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El Presidente Sol / La Feria

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Sr. López

Tío Pascual era de los de Toluca. Oírlo movía a salir corriendo a la iglesia a echarse un Vía Crucis a rodilla, pero sus actos invitaban a meterse en la cantina a beber con extraños. Así era tío Pascual, una contradicción viviente. Caballero de Colón y masón grado 33. Alababa igual a Porfirio Díaz que a Madero; elogiaba a Zapata y sostenía que sin haciendas el país iba al hambre. Tía Cuquita, su esposa, estaba convencida que se había casado con un santo; sus comadres se negaban a saludarlo de mano, por libidinoso. Tío Pascual donaba dinero al asilo de ancianos, sin escrúpulos por su oficio de usurero. En la familia nadie lo quería, sus hijos, menos. Murió en su oficina, cosido a tiros; en el velorio, los hijos dijeron que había sido muerte natural. Sí que lo fue.

Algo anda mal. Antes, la ciudadanía coincidía en su opinión sobre el Presidente de la república, sin dudas ni discusiones. La gente ‘sabía’ si el Presidente era mujeriego, ladrón, tibio o de peligro. En cambio, en estos días de la 4T, hay quienes ven en Andrés Manuel López Obrador a la reencarnación del Mesías y quienes lo tachan de amenaza nacional; unos lo defienden contra viento, marea y evidencia, y otros lo atacan con vigor de cruzados en la conquista de Tierra Santa. Hay los que aseguran que es profundo pensador y los que sostienen que es un tonto de capirote. El respetable se divide: prócer o tartufo.

En una cosa está de acuerdo la inmensa mayoría (y la diminuta minoría también, pero lo niega): la ideología del Presidente de turno es desconcertante. Por su discurso a veces parece socialista (demodé, que hay socialismo moderno), o revolucionario de la más rancia tradición del priismo imperial; suena a catequista cristiano y asumiendo actitudes de enemigo del gran capital, sin empacho celebra con matraca la firma del T-MEC, originalmente promovido por George Bush papá, concreción de los más caros objetivos de la economía de libre mercado neoliberal. El discurso presidencial tiene aromas del pobrismo medioeval pero igual sostiene que la prosperidad de la nación depende de la iniciativa privada. ¿En qué cree el Presidente, cuál es su ideología?

Para sorpresa del propio Presidente, su perpetuo discurso y pocas decisiones, lo ligan directamente con el conservadurismo británico ‘One nation’, del siglo XIX cuyo adalid fue el primer Ministro Benjamin Disraeli (1804-1881; cuatísimo de la reina Victoria), promotor de la idea del paternalismo del gobierno y la clase adinerada, con los pobres, no por considerarlos víctimas o merecedores de todo apoyo por ser pobres, sino para tratar de atenuar las grandes divisiones sociales de la época antes de que se convirtieran en revuelta. La pobreza en el mundo protestante-calvinista es baldón, signo de degradación de la persona y (no se espante) presagio de condenación del alma a los infiernos; nunca es timbre de orgullo de clase, de ahí su culto por el trabajo y el progreso personal contante y sonante.

Es más obvio que López Obrador es conservador, en el sentido ordinario del término, por su postura personal en todos los temas que rozan la ética, la moral y la organización de la sociedad. Le sacan ronchas la legalización del matrimonio igualitario, la despenalización de las drogas, el aborto, las reivindicaciones de la mujer y los homosexuales. De esto su ‘Cartilla Moral’ y su prorrogada ‘Constitución Moral’. Por eso su alianza con el evangélico Partido Encuentro Social, en esa compañía se siente a gusto: lo negro es negro, lo blanco, blanco, sin matices, somos los buenos y por tanto los que sean diferentes, no.

El Presidente López Obrador, siendo como es, hijo político del perpetuo burócrata Carlos Pellicer, empollado en el más viejo PRI, asume el papel autodesignado de último representante genuino del ‘Nacionalismo Revolucionario’, esa exclusivamente mexicana ideología tan peculiar, patriotismo oral, izquierda pendular, temerosa y rencorosa amiga del tío Sam. Ideología enemiga real del liberalismo que la escandaliza, primero, por el valor que concede al individuo por sobre la ‘sociedad orgánica’ que para aquel priismo ya ido, era la dócil ‘sociedad domada’ en la que el individuo valía en tanto perteneciera a un sindicato autorizado, a una corporación, al movimiento, al partido, al gobierno; segundo, por la libertad económica que el liberalismo fomenta y explica la economía de mercado, formidable rival de la economía de Estado, planificada y centralizada; y tercero -pero primero-, por la liberal libertad de expresión que un buen ‘revolucionario nacionalista’ permite solo en el pensamiento, nunca en el careo, mucho menos en la libertad de prensa, prensa crítica, siempre sospechosa, de imposible vida propia, necesariamente meretriz de complotados. Y muy destacadamente, a ese ‘Nacionalismo Revolucionario’ le resultaban intolerables los contrapesos al poder, los órganos de control, la transparencia y sí, aunque usted no lo crea, los derechos humanos, concedidos por largueza del gobierno como garantías individuales, no intrínsecas a la dignidad de la persona.

La ideología de Andrés Manuel López Obrador es su lastre, su freno, es un muégano de percepciones e ideas sueltas, que no admiten discusión y forman un cuerpo dogmático amorfo, pero benéfico para la nación, porque él lo dice y lo dice con fe de iluminado. Su exigencia de lealtad ciega resulta de su convicción de que su manera de ver las cosas es necesariamente la correcta.

Su reacción ante la derrota de Trump, es natural; es remolón a aceptarla porque algo le advierte que ese resultado puede ser el espejo en que se verá si no en 2021, seguro en 2024; porque los hechos derrumban diario su convicción de que con su terca voluntad, más los recursos inagotables y la eficiencia -inexistente- del aparato de gobierno, le sería posible cambiar completamente y a su gusto al país. 

Qué triste para él, no hay rey ni presidente absoluto. Ya no es posible la encarnación del Estado, no, no será Andrés el Grande, el Presidente Sol.

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