Sr. López
Sabido es que del lado materno-toluqueño de este menda, no había divorcios por el qué dirán y por su catolicismo todo-terreno. Pero tía Consuelo se divorció muy tranquila, explicando a las otras señoras en sobremesas sin maridos: -Me casé para toda la vida, sí, pero con otro, amable, gentil, cariñoso y decentísimo, no con ese patán indiferente y panzón que se pedorreaba en la cama –bueno, visto así…
A ver, en serio, como vamos, vamos mal. Sin idealismo fantástico. Sin realismo trágico. Sin desdeñar lo mucho que se ha hecho bien, sin negar que es más, mucho más lo que se ha hecho muy mal.
Vale decir que somos un país joven, con menos de un siglo de haber empezado a funcionar realmente como país, porque nuestro siglo XIX fue un carnaval de errores, bajezas y cobardías, de pena ajena. Sí, un país que de 1929 a la fecha, logró no poco pero fracasó en mucho. Y no conviene insistir tanto en la juventud de la nación, México se independizó en 1810 (no es cierto, pero no es el tema), y los USA en 1776. O sea, el vecino del norte tiene 34 años de edad más que nosotros. México era la Nueva España, el virreinato más rico del imperio español; cuando nos independizamos estábamos infinitamente más desarrollados que los EEUU, en todos los órdenes… y mire usted cómo están las cosas ahora.
Contra lo primero que pudiera pensarse, no es la economía nuestro principal fallo, mal que bien el país está entre las primeras 15 economías del mundo y dice el Banco Mundial: “es la segunda en América Latina (…) con instituciones macroeconómicas sólidas, apertura comercial y una base manufacturera diversificada que se integra a cadenas de valor globales”. Sí, muy cierto, pero ahora mismo la economía se dirige a la quiebra (sin trapitos calientes), y si todavía no es nuestro principal problema, en poco tiempo puede serlo y mayúsculo.
Nuestro fracaso está en otro orden, de mucho fondo, con serias consecuencias. Oficialmente somos una república y pareciera que nadie se detiene a reflexionar si de veras los somos… y no, no somos una república.
República es una forma de Estado en la que la ciudadanía es la primera y única fuente de poder político a través de elecciones, pero nuestros comicios no reflejan la voluntad popular sino las necesidades de las mayorías, paliadas, aliviadas un poco, peso sobre peso, beca sobre beca, pensión sobre pensión (de hambre).
En una república para evitar abusos, el poder se divide en ramas, en poderes, ejecutivo, legislativo, judicial, completamente autónomos uno del otro; en México nunca -NUNCA- ha sido realidad la separación de poderes; apenas unos añitos el Poder Judicial fue autónomo, ya no.
En una república todos son iguales ante la ley. En una república, el gobierno, los tres poderes, están sujetos a la Constitución y las leyes. En una república, los actos de gobierno y los gobernantes, son vigilados y sancionados.
Y lo más importante: en una república la Constitución garantiza los derechos de toda la población y es inviolable, lo que en México es una ficción: la Constitución se acomoda a las necesidades, deseos, caprichos e intereses del Presidente de turno. No somos una república.
Tampoco una federación de estados libres y soberanos: los estados dependen del gobierno federal, en todo (o en mucho, para no exagerar), y los gobernadores, en la práctica, son empleados del Presidente, unos con disimulo y otros, la mayoría, encantados de la vida de comportarse como criados.No somos una federación.
Otra cosita: nuestro sistema de gobierno es presidencialista. En sí, no tiene nada de malo el presidencialismo, los EEUU son así, aunque todo debe decirse, los muchos países presidencialistas que hay en el mundo, casi todos son una facha. Hay otras maneras de organizarse. Pero, en fin, nuestro régimen es así y deformamos ese sistema convirtiendo al titular del Ejecutivo, en emperador soberano a plazo fijo.
Sin tremendismo, sin ser república, ni federación, sin que la Constitución sea segura carta de navegación, el país está al garete. Sometido a la buena o mala suerte de la calaña que tenga quien se hace a la buena o a la mala, del poder federal.
Los países están en situación crítica cuando su solución depende de que aparezca por obra y gracia de la buena fortuna, la persona, una, que tenga el coraje para poner remedio. Lo triste es que eso no dura, la gente muere (o se retira), y las cosas se vuelven a descomponer.
México necesita un rato de buena suerte y que llegue a la presidencia de la república alguien que asuma como su principal responsabilidad política, convocarabogados, pensadores, instituciones y políticos intachables (sí hay, no se ría), a redactar una nueva Constitución, bien hecha, seria, no el endriago, el engendro esperpéntico que ahora tenemos, regresando el Poder Judicial a su estado anterior: es oligofrénico elegir jueces por voto popular. Y que la nueva Constitución se someta a votación general en todo el país, bien redactada sin idioma técnico, clara y breve (brevísima). Se puede.
Una nueva Constitución cuyas reformas no apliquen al gobierno en curso, sino hasta el siguiente; los presidentes juran cumplir la Constitución, al asumir el cargo, esa Constitución; no juran cumplir la Constitución como la acomoden. Que cumplan lo que juraron, la Constitución que juraron. Y que las reformas las aprueben dos tercios de los congresos estatales, no la vacilada de ahora de mayoría simple.¡Ah! y que cada reforma a la Constitución se someta a referéndum y terminar con ese manoseo perpetuo del proyecto del país.
Otra cosa sencillita, que mucho ayudaría, es que todas las votaciones en el Congreso sean secretas. Noveríamos esas sospechosas mayorías aplastantes, amañadas, sumisas y cínicas. Y como estamos soñando, que la Secretaría de Hacienda no dependa del Presidente de la república. Quiero ver, dijo el ciego.
Son sueños, son ilusiones, pero nada cambiará si no cambiamos y vamos a cambiar porque vamos al caos y a la ruina, ya pronto… y a grandes males, grandes remedios.