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Grillito Cantor / La Feria

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Sr. López

Tía Otilia, de las de Autlán, era grandota y de gran tonelaje, buena persona pero más brava que un Miura y en la cocina, una amenaza para la especie. Nadie de la familia nunca, por puro instinto de conservación, aceptaba ir a comer a su casa. Pero su marido, tío Emilito, señor chaparrín y más que flaco, delgaducho de dar lástima, se zampaba diario los guisos de su gigantesca mujercita (los siete hijos, en promedio a los 13 de edad, comían donde fuera, menos en su casa o no comían, mejor). Ya muy viejo el esmirriado tío estaba en agonía, rodeado por su tribu, en su cama, en su casa (antes la gente así nacía y así se moría), y contaban sus hijos que con un postrer esfuerzo, se enderezó y con voz firme, dijo a tía Otilia: -Cocinas horrible –y se dejó caer en las almohadas ya bien muerto.

Dirá usted que le importa más el clima el Hawaii que la cocina de tía Otilia y lleva razón, pero lo que interesa remarcar es la tardía e inútil declaración de ayer del Presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador (nunca falta un distraído, por eso se pone el nombre completo del Ejecutivo), quien en su madrugadora informó:

“Hay muchos organismos onerosos que no sirven para nada, son gastos superfluos (…)  esa es otra iniciativa de ley que quiero enviar, cómo desmontar todo ese aparato que crearon, paralelo al gobierno, para tener el control de todas las decisiones del poder público.”

Y siguió: “Que el Instituto de la Transparencia, que el Instituto de Comunicaciones, que el Instituto de la Competencia, que la CRE, que no sé cuánto (…) tenemos que hacer una reforma administrativa y tienen que desaparecer todos esos organismos supuestamente autónomos, y es supuestamente autónomos porque no le sirven al pueblo, están al servicio de las minorías”.

Pero realista como es (no se ría), añadió: “Sí hace falta hacer todo este ajuste y sí voy a dejar esta iniciativa (…) si no la aprueban lo que quiero es que quede constancia de que eso está mal y no quiero ser cómplice, este año o el año próximo, antes de irme”.

Y un cielo impasible despliega su curva… mamá, soy Andrecito; no haré travesuras.

Todos, son todos, nadie dude de la palabra presidencial, todos porque “no sirven para nada”, o sea: el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI); la Comisión Reguladora de Energía (CRE); la Comisión Nacional de Hidrocarburos (CNH); el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT); la Comisión Federal de Competencia Económica (COFECE).

Además, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH); el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE); y el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval). Dijo todos y no es cosa de ponerse rejegos ante el reclamo presidencial.

Y como sí dijo todos, se le recuerda al respetable tenochca letrado, que también son organismos autónomos, el Banco de México (BM); el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi); la  Fiscalía General de la República; y pero-por-supuesto, el Instituto Nacional Electoral (INE)… ¡ah! y desde 1929, la UNAM, la Universidad Nacional Autónoma de México. No sirven para nada.

Ya veremos después, cuando mande su explosiva iniciativa al Congreso, cuáles incluye porque se ve un poquitín difícil meterse con la UNAM o el Banco de México. Quede dicho que la Fiscalía puede incluirla y tal vez sería el único organismo autónomo que sí debería volver al ámbito del Poder Ejecutivo, que jura hacer cumplir las leyes y a la hora buena, resulta que es un órgano autónomo el que investiga los delitos, el que procura justicia… en fin, ya se verá.

Lo que sí ya le deberían decir al Presidente sus cercanos, es que los órganos autónomos son constitucionales, con personalidad jurídica y patrimonio propios, esto es, que se debe modificar la Constitución para desaparecerlos o sustituirlos por otros a modo, perdón, por otros más eficientes. Eso.

Y si ya lo sabe, entonces por eso dijo lo de que nada más se trata de dejar constancia (como tío Emilito), “de que eso está mal y no quiero ser cómplice, este año o el año próximo, antes de irme”, porque no tiene los votos necesarios en el Congreso para armar su despelote.

No se entiende nada más una cosa (es un decir, no se entiende tanta cosa en este gobierno que es mejor hacerse el disimulado), y esa cosa es ¿por qué esperó hasta su sexto año de gobierno para emprender la demolición de los órganos autónomos?… ¿se le pasó?… ¿no podía?… ¿les dio chance?… averígüelo Vargas, diría doña Isabel la Católica. La cosa es que ya está decidido (él) a “desmontar todo ese aparato que crearon, paralelo al gobierno, para tener el control de todas las decisiones del poder público”. No ha entendido nada.

Los órganos autónomos no tienen el control de todas las decisiones del gobierno (dijo “poder público”, para encubrir que la cosa es con él), sino exclusivamente de las funciones que la Constitución les encarga para lo que tienen autonomía política, jurídica y administrativa; y pueden emitir normas sin que intervengan los políticos, con facultad para iniciar leyes ante el Congreso, de asuntos de su competencia, establecidos en la Constitución sin que el Presidente tenga autoridad sobre ellos, ni los otros dos poderes, ni los partidos políticos.

Tal vez lo que incomoda al Presidente (en su sexto año de gobierno), es que los órganos autónomos, constitucionalmente, tienen mismo nivel que los órganos soberanos del Estado, los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, con los que los órganos guardan relaciones de coordinación y control.

Sí, lo que son es un real cuarto poder que hacía falta y que han funcionado mejor que regular, particularmente el INE, mejor que bien.

Así las cosas, el Presidente ya de salida, dejará constancia no de que no es cómplice sino de que le molesta todo lo que limite sus decisiones, sin recapacitar en que dejará constancia de que soñaba con ser un rey, como el cochinito de la canción del Grillito Cantor.

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