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Esbozo de Francisco de Quevedo

Esbozo de Francisco de Quevedo
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Carlos Álvarez

De tantos hombres se han tenido noticias cuya piedad más eficaz fue para saber merecer elogios que para dar consejos ciertos, y de modo que escribieron y defendieron los arquitectos de la sabiduría, que no son los méritos bienes por admirados, que ni lo son las admiraciones buenas por ciertas, porque según se afecta el alma en todo su oficio pareciendo que de cada pensamiento sobrevienen dos desgracias, que el defender nombres, acciones, vicios y desvíos de quienes supieron las mínimas y principales partes del universo, y que de tanto ocio que repara expresar las cosas nimias, prefirieron pasar a mejor vida dejando la ignorancia de este lado de los cielos abrazada a mil verdades; a modo que ni la fortuna sea más liberal con lo que no puedo entender y que de esta manera se me perdone diseñar más de una causa para todo lo que mi ambición tratara como desgracia para mi obra, y que no sea la razón tal extremada ni tocante en sus condiciones con mi buena voluntad, que así el mismo rigor no puede darnos más de una vez el mismo precepto para tener más en cuenta nuestra honra que nuestra poca honestidad, así el serme juzgado como liviano de las facultades que demandan las biográficas artes, no es daño ni desamparo, si mi labor repara en ser más biógrafo de axiomas, errores, conceptos y nociones, que de hechos y de nombres.

Fue Quevedo agraviado por la naturaleza, a temprana edad destetado de común sentido, y a no muy madura preñado con íntimos secretos de los que sabrosamente aborda y tonifica el Evangeli; era de tripas lagañoso, de ojo indigestado, de esperanza engañada, de virtud mal calibrada, de joroba remilgada, que si abejorro de virtud le decían sus enemigos era porque el culo lo traía en las espaldas; le criaron las altezas la nariz tan fea a modo que la riqueza de su lengua se viera de todas partes de su persona alimentada; sintieron loscielos santos, que casi siempre más livianos son cuando por cada piedad dan mil desgracias, menos respeto y consideración de la que quisieron tener por sus pasadas creaciones, y por no querer que fueran más perfectas las postreras, que por tener que cambiarle el sentido a todo lo que habían mandado a hacer, mejor le vino presumir que todo dolor es leve, y que toda fealdad, material es al fin de bienes más perfectos. Estaba ya el madrileño acabado de todo sentido que objeto de remedio no parecía, cuando más perfecto lo hizo la miopía, pues así los sabios que enorme nombradía tuvieron y ninguna falta de parecer hallaron en todo lo que veían, y tampoco la gente en todo lo que ellos decían, sintió la Providencia que dotado el mundo entero de buen sentido, malgastados eran los tiempos en fantasear en vivas cosas mediante muertas metáforas y alegorías, así poco más que todo lo que nunca pudo ser necesario tuvieron los ojos de don Francisco para contemplar mediante lucientes cristales aquello que dice don Garcilaso que es todo muestra clara de oscuros desengaños.

Cautivo estuvo por loar las eses, y de los abominables vicios que su doctrina repara prefirieron decir los biógrafos que tanto le exigía el santo oficio de ser divino que más dolor sintió de morir casado con su instinto, que ni haberse divorciado del buen sentido, ni pasar pensión a su vergüenza le certificaban en falsas glorias, y en letra más grande se hacía el lema de su epitafio, que tosas las cosas son más raras cuando se les entiende que oscuras cuando se les ignora.

Tiene comienzo su vida, según lo decreta el santo oficio, cuando toca la razón con el sentido que ninguna vida tiene, y dáse su consistencia por incongruente, y su forma por imposible, que ocupado al fin vivió de todas las propiedades por las que es decente lo sagrado, y no cuidó que en su razón se hallaran materiales para juzgar indecente lo mundano, que por ello en vez de llamarle narigudo mejor debió el homero español decirle rogador de orbes, pero como ni al uno ni al otro le pudo ser restado en menester el deseo de ser bien entendido robando a todos la facultad de ser reverenciado, pienso yo que el uno fue parido de tarde como quienes todo entienden sin pensar en ello, y el otro de noche vio la luz como quienes nada saben por más que todo entiendan. 

Es sabido que no es el ser malo por sí mismo sino acompañado de cosa alguna, que no nacen los poetas siendo malos sino que el entenderlo todo los hace, ni puede la gente ser mala de nacimiento por más que probado está que el nacer es malo, en tanto de esto algunos dicen que el ser faltos de propósito les hace adolecer de virtud y que por ello es malo el ser y lo que le acompañe; pero como no es posible que esté la naturaleza falta de simplicidad, ni que la razón más la puede discernir de lo que ella por sus acciones nos lo dicta, al fin, que es malo el ser por no saber entender lo que le conviene, y como no hay cosa que por gracia, bien y provecho de nuestro entendimiento convenga más de lo que hiere y daña, que así como el Séneca dice que no menos gente fue abatida por la ira de los ciervos que por la ignorancia de los reyes, lo mismo dijo don Francisco diciendo “cuánto más importa guardar la piedra de la justicia, el gobierno, los ministros, y el propio rey nuestro señor,” porque si es bueno el ser cuando a duras penas nada le acompaña, más se entiende por esta rarísima industria que faltó decir a Santo Tomás que como no puede estar el ser sujeto a nada, porque hasta la nada le acompaña, que tan bueno cada ser cada quientanto como él quiera y tan malos son todos, como las cosas le permiten, como el poeta lo dice en su salmo:

“Cualquier instante desta vida humana

es un nuevo argumento que me advierte

cuán frágil es, cuán misera y cuán vana.”

Dice Voltaire en su ensayo sobre las costumbres que creer en Dios y en los espíritus, que terminan por ser más raros que complejos por no ser ni muy de hueso ni muy de carne, ha sido siempre error metafísico, pero el no creer en nada ha sido error moral y en tanto más imperdonable. Fue Montaigne de la opinión que ninguna acción de nuestra vida fuese motivada por otra razón que no fuera la de no ser desdeñadas por el vulgo, dijo Plutarco que obráramos a modo de que el más ilustre quisiera imitar cuanto fuera dicho o hecho por nuestra persona, y juzgando Quevedo que todas las cosas o bien son propias cuando no son ciertas, o bien ajenas cuando sí lo son, que por ello no puede haber cuidado más sumo que sensato, ni más verdadero que racional, que se juzgue todo lo que hagamos a modo que nada quede sin ser entendido cuando poco se le contemple, y más por el temor que algunos tienen de no imitar lo que miran y escuchan, que aquello que en nombre nuestro haya sido vindicado, más motive imitarle sin que entendido sea primeramente.

Que nada puede fortalecer más un prejuicio que la novedad -dice Johnson en su The Tambler 106- que un precepto que es recibido sin ninguna objeción y es tratado en todas partes como incorruptible, y nada puede alimentar más la envidia y la obstinación que la novedad que los preceptos nuevos inspiran; Quevedo dice esto:

“y morir de acertado

fue tardanza grosera,

pues infama tal muerte quien la espera;

que morir del amago de la vista,

fuera, aunque no es de brutos animales

morir como las almas racionales.”

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