Juan Carlos Toledo
En Chiapas, donde las necesidades de la niñez deberían ser prioridad absoluta, hay quienes las convierten en capital político. Tal es el caso del Senador Armando Melgar Bravo, quien ha decidido —con la frialdad del cálculo electoral— utilizar a los niños como escenario de su espectáculo de proselitismo disfrazado de “gestión social”.
Melgar Bravo, con esa sonrisa de promotor eterno y discurso reciclado, ha convertido visitas a escuelas, entrega de útiles y fotografías con menores en parte de su estrategia de posicionamiento. Lo que debería ser una política pública seria y continua, él lo ha transformado en un montaje donde los menores son utilería emocional, carne de selfie, elementos para alimentar sus redes y su ego.
Estos actos de oportunismo político no solo son inmorales, sino profundamente ofensivos. Representan un insulto para la niñez chiapaneca y una burla descarada para una sociedad que merece representantes comprometidos, no mercaderes del dolor y la pobreza.
Usar la imagen de los niños para ganar simpatía o votos no es nuevo en la política mexicana, pero sigue siendo inaceptable. En un estado con altos índices de marginación infantil, desnutrición y rezago educativo, no se necesita caravana con gorras y mochilas con logos, se necesita política seria, inversión sostenida y voluntad real de transformar.
La niñez chiapaneca no debe ser moneda de cambio electoral. No se negocia, no se usa y mucho menos se exhibe como trofeo político. Basta ya de campañas disfrazadas de ayuda. Basta ya de vender esperanza con fines personales.
Melgar Bravo y quienes como él creen que la imagen de un niño puede valer un voto más, deben entender que hay líneas que no se cruzan. Y si las cruzan, el pueblo tiene el deber de señalarlos con nombre y apellido. Porque la infancia no se toca… ni para lucrar ni para aparentar.