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Hambre y seguridad alimentaria en tiempos de guerra

Hambre y seguridad alimentaria en tiempos de guerra
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Manuel Ruiseñor Liévano

¿Qué tantos alimentos se producen para la suficiencia alimentaria de más de 8 mil millones de seres humanos? Se nos ha dicho que suficientes, pero conflictos bélicos como los desatados entre Rusia y Ucrania e Israel contra Irán, nos motivan a reflexionar sobre los temas de seguridad alimentaria y sustentabilidad del desarrollo. Sobre pobreza, hambre e injusticia.

Para empezar, los efectos de las guerras, que desde luego se hacen sentir más allá de sus fronteras, con los combustibles que se encarecen o no alcanzan a distribuirse por el bloqueo de rutas, ponen en prédica la exportación y el abasto de alimentos.

A nivel global, datos de la ONU revelan que a diario cerca de 733 millones de personas enfrentan el hambre; nos indican que alrededor de 258 millones, en 58 países, enfrentan inseguridad alimentaria aguda, lo cual constituye una verdadera paradoja, toda vez que al haber suficientes alimentos la humanidad, tal suficiencia es excluyente y, por ende, causante de desigualdad.

De modo que, rumbo a la tercera década del siglo XXI, el hambre aún campea con crudeza en diversos confines del mundo, siendo ejemplo de injusticia y causante de incertidumbre, violencia y pobreza.

Como dijimos, el conflicto armado entre Rusia y Ucrania y ahora la escalada bélica en el Medio Oriente, nuevamente ponen en prédica la exportación de granos, fertilizantes y aceites vegetales a continentes como África y Asia, y a regiones como América Latina, al paralizarse rutas comerciales y con ello sistemas de distribución de probada eficacia. Baste agregar que Oriente Medio es una zona clave para el suministro energético y alimentario global.

Todo un entuerto geopolítico conflictivo el cual golpea brutalmente a la humanidad y por ello debe desanudarse porque, como es sabido, alzas internacionales en el precio del maíz o el trigo se traducen en presiones al alza de los productos de primera necesidad. Sobreprecio e inflación. Ésta última, un enemigo brutal para economías como la mexicana.

¿Qué pasa en nuestro país? Resulta que, de acuerdo con datos de Coneval (2024), más de 28 millones de personas viven con carencia alimentaria y cerca de 4 millones enfrentan hambre severa. Lo cual, a diferencia de lo que regularmente se piensa, lejos de ser un problema exclusivo del sur campesino o de las sierras más aisladas, es también un tema de las ciudades.

A todo esto, debe agregarse la sequía hubo dejado más del 60% del territorio nacional afectado con suelos que se agotan por lluvias que cuando por fin arriban lo hacen en exceso.

De ahí que el campo mexicano, valga decirlo así: “no aguanta más” en un país como Mexico, que cada año produce menos e importa más alimentos. Mientras tanto, los pequeños propietarios agricultores, responsables de buena parte de lo que consumimos, tienen prácticamente cerrado el acceso a créditos, seguros, sistemas de riego, asistencia técnica, infraestructura de almacenamiento y a mercados justos. Para nadie es un secreto que, hoy por hoy, los efectos del cambio climático se resienten con mayor intensidad.

El hambre — no se puede negar— avanza por igual por causa de la informalidad del empleo, más aún cuando los salarios, aunque con crecimiento real, no logran cubrir la llamada canasta básica.

Chiapas no es una excepción a estos efectos y calamidades, porque la mujer productora gana menos que en otros estados y de ahí su migración hacia tierras de cultivo en zonas como en noroeste y el pacífico alto.

A todo este abalorio de obstáculos, los cuales deben ser mirados por las autoridades de los tres órdenes de gobierno, como desafíos a vencer, se suma el tema de la violencia, que en no pocas regiones del estado sigue desplazando a comunidades enteras y ha interrumpido ciclos agrícolas necesarios para garantizar la alimentación de las familias.

En una entidad federativa como Chiapas, profunda e históricamente campesina, los cultivos no pueden quedar abandonados, tampoco las tierras vacías o invadidas, ni peor aún el alimento, escaso.

No somos, por cierto, ejemplo de la nutrición adecuada en la infancia. Chiapas sigue en la lista de los estados con la prevalencia más alta en desnutrición crónica y talla baja infantil en el país. Lo cual trasciende en que en las aulas las niñas y los niños no puedan concentrarse en su formación. La llamada “hambre oculta”, un mal silencioso que afecta severamente su desarrollo cognitivo e intelectual.

Nos queda claro que no es la simple falta de comida lo que causa el hambre, sino la falta de condiciones dignas para acceder a ella.

La política y la guerra han sido siempre impulsoras del hambre en el mundo. Regularmente, se confunde combatir el hambre con una cuestión de buena voluntad, un error político, porque se trata más bien de un asunto de justicia. Una cuestión de elemental justicia social. Se trata de transformar y crear condiciones dignas para que a la población no le falte alimentación suficiente y nutritiva.

Los chiapanecos, sin excepciones, estamos llamados a mirar con ojos nuevos el modo en que producimos, distribuimos y valoramos los alimentos. Los chiapanecos tenemos que reconocer que el derecho humano a la alimentación es, ante todo, dignidad, y que el hambre —amén de ser un grave problema del desarrollo—, es una responsabilidad de todos. Cualquier otra cuestión es más de lo mismo y eso ya no nos alcanza para asegurar nuestro futuro alimentario.

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