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En su sitio / La Feria

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Sr. López 

Las elecciones del 6 de junio son las más importantes en la historia reciente de México. No, no es cierto: son las más importantes en la historia de México. 

En trece días más los mexicanos, algunos mexicanos, decidiremos el futuro del país: su rescate o su deriva hacia una falla sistémica y a crisis que nos recordarán -a quienes tenemos edad-, por qué fueron aceptados los tajantes cambios de fondo implantados a partir de 1982, que con todos sus errores, defectos e inexcusables corruptelas, dieron estabilidad económica, crecimiento, la mejora vida de millones, la real disminución de la miseria, los servicios de salud con el mayor alcance jamás logrado; propiciaron la creación de órganos autónomos que revisan y contrapesan al poder, y de la mayor importancia, la organización y control de las elecciones en manos de los ciudadanos con el IFE, hoy INE, que hizo realidad la alternancia ordenada en el poder, primer barrunto democrático afianzado por el reconocimiento por parte del Estado, de nuestros derechos humanos, ya no las garantías individuales que nos eran concedidas. 

Si triunfan la apatía o el voto mendicante, ya añoraremos lo que el discurso oficial actual señala como causa de nuestros males, descubriremos que los problemas nacionales no se resolvían con división y encono, y que el destino de 126 millones de personas no puede estar a lo que disponga un hombre, por sabio que fuera, por ejemplar que fuera su vida política, no siendo lo uno ni lo otro. Si metemos la pata, extrañaremos aquellos malos tiempos, sufriendo peores. 

Las elecciones intermedias en México tienen tufo a calificación del gobierno federal de turno. Por supuesto no siempre fue así, pero las cosas empezaron a cambiar hace mucho y ya tan lejos como en 1973, en la elección intermedia de Luis Echeverría, la gente le cobró su atropellado activismo político, propinándole tres derrotas de muy importantes candidatos a diputados federales: Mariano Villanueva líder nacional de los ferrocarrileros; Eloy Benavides secretario General del SNTE; y Joaquín Gamboa Pascoe líder de la CTM en el entonces D.F., quien quiso que Mario Moya Palencia, secretario de Gobernación y presidente de la Comisión Federal Electoral (no había INE, el mismo gobierno organizaba, calificaba y manoseaba las elecciones), le arreglara el asunto -total, era poner numeritos en un acta que podía firmar cualquiera-, pero el candidato panista Gerardo Medina Valdés lo había arrastrado y don Mario lo mandó a volar, igual que hizo el dirigente nacional del PRI, Jesús Reyes Heroles. Las cosas no eran tal como imaginan algunos que leen moviendo los labios. 

Luego, en 1977, don Jesús Reyes Heroles, ya como secretario de Gobernación, impulsó la reforma política que dio inicio a la transición de México a la democracia electoral, dando paso libre a los partidos opositores. Muchos viejos líderes se opusieron y don Jesús les respondía que no tuvieran miedo que “lo que se opone, resiste y lo que resiste apoya” (más o menos, no vaya usted a decirlo como cita). 

Así las cosas, en 1979, en las elecciones intermedias de López Portillo, el PRI perdió un tercio de las curules de la Cámara de Diputados federal, le parecerá poco, pero entonces el país se quedó conteniendo el aliento, ¡qué palo! 

Y como no queriendo, paso a pasito, para la elección intermedia de Zedillo, en 1997, el PRI perdió el 62% de las diputaciones federales y el 61% de senadores; se volteó la tortilla, el Poder Legislativo pasó a ser un real actor en el gobierno nacional…. y tres años después, el PAN ganó la presidencia de la república, sin ni un priista en todo el país alegando fraude. 

En las elecciones intermedias de Fox, el PAN ganó solo una tercera parte de la Cámara de Diputados. La gente parece que votó con sesos. No todo el poder en manos de un solo tipo. 

En las intermedias de Calderón, su partido, el PAN, se quedó solo con el 28% de las curules de diputados federales. Parece que el elector tenochca ya le había agarrado el modo a eso de repartir el poder para no quedar sujeto a los caprichitos de nadie. 

Luego fue la intermedia de Peña Nieto, en 2015, el PRI ganó el 31% de las diputaciones federales. Sí, definitivamente el elector nacional ya no se chupa el dedo. El Presidente tiene mucho poder, tanto que no se le puede permitir tener la tentación de convertir al Poder Legislativo en su Oficialía de Partes, sus mandaderos, pues. 

Ahora tocan las intermedias de López Obrador. Muy bien. Considerando que en las elecciones de 2018 arrasó y que no bastándole, se hizo de una mayoría artificial en la Cámara de Diputados, muy por encima -el doble- de la sobrerrepresentación que permite la Constitución, hay no poca gente preocupada (tampoco es cierto, andan preocupadísimos), sin encontrar reposo en el hecho de que no (NO) tiene mayoría suficiente en la de Senadores para modificar la Constitución, porque conocido su modo, no se sabe hasta dónde sea capaz de atreverse si arrasa en esta elección de diputados. 

No le falta razón a los desasosegados. Soplan vientos de fronda. La arremetida al Poder Judicial es peligrosísima e inexcusable (nada más el viernes pasado, el Ojeda secretario de Marina, declaró que en el combate al crimen organizado “parece ser que el enemigo lo tenemos en el Poder Judicial”); los intentos de intervención en algunos estados violando su soberanía, son cosa seria; y la siembra constante de discordia entre los mexicanos, creando bandos que se pretende sean de bandas, anticipan una clara intentona autoritaria y tal vez de prolongación del mandato. 

El Presidente, cuando no lo era, dejó prueba sobrada de su capacidad como agitador social. Eso hizo pidiendo fiado, imagine usted sus alcances ahora, con el erario a su disposición. 

Los descarados empellones al INE, anuncian un borrascoso conflicto post electoral… y la solución la tenemos a la mano, sí, votar, votar masivamente, que la derrota sea innegable y las reclamaciones, ridículas. No será la primera vez que ponemos al poder en su sitio.

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