Carlos Álvarez
Todos tenemos cierto conocimiento de un género literario cuya naturaleza bastarda le ha permitido gozar de bienes bastante generales, y de poseer cierto derecho otorgado por su heredad para no tener ninguna obligación de entender de lo que habla. Sin contar los experimentos más recientes de las formas verbales, la crítica literaria es siempre la parte más involutiva y desafortunada de las artes escritas. Prestemos atención a la siguiente idea de Alfonso Reyes: Los críticos no son ya buenos por imparciales, porque su labor, de acuerdo con la indestructible y eterna verdad psicológica, es creación nueva y arte de por sí, y no receta para juzgar lo ajeno.
Si acaso podemos agradecer a la crítica que la no muy poderosa atención de los lectores se alimente de angustias repentinas del intelecto es porque un crítico es parcial. La imparcialidad no puede ser una virtud en un oficio que está obligado a discernir los objetos de la novedad, la razón y la vanidad en obras generalmente inéditas para la opinión pública. Podemos entender que nuestro espíritu público conserve cierta obsesión por la imparcialidad si prestamos atención a la seriedad con la que asumimos que quienes son dueños de los resolutivos poderes del desenvolvimiento, que en no muchas mentes abundan para subyugar la razón de los demás, son personas inteligentes.
El tema de ser inteligente corresponde a otro debate. De vuelta a la imparcialidad, deberíamos saber que no es más que un altruismo. Como cualquier altruismo, es bastante menos desafortunado despreciarlo porque lo compadecemos, que admirarlo porque lo entendemos. Samuel Johnson dijo más o menos lo siguiente sobre el tema: el éxito, la prosperidad, la vanidad, las calumnias, y la fama, tienen los mismos efectos en todas las condiciones; los exitosos son envidiados, los prósperos halagados, los calumniados son tolerados, los famosos nos desquician, y los vanidosos siempre merecen nuestra atención. Un crítico debe ser debidamente parcial como para ahondar en algo caótico como los libros. Un crítico imparcial no es un crítico; o cuando menos lo que hace no es algo crítico. Sería más bien un estadista de las condiciones comunes de la humanidad; en este sentido, un crítico estaría relacionado con la literatura en el mismo sentido que un ladrón está con el bien.