Corina Gutiérrez Wood
Ser princesas hoy no tiene nada que ver con coronas ni vestidos vaporosos. Ya no pensamos en carruajes, príncipes ni mucho menos en finales felices. La realeza moderna se gana siendo multitask, sobreviviendo a crisis existenciales y con café bien cargado.
Ahora la rutina es contestar mensajes a cualquier hora del día, pagar los servicios, aunque sabemos que hasta el saldo emocional esté en rojo, y aun así tener la audacia de hacer una pausa para preparar café como si fuera una pócima mágica, como si nuestro día no fuera una tormenta disfrazada de pendientes controlados.
No esperamos rescate ni que un príncipe azul llegue a salvarnos. Nos autogestionamos, nos organizamos y, cuando por fin aparece un minuto libre en esta corte caótica, lo aprovechamos para sorber un café frío o fingir que respiramos hondo, con la misma fe con la que antes pedíamos deseos a las estrellas. Antes soñábamos con hadas madrinas; ahora programamos alarmas para navegar un bosque lleno de pendientes y duendes invisibles. ¡Y si no hay tiempo, improvisamos!! porque la vida es ese dragón indomable que nos reta a diario, nos invita a bailar con fuego y nos enseña a brillar en la oscuridad.
Hay días en los que todo funciona: la alarma suena, el internet no se traba, el clima coopera, menos nosotras, que seguimos protagonizando nuestro propio cuento descontrolado. Y aun así nos levantamos, nos vamos a trabajar, participamos, sonreímos con estabilidad emocional fingida, opinamos con claridad, como si no hubiéramos tenido una mini crisis existencial entre el cepillo de dientes y el primer café del día. Fingimos estabilidad con la destreza de quien ensaya para un casting de una obra de teatro
Somos realeza sin palacio, sin corte, sin manual de protocolo. Reinamos sobre agendas saturadas, castillos mentales y reinos en crisis, pero con la cabeza en alto y la corona inclinada pero sostenida con pasadores de paciencia. Las hadas madrinas se fueron y dejaron su lugar a notificaciones, los bailes se volvieron reuniones virtuales sin música, y el príncipe azul ahora aparece en forma de mensaje tibio que pregunta “¿sigues despierta?”, justo cuando quisiéramos no estarlo.
Y, aun así, aquí seguimos. Firmes, lúcidas, o al menos funcionales, a veces brillando, aunque sea por el iluminador que nos pusimos al maquillarnos. Nos levantamos, no porque todo esté bien, sino porque no tenemos opción, pero ya que estamos arriba, nos ponemos nuestro mejor outfit y nos rociamos perfume. ¡Ah! Porque eso sí: si voy a enfrentar al mundo, lo haré oliendo a La Vie Est Belle.
Esto no es un cuento de princesas. No hay palacio, ni dragón, ni rescate en corsel blanco. Pero tenemos agenda, maquillaje a prueba de todo y una dignidad que brilla más que cualquier tiara, porque si la historia no promete final feliz al menos nos encargaremos de escribir, el que sea, perocon estilo.
Ser princesas hoy no es negar la realidad, no es romantizar la vida; es saber decorarla