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Escribir es inherente al ser / Al Sur

Escribir es inherente al ser / Al Sur
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Guillermo Ochoa-Montalvo

Querida Ana Karen, en este lugar con aires de taberna decente, se levanta un tapanco con el aspecto pacífico y doméstico de cafetería de una ciudad sin ruido para refugiar a sus habitúes quienes encuentran el espacio ideal para escribir, leer o hacer ambas cosas. Desde un rincón, abro mi libro tras el cual observo a cada una de las personas.

Ninguno charla. Cada quien en su oficio, explorando su mundo interior. Al observarlos, recuerdo mis primeras experiencias con la pluma cuando apenas cumplía 8 años; después, me llegan las imágenes escribiendo mi Diario personal, iniciado desde los 13 años y al releerlo, descubro que pasé de la infancia a la edad adulta brincándome la adolescencia como seguramente le sucede al jovencito de la mesa contigua

Se trata de un chamaco delgado, bajito, exageradamente encorvado, de vestimenta casual tratando de dar un aspecto entre bohemio e intelectual. Escribe sobre una libreta roja sin detenerse. De vez en vez, le da un sorbo a su malteada de fresa. En ese chico me reflejo a su edad, escribiendo manifiestos, panfletos y artículos durante el movimiento estudiantil de 1968. Para entonces, mi pluma se deslizaba con rebeldía en contra de la injusticia. 

El chico se perturba con mi mirada que ahora dirijo hacia un hombre garboso de gabán negro y aspecto taciturno, metido entre la tinta y un café que ha dejado enfriar con tal de no frenar su escritura. Con ese hombre evoco la década de los 80, cuando algunos columnistas de fama, me dieron la oportunidad de escribir en calidad de ghostwriter donde descubrí el placer de escribir columnas para los periódicos afamados a finales de los años 80. Conociendo mis limitaciones, nunca tuve la pretensión  de alcanzar la popularidad como escritor; y mucho menos, la fama. Sin embargo, la pluma me obligaba a escribir cada día como lo hacía desde muy joven al cultivar el gusto por escribir cartas como pretexto para expresar vivencias, ideas y emociones. Cartas que sólo Karen, me respondía desde Delaware.

Al tapanco de la cafetería llega una mujer atractiva de mediana edad, luce una cabellera larga y bien peinada; su gesto es amable. Tiene aspecto de maestra universitaria; de su mochila saca una laptop y comienza a escribir como yo solía hacerlo en el Café Los Cómales de Tapachula; ciudad donde disfrute impartiendo talleres de lectura y redacción a chicos de secundaria y preparatoria. Esa fue mi plataforma en los años 90, para acepar la invitación del periodista Carlos Zwanziger Cadena mejor conocido como Carlos Z. Cadena; a esa invitación, le siguió la de Don Rubén Guizar del Diario del Sur y Ramón Guzmán en Zona Libre, quienes me abren las puertas para publicar columnas políticas, sociales y culturales en sus respectivos periódicos. 

La mujer pide dos cafés expresos y un vaso de agua. Me hace suponer que alguien la acompañará; pero nadie llega. Estoy tentado a preguntarle que escribe con tanto afán, pero contengo mi impulso. Me levanto con pretexto de acudir al baño y de reojo observo que escribe en la plataforma digital de WordPress dándole formato desde el código de fuentes. Yo nunca aprendí programación, pero cuando llegó la Internet a Tapachula, con ayuda del Dreamweaver diseñé mi propio periódico digital en 1977 llamado Columna Sur donde participaron más de 120 escritores hispanos de distintos países. Los tiempos de la tecnología corren más vertiginosamente que mi capacidad de adaptarme a ella. Con el inició del PHP que sustituyó al HTML,  le dije adiós a Columna Sur. La mujer pide otros dos expresos sin dejar de escribir; apenas levanta la mirada un segundo hacia el mesero. Ahora, mastica un lapicero y mira hacia el techo como quien busca respuestas en el cielo.

Un hombre viejo, muy entrado en años, sube con lentitud las escaleras de madera; se sostiene del barandal con fuerza consciente del riesgo de caer. Me siento tentado a ir en su auxilio, pero su aspecto es áspero, su rostro ajado y adusto, me hace declinar. Lo miro con curiosidad y trato de imaginar su historia; esa costumbre mía de crear historias al ver a las personas. 

El anciano ocupa la mesa junto a la mía que ha desocupado el chico hace rato. El viejo saca un cigarro el cual nunca enciende pero lo mantiene entre sus labios. Me lanza una mirada y me oculto tras el libro. En su cara pálida se apreciaba un aire de resentimiento que le añadía interés. Era difícil definir su personalidad. Trate de visualizarlo en su juventud, pero no encontraba ningún Indicio para ello.

Tímidamente me le acerqué para preguntarles tendría algún cerillo o encendedor porque deseaba fumar fuera del establecimiento. El anciano me respondió que había dejado de fumar años atrás aunque mantenía la necesidad de sostener siempre, un cigarro en la boca. Esa extravagancia o manía me pareció tan original como ridícula. Entonces le pregunté por qué lo hacia. El viejo tomó el cigarro entre sus dedos y me respondió, -¿usted, no tiene apegos? Pensé la respuesta porque de verdad nunca he sido de apegos a nada ni a nadie; pero no quise parecer arrogante y le respondí, —si, mis apegos son a los libros, la pluma y mis perros.

—Invíteme un café, ando tieso, -me lo solicitó llevándose las manos al pantalón simulando mostrar sus bolsillos vacíos levantando sus hombros como quien denota resignación. El viejo continuó diciendo con voz pausada, —su cabello largo denota la época que vivió de joven, expresa rebeldía, confianza en sí mismo y libertad para hacer lo que le viene en gana. Me desconcierta su cubre bocas, pero veo claramente las huellas del tiempo en su semblante y en sus canas, aunque usted es menos viejo que yo. ¿A qué se dedica?

—A esta edad, debo mantenerme de las consultorías que me dan para vivir y hasta hace poco, invertía mi tiempo en escribir columnas para algunos diarios impresos y digitales; pero hace días renuncié a ese oficio para concentrarme en corregir mis obras literarias que espero, se publique a mi muerte.

—Nadie puede renunciar para lo que nació. Escribir es inherente al Ser, y sin conocerlo, puedo asegurar que su vida es escribir y a eso, nadie puede renunciar. Usted se miente, se justifica. ¿Se siente decepcionado porque nadie lo lee? ¿Se siente insatisfecho por no alcanzar alguno de esos reconocimientos de pacotilla? ¿Le tiene miedo a la muerte? ¿Sabe? Uno escribe para sí mismo, no para lo demás, aunque suene a cliché. Ahora le pregunto, Montalvo, si usted escribe para sí mismo, ¿para qué publicar?

La pregunta del ancianos me cimbró, pero le respondí con sinceridad. —En mi caso, publicar me permite construir un archivo ordenado donde puedo revisarme, releerme; descubrir mis propias contradicciones en el devenir del tiempo. Quizá, en el futuro de algo sirvan mis escritos; quizá no y mueran en el olvido.

El viejo me dijo que él era de esos quienes renunció a lo que más amaba que era justamente escribir diciendo, —Ese arte me ofreció grandes satisfacciones y desilusiones. Me aislé para crear la gran obra nunca escrita. Me aislé del mundo y al final, no teniendo qué hacer ni adónde ir, ni amigos a quienesvisitar, perdí el interés en la literatura y en los libros. Si me lo pregunta, le diré que sí. Me arrepentí de ser desleal a mi vocación. Evite cometer este mismo error, amigo. Tome su pluma y lidie las batallas que le faltan por librar. Regrese al ruedo, es su vida, de nadie más. Dejar de escribir es una acto de cobardía.

El anciano se levantó, agradeció el café, se llevó el cigarro a los labios y bajó con parsimonia cada uno de los escalones dejándome un dejo de nostalgia y esperanza al mismo tiempo. Había sacudido mi conciencia y me cuestioné para mis adentros, ¿por qué no hacerle caso? Debo retomar mi camino , pero lo haré desde la sección cultura de Al Faro como esa luz que nos salva del naufragio porque si escribir es inherente al ser, también es una cuestión de amor.

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