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Galimatías / Palestra y Panóptico: Nadie a salvo

Galimatías / Palestra y Panóptico: Nadie a salvo
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Ernesto Gómez Panamá

Hace 30 años, recuerdo, la ciudadanía se informaba a través del noticiero de la noche -si lo dijo Jacobo es que es verdad-, o a través de la prensa escrita -La Tribuna, el Número Uno, La Voz del Sureste, acaso también por la radio con Reporteros en Acción o el entrañable FAR y su fantástica narrativa de la nota roja.

Chiapas era un mundo aparte. Al extremo sur de México, con un aeropuerto disfuncional en el que los aviones bajaban un día no y dos más tampoco, la prensa nacional no llegaba a diario y si en ella venía una nota golpeadora peor aún, era tan fácil como requisar lotes completos de El Universal, La Jornada o Proceso para que nadie en la aldea se enterara.

En 2019 y desde hace ya algún tiempo, la información llega desde plataformas diversas y a velocidad espeluznante.

Hoy, nos enteramos de la formación de la Caravana Madre, de la declaración de La Gaviota sobre su pronosticado divorcio o de la última pifia de Trump en el momento que los hechos están teniendo lugar.

Adicionalmente a ello, este nuevo paradigma de lo que es la información y cómo se transmite, ha permeado a otras esferas: de la mano de la información puede ir también la denuncia. El internet y -su brazo armado- las redes sociales, son la palestra, son la arena, son el panóptico del que escribieron primero Jeremy Betham y más adelante Michael Foucault. Un modelo de vigilancia permanente y total. Un gran ojo que observa y castiga.

Hoy, cualquiera con acceso a un teléfono inteligente puede convertirse en vigilante. Cualquiera. Pero de la misma forma cualquiera puede convertirse en víctima de sus decires y haceres presentes y pasados. Cualquiera.

Todo este prolongado soliloquio viene a cuento porque la semana pasada la escena periodística y la escena cultural se cimbraron ante las docenas de denuncias arropadas en las etiquetas#metooperiodistasmexicanos y #metooescritoresmexicanos. El escenario es catastrófico. Surgieron nombres grandes, chicos, renombrados y de medio pelo. Nadie. Puede que nadie esté a salvo, así haya sido algo sucedido hace décadas o apenas la semana pasada. Este panóptico pareciera implacable. Tamiza sin piedad. O qué es, si no, la ruina del actor Kevin Spacey luego de saberse de sus modos de acosar adolescentes y ofrecer papeles a cambio de favores sexuales.

Nadie -me refiero central y fundamentalmente a los varones- nadie estamos a salvo. La sociedad machista que nos crió, nos otorgó privilegios, el privilegio de creer que las mujeres son presas y nosotros cazadores. Lo vivimos y lo actuamos de maneras inconscientes. Lo hemos normalizado, pero pareciera que con esta palestra-arena-panóptico del internet nos ha llegado la hora del examen de conciencia y el castigo. No es fácil hoy día encontrar espacios donde estemos a salvo del gran ojo vigilante. Todo se graba, todo se mira, todo se escucha, todo se sabe. Benditas redes como dijo el presidente. Bendita posibilidad de erradicar a la impunidad y a su primo cercano, el acoso.

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