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Estúpidos / La Feria

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Sr. López 

Se solicita estúpido. Descripción del puesto: empleo de alto funcionario en oficinas federales. Turno mixto, disposición para madrugar. Sueldo según aptitudes. Estudios: cualquier carrera terminada (no obligatorio). Requisitos: obediencia y amplia capacidad para el ridículo. Idiomas: español 80%. Experiencia: ninguna. Interesados, presentarse con referencias comprobables que acrediten su fracaso en otros empleos (¡atención!, preferencia a desempleados voluntarios y exfuncionarios con denuncias por corrupción; aproveche). Sexo indistinto. Inteligentes, eficaces o decentes, absténganse. 

No es broma. Revise cuántos estúpidos están en el palo de hasta arriba de este gobierno. Claro que para afirmar semejante cosa se debe proceder con algo de rigor y definir lo mejor posible, qué es la estupidez (y no diga como ciertos especialistas de renombre, ‘estupidez humana’, lo que de suyo es una estupidez, pues no hay estupidez vegetal ni animal). 

Según el diccionario, estupidez es la torpeza notable en comprender las cosas, y estúpido es el necio, falto de inteligencia. No parecen buenas estas definiciones ante la evidencia de las estupideces que no raramente cometen inteligentes y hasta muy inteligentes. 

Efectivamente, de la estupidez no se libra nadie y todos hemos cometido alguna, alguna vez (en plural es más preciso: algunas, algunas veces). Una primera conclusión es que no todo el que hace una estupidez (o varias), es estúpido y que es eso, un estúpido, el que o no se da cuenta que las comete o dándose cuenta, se empeña en negarlas diciendo estupideces (y continúa cometiéndolas). 

Tal vez por eso a muchos pensadores fascina el tema. ¿Qué es la estupidez, que es ser estúpido? Lo han tratado indirectamente desde algunos filósofos griegos (lectura recomendada: Luciano de Samósata), pasando por Séneca, y otros como el muy divertido y recomendable Faustino Perisauli (1450-1523) que aparte de escribir su defensa de la gula (“De honesto appetitu”), es autor de ‘El triunfo de la estupidez’ (“De triumpho Stultitiae”), sin que se sepa a la fecha si el afamado Erasmo (el de Róterdam), le copió la idea al escribir su obra que NO se llama ‘Elogio de la locura’ sino ‘Elogio de la tontería’ (“Stultitiae Laus”), impresa en 1511, para que vea que este menda lo pone al día. De nada. 

Luego hay un vacío de siglos hasta llegar al XIX, cuando ya varios sesudos intelectuales le dedicaron el tiempo que merece al estudio de la estupidez, dadas sus consecuencias en la persona, la familia, las organizaciones y los países. Son varias las preguntas que atenazan a esos estudiosos: ¿se puede ser poco estúpido?, ¿es un estado permanente?, ¿es contagioso? (sí, ni lo dude: platique media hora, diario, un mes, con un estúpido y verá que empieza usted a decir estupideces; huya, cuéntele a quien más confianza le tenga). 

La falta de espacio obliga a ir directo al grano así que para hacer su propio resumen, aprovecha este tecladista lo escrito por Antonio Fernández Vicente (BBC News, Mundo -31 julio 2020-, tomado de The Conversation), aprovechando entre otras, las ideas del filósofo alemán Johann Eduard Erdmann (1805-1892): 

1. La estupidez es peor que la maldad; 2. Estúpido es el que sólo tiene en cuenta su punto de vista; 3. El estúpido padece egoísmo intelectual, es tosco y fanfarrón; niega la complejidad y difunde su simplicidad de forma dogmática; 4. El estúpido opina sobre todo; 5. El estúpido se expresa como si estuviese en posesión de la verdad absoluta; 6. El estúpido es un ciego que se cree clarividente; 7. El estúpido está enamorado de sí mismo e ignora todo lo demás; 8. La estupidez se alimenta de grandes ideales difusos, de lugares comunes, de proclamas simplistas: todo es blanco o negro; 9. La estupidez se emparenta con la intolerancia y la ausencia de diálogo; para el estúpido el único punto de vista legítimo es el suyo y el de un grupo social determinado, el de una facción concreta: la suya; 10. La estupidez se expande mediante consignas engreídas y sin fundamento, coreadas en un clamor colectivo irracional; 11. La estupidez puede afectar sin distinción a cualquier persona. 12. La estupidez es persistente, tenaz (esta es de Albert Camus en “La peste”: “la estupidez siempre insiste”); 13. El estúpido no distingue lo importante de lo accesorio; 14. El estúpido se aferra a sus dichos y si alguien lo confronta con hechos, no argumenta y alega tener mejor información sin darla; 15. El estúpido se obstina con tozudez en lo baladí, lo no importante; 16. El estúpido es inepto para jerarquizar prioridades; 17. El estúpido ante sus fracasos busca culpables, no asume su responsabilidad. 

¿Le suena familiar algo de lo anterior?… bueno, pues ni modo, así estamos. 

Claro que los intelectuales no se quedan en tratar de aclarar, describir y si pueden, definir qué es la estupidez y quienes son los estúpidos, no, también ofrecen consejos y hasta el remedio, advirtiendo que sus consejos son válidos para la propia persona, nunca para otro estúpido, por eso Camus afirmaba. “La cruzada contra la estupidez está perdida de antemano”, y es cierto, no hay manera de que los estúpidos razonen con rectitud (mucho menos cuando su actitud es hija de la soberbia, pues, dándose cuenta de su estupidez, más se aferrarán, pero nunca cederán). 

Giovanni Papini, recomendaba para acabar de una vez con la estupidez (la personal), preguntarse: ¿soy un imbécil? Otro remedio muy grato, es el sentido del humor, esa risa inteligente de grandes pensadores y comediantes. Y acaba por disfrutarse decir: me equivoqué o ¡pero qué tontería dije! (o hice). 

Una receta para quienes cargan la responsabilidad de tomar grandes decisiones que pueden afectar a otros, es que oigan la opinión de otros y plantear sus propuestas como preguntas para recibir sugerencias, por eso existen los consejos de administración en las empresas y reuniones de gabinete en los gobiernos. Bueno, sí, pero esa receta es una estupidez, pues solo oyen consejo los que NO son estúpidos.

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