de su exhibición. Así, sí.

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Hidalgo. La historia jamás contada.

Dirección: Antonio Serrano.

Guión: Leo Eduardo Mendoza y Antonio Serrano.

Producción: Luis Urquiza y Lula García (Astillero Films, 20th Century Fox, CONACULTA).

Reparto: Demián Bichir, Ana de la Reguera, Cecilia Suárez, Raúl Méndez, Miguel Rodarte, Andrés Palacios, Odiseo Bichir, Plutarco Haza, Juan Carlos Colombo, Marco Antonio Liévano, Silvia Eugenia Derbéz, Yurem Rojas.

En Tuxtlita La Bella, y luego que el delirio fílmico meteorológico

no me ha dejado dormir

ante la amenaza de una nueva tormenta tropical.

En mi libro de crónicas Contar de los Cantares, que pronto verá las calles.

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