Guillermo Ochoa-Montalvo
Querida Ana Karen,
En efecto, hay un línea muy delgada , imperceptible y subjetiva entre el concepto de erotismo y pornografía. Para algunos el milenario arte hindú, chino y árabe resulta explícitamente pornográfico como las obras de Sade, mientras otros, opinan que es arte erótico como las ilustraciones de arte de Manet, Ingres, Daumier, Segal, Warhol, Toulouse-Lautrec, Renoir, Picasso, Dali… es irremediable no evocar las lineas de un cuerpo en los dibujos de Magritt y eso me hace reflexionar acerca del erotismo y la pornografía a través del tiempo.
CULTO A LA GENTILIDAD
La imagen porno se alimenta de la devoción a la genitalidad, su mensaje esencial es el regodeo del cuerpo en el sexo, en su camino sagrado hacia el desbordamiento. El porno nombra a los órganos y los actos amorosos de manera explícita, sin eufemismos, porque transgrede y consagra al mismo tiempo la vida interior. Las palabras vulgares que designan a los órganos, los productos o los actos sexuales introducen el mismo desmoronamiento… Los nombres vulgares del amor no por ello dejan de asociarse a esa vida secreta que llevamos a la par con los sentimientos más elevados.
El llamado “morbo” que despierta no es sino el desencadenamiento de los deseos de contemplación y conocimiento, más allá de la higiene sexual, y de identificarse con un tono comprensible y humano acerca del cómo y cuándo gozar del juego en todas sus posibilidades.
Si se cuestiona al porno como simple y burdo espectáculo para voyeristas ¿por qué no cuestionar al cine,al teatro en general, a la Internet? Si la función esencialista y demostrativa es propia del porno lo es también de toda representación; una buena carga de obscenidad reside también en ellas, si obscenidad se entiende como el acto de reproducir al sujeto espectador.
PORNO Y PROSTITUCIÓN
Otro juicio en contra de la pornografía refiere a la prostitución, aunque dicha referencia no se limita a reivindicar ese oficio, es cierto que hay elementos para hacerlo. En tiempos remotos la prostitución se ejerció como el sacerdocio del culto a la genitalidad. Las prostitutas eran grandes maestras del erotismo, conocedoras de las zonas sensibles del cuerpo y de gran variedad de artificios afrodisiacos, emparentadas con la brujería, ejercían la prostitución como todo un arte —el pago formaba parte del intercambio ceremonial—.
Las hetairas, cortesanas de la antigua Grecia, por su talento, instrucción, elegancia, su arte exquisito y su hermosura competían con los grandes sabios. Pero junto al ejercicio de sagrado y artístico de la prostitución surgió el de la baja y miserable, emparentada con el comercialismo. Más tarde la religión cristiana señaló el carácter pecaminoso de ese tipo bajo de prostitución, pero lo dejó sobrevivir; en cambió quemó a las brujas junto con los cultos eróticos.
Con el desarrollo del capitalismo el oficio de la prostitución se ha venido degradando cada vez más y de aquel culto a la genitalidad ya no quedan ni vestigios. Desde esta perspectiva, todo representación que incite al envilecimiento comercial del sexo también será degradante y quizá, en esta concepción se considere el comercio de imágenes que circulan en las plataformas de la Internet.
EL PORNO DENTRO DE LA CULTURA POPULAR
¿Será el porno la forma con la que el vulgo, gente común y corriente suele manifestar y reconocer el erotismo? Sospecho que si. Las formas “cultas” y refinadas, sublimes del erotismo son apropiadas por académicos, gente de “buen gusto”, por la aristocracia intelectual, que no puede pecar de retrógrada y entonces no sólo acepta sino admira y hasta venera en museos las grandes obras del arte erótico. Mientras para los léperos el erotismo es todo aquello que los calienta, lo que cruda y directamente los incita al manoseo, al coito apresurado.
Platón nos habla de los tipos de cultos que se tributaban a dos diferentes Eros, uno al Eros celeste, ministro de Afrodita Urania, hija de Uranos, este culto inspiraba los “actos elevados” del amor en los que no se manifestaba la sensualidad fogosa de la juventud. El otro culto se dedicaba a Eros popular, ministro de la Afrodita popular o Pandemia, hija de Zeus y Dione; los inspirados por este amor gustaban de las “acciones bajas”, dando preferencia al cuerpo sobre el alma, cuanto más irracionales tanto más aspiraban al goce carnal. Es evidente que nuestra cultura ha heredado varios rasgos de esa antigua división del erotismo.
Ambos tipos de inspiración amorosa son válidos, lejos de excluirse entre sí, se complementan. Cuando Sócrates revela los misterios del amor, a través de Diotima, nos dice que Eros es un ser intermedio entre los mortal y lo inmortal, entre lo humano y lo divino: un demonio creador de la esencia adivinatoria y el arte de los sacerdotes con relación a los sacrificios, a los misterios, a los encantamientos, a las profecías, a la magia, siempre está a la vista de lo que es bello y bueno, atrevido, perseverante, cazador hábil ansioso de saber, siempre maquinando algún artificio, aprendiendo con facilidad, filosofando sin cesar; todos estos dones son herencia de su padre Poros (Dios de la abundancia) y Penia (la madre de Eros dios del amor), la Abundancia, pero también heredó de su madre Penia, la Pobreza, el aspecto físico y desaseado del mendigo.
La esencia de Eros es, pues, la ambigüedad entre al hambre y la saciedad; por tanto EL AMOR NO VIVE DE LA POSESIÓN SINO DEL DESEO PERMANENTE DE SU OBJETO. Para Sócrates el objeto del amor es la generación y la producción de belleza, así como el deseo de la inmortalidad.
A los ojos de Bataille el erotismo es el “desequilibrio en el cual el ser se pone así mismo en cuestión conscientemente”. Los motivos de ese desequilibrio son múltiples, no se limita a lo espiritual o a lo carnal y mucho menos a convenciones estéticas. La intensidad voluptuosa de la pornografía puede ser motivo suficiente para provocar un cuestionamiento integral del individuo; ese delirante chorrear de jugos hará temblar la balanza.
Como sea, Ana Karen, el debate entre pornografía y erotismo pasa por los juicios morales, la subjetividad y sobre todo por la percepción del espectador, lo cual, lo convierte en un debate sin conclusión ni final hasta el fin de la humanidad. Por lo pronto, puedo decirte que tu propia concepción de uno u otro, será en ti una cuestión de amor.
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