Corina Gutiérrez Wood
¿El estrés? Ah, ese viejo amigo que se mete a la cama contigo, aunque no lo invites. Te abraza por las mañanas con la sutileza de un cobrador del SAT, te sigue durante el día como un ex insistente que no entiende el concepto de “cerrar ciclo” y se queda contigo hasta la noche, justo cuando intentas dormir y te acuerdas de todo lo que no hiciste. Pero no te preocupes, no estás solo: todos estamos estresados. Ser “estresado” es casi una insignia de éxito moderno. Si no estás corriendo contra el reloj o respirando por la herida, probablemente nadie te toma en serio.
Y la razón de todo este caos tiene, por supuesto, una explicación científica. (Tranquilo, no es un texto motivacional disfrazado de conocimiento ni una invitación a comprar suplementos relajantes). Resulta que el villano —o héroe, según se mire— de esta historia tiene nombre: cortisol, la hormona del estrés. Esa pequeña molécula se activa cuando la vida decide lanzarte un “plot twist”, o sea, uno de esos giros de guion que ni el karma veía venir: el tráfico, el jefe con sus cuentos épicos, el recibo de la luz o simplemente existir un lunes.
Pero aquí viene la parte deliciosa del asunto: el cortisol también aparece cuando te enamoras. Sí, así como lo lees. Esa misma sustancia que te hace sudar en una junta o apretar los dientes frente al banco, también se dispara cuando esa persona te mira y el corazón se te quiere salir por la boca. ¿Ves? La biología no distingue entre amor y amenaza. Todo lo que acelera tu pulso entra en la misma categoría de “riesgo vital”.
Si lo analizamos con frialdad (o, mejor dicho, con cinismo), los síntomas del amor y el estrés son prácticamente los mismos.
Chécate esto:
1. Aumento de la frecuencia cardíaca.
2. Respiración acelerada.
3. Músculos tensos.
4. Presión arterial elevada.
Sí, lo mismo que sientes antes de una presentación importante o al ver tus estados financieros lo sientes cuando esa persona te sonríe. El cuerpo no tiene idea si estás al borde de un infarto por angustia o por deseo. Y la pregunta inevitable es: ¿es estrés o es amor? Pero no lo sabrás hasta que intentes invitarle un café y termines hablando como si te hubieran anestesiado para sacarte una muela.
Podríamos pensar que todo depende del contexto, pero lo cierto es que el cuerpo reacciona igual ante el peligro que ante la pasión: se prepara para sobrevivir. La diferencia está en el final del cuento. En el estrés, el cortisol manda: estás en modo “alerta roja”, con la cabeza lista para pelear, huir o fingir que estás bien. En el amor, en cambio, entran las sustancias felices: serotonina, dopamina y oxitocina, el santo trío de la locura romántica. Gracias a ellas crees que el mundo tiene sentido, que tu crush es “diferente” (no, no lo es) y que la vida finalmente te sonríe, justo antes de morderte.
Pero aquí viene la ironía máxima: no todos soportan tanta felicidad química. Hay gente que, apenas empieza el cóctel hormonal, entra en pánico. En lugar de flotar en la nube del amor, corren como si hubieran visto al cobrador del karma. Son los fugitivos del afecto, los atletas del autosabotaje, los que confunden vulnerabilidad con debilidad.
¿Los has visto? Esos que, cuando las hormonas del amor se asoman, salen disparados en dirección opuesta como si Cupido tuviera una orden de restricción. Es casi poético: mientras su cuerpo los llena de dopamina, ellos están buscando la salida de emergencia emocional. Y claro, lo hacen con argumentos “racionales”: “No estoy listo”, “No quiero lastimar a nadie”, “Estoy enfocado en mi crecimiento personal”. Traducción: me da pánico que alguien me quiera de verdad.
Podríamos culpar a la infancia, al trauma, al coaching mal digerido o a la astrología de TikTok, pero la verdad es más simple: el amor descoloca. Y hay personas que prefieren la incomodidad conocida del estrés a la incertidumbre deliciosa del amor. Porque el estrés, al menos, tiene manual: café, insomnio y un poco de cinismo. En cambio, el amor… el amor es ese juego sin reglas donde puedes perderlo todo por un mensaje mal interpretado.
Además, hay algo adictivo en el estrés. Es socialmente aceptado. Decir “estoy estresado” suena productivo, casi admirable. Decir “estoy enamorado”, en cambio, puede sonar irresponsable. Porque, claro, ¿quién tiene tiempo para sentir mariposas cuando hay pendientes, metas trimestrales y un algoritmo que alimentar?
Y, sin embargo, ahí está la paradoja: el amor puede curar lo que el estrés enferma. Literalmente. Cuando amas (y te aman, no cuando estás rogando), tu cuerpo produce oxitocina, que reduce el cortisol y calma la mente. Es decir, el antídoto contra el estrés es el mismo veneno que algunos evitan. Biológicamente hablando, podríamos decir que el amor es el ansiolítico más barato del mercado, pero con efectos secundarios impredecibles: desde la risa tonta hasta el colapso emocional.
Algunos, aunque su nivel de cortisol baja para dar paso a la serotonina, la dopamina y la oxitocina —esas moléculas que invitan a dejarse abrazar por Eros—, salen huyendo como si el cortisol se hubiera disparado otra vez para liberar glucocorticoides y fueran perseguidos por el mismísimo Hades.
Así que, mejor, déjate arropar por el amor y deja de huir como si fuera una enfermedad mortal. Que, si así fuera, igual te vas a morir; y seguramente es mejor recibir a la muerte amando que estresado.
El problema es que, como especie, nos hemos vuelto adictos al drama. Preferimos la adrenalina del caos a la calma de la conexión. Nos quejamos del estrés, pero no sabemos vivir sin él. Lo alimentamos con entregas imposibles, relaciones tóxicas y la gloriosa adicción a “estar ocupados”. Porque nada asusta más que tener tiempo para sentir.
Y mientras tanto, el amor espera pacientemente, con su coctelito hormonal, listo para ofrecerte una cura natural que no requiere receta. Pero claro, aceptar el amor requiere algo más peligroso que enfrentar al jefe o pagar la hipoteca: bajar la guardia. Y eso, para muchos, es impensable.
Así que seguimos corriendo, fingiendo control, coleccionando ataques de ansiedad y llamándolos “reto personal”. Mientras tanto, los que se atreven a amar andan por ahí con cara de haber descubierto una sustancia ilegal. Porque, seamos honestos, eso es el amor: una droga que te hace creer que todo vale la pena, aunque sepas que el efecto no dura para siempre.
Quizá la verdadera madurez emocional no sea eliminar el estrés, sino aprender a distinguir cuándo estás sufriendo por algo que vale la pena. Porque si vas a tener el corazón acelerado, al menos que sea por un beso, no por una junta de Zoom.
Así que la próxima vez que sientas el pulso disparado, hazte la pregunta crucial: ¿estás estresado o enamorado? Y si no puedes distinguirlo, tal vez estás vivo, que ya es bastante logro en esta era de agotamiento crónico.
Al final, tanto el estrés como el amor te suben el pulso, te quitan el sueño y te hacen decir cosas ridículas. La única diferencia es que el amor te deja mensajes cursis y el estrés, facturas médicas.
Así que, si de morir se trata, que sea por amor, así al menos te hacen poema, no junta de seguimiento.