Juan Carlos Cal y Mayor
En un mundo cada vez más globalizado y multicultural, la cultura occidental enfrenta desafíos que ponen en duda su relevancia y permanencia. Sus valores y legados constituyen la columna vertebral de muchas sociedades modernas. Defender la cultura occidental no implica rechazar otras tradiciones, sino reconocer su impacto positivo en la construcción de una civilización basada en la libertad, el progreso y los derechos humanos.
Raíces de la cultura occidental
La cultura occidental debe sus raíces a la antigua Grecia y Roma, donde surgieron conceptos fundamentales como la democracia, el derecho y la filosofía. El pensamiento de Sócrates, Platón, Aristóteles y otros tantos sentaron las bases del razonamiento crítico y la búsqueda del conocimiento. El derecho romano estableció principios legales que aún sustentan los sistemas jurídicos modernos.
El cristianismo añadió una dimensión espiritual y moral, consolidando valores como la dignidad humana, la caridad y el respeto a la vida. Durante el Renacimiento, el redescubrimiento del conocimiento clásico impulsó un florecimiento cultural sin precedentes, dando lugar a avances en las artes, la ciencia y la política.
Principios fundamentales
Uno de los pilares de la cultura occidental es la afirmación de la dignidad y la libertad del individuo. Este principio ha alimentado movimientos históricos como la abolición de la esclavitud y la lucha por los derechos civiles. La cultura occidental ha promovido el desarrollo de sistemas legales basados en normas claras y la igualdad ante la ley. Sin esta base jurídica, la justicia y la democracia serían imposibles.
La confianza en la razón y la evidencia empírica ha llevado a descubrimientos científicos y tecnológicos que han transformado la humanidad. La ciencia moderna es un legado indiscutible del pensamiento occidental. Desde las democracias atenienses hasta los modernos sistemas parlamentarios, la cultura occidental ha luchado por gobiernos representativos y el respeto a los derechos universales.
Desafíos contemporáneos
Actualmente, la cultura occidental enfrenta una serie de desafíos internos y externos. El relativismo cultural y la corrección política cuestionan sus valores esenciales, a menudo desestimándolos como meras imposiciones coloniales. Además, el auge de movimientos llamados progresistas, que rechazan la tradición occidental en nombre de causas identitarias, genera tensiones sociales y políticas.
La competencia geopolítica con potencias como China, Rusia o la India, que no comparten los mismos principios democráticos y liberales, representa un desafío estratégico. En este contexto, es crucial reafirmar los valores occidentales como una fuente de estabilidad, prosperidad y derechos humanos.
La necesidad de su defensa
Defender la cultura occidental no implica rechazar otras culturas, sino valorar críticamente sus contribuciones y preservar sus principios fundamentales. Los sistemas democráticos, la libertad de expresión y los derechos individuales son conquistas que no deben darse por sentadas.
La educación juega un papel central en esta tarea. Fomentar el estudio de la historia, la filosofía y las humanidades permite entender el desarrollo de nuestra civilización y apreciar su legado. Sin esta conciencia histórica, se corre el riesgo de caer en ideologías que buscan borrar o distorsionar ese legado.
La cultura occidental es un faro de libertad, creatividad y justicia que ha moldeado el mundo moderno. Su defensa es una responsabilidad compartida que implica reconocer sus logros y enfrentar sus desafíos con espíritu crítico. Solo así será posible construir un futuro donde la dignidad humana, el conocimiento y la libertad continúen siendo valores universales.
La invasión migratoria
Ahora mismo, Occidente enfrenta un fenómeno migratorio sin precedentes. Los musulmanes están invadiendo Europa haciendo valer sus preceptos dogmáticos, distintos a los de Occidente, trastocando la cultura de los pueblos originarios. A Estados Unidos están llegando millones de personas bajo la misma premisa. No se adaptan culturalmente y chocan contra sus preceptos fundamentales. Es lo que Huntington advirtió como el choque de las civilizaciones. Es la supuesta revancha histórica de los pueblos colonizados.
En Sudáfrica hay ahora un apartheid a la inversa que está convocando al exterminio racial de los blancos. A ello hay que agregar que Europa está atravesando una crisis demográfica que se caracteriza por una disminución de la población, un envejecimiento de la misma y una baja tasa de fertilidad.
Todos esos elementos están generando un caldo de cultivo propicio para el surgimiento de lo que ahora tildan como ultraderechas. No es otra cosa que una tardía reacción en defensa de las identidades que caracterizan la idiosincrasia y la cultura de esos pueblos hoy bajo amenaza.
La democracia aún puede salvar a estos países antes de que los migrantes sean las nuevas mayorías y terminen por controlarlos.