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El pitcher que nunca se cansó de soñar: Miguel Solís Castillejos

El pitcher que nunca se cansó de soñar: Miguel Solís Castillejos
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  • Mucho más que un brazo poderoso: Miguel Solís ícono del béisbol mexicano.

Eran las siete en punto en el parque central de Arriaga, Chiapas. La lluvia acababa de caer y el pavimento aún brillaba bajo las farolas, con ese olor a tierra mojada que anuncia memorias. Entre el bullicio de una tarde diferente y el aroma dulce de frutas recién exprimidas en Jugo Loco, me encontré con Miguel Solís. No cualquier hombre: una leyenda viva del béisbol mexicano. La cita era para una charla, pero resultó ser un viaje a través de la memoria, la humildad y la perseverancia.

Llegó puntual, con la sencillez que lo caracteriza. Pidió un jugo de betabel, manzana y apio. El mesero, confundido, respondió: “De eso no tenemos… solo betabel con zanahoria”. Un momento breve, pero revelador: hasta en los detalles más cotidianos, Miguel Solís sigue siendo extraordinario. Varias miradas lo reconocieron. Al fin y al cabo, no todos los días se comparte espacio con alguien que está en el Salón de la Fama del Béisbol Mexicano (ingresó en 1998).

Miguel nació el 30 de septiembre de 1952 en Arriaga, Chiapas. Fue el cuarto de trece hijos de Inés Castillejos Betanzos y Miguel Solís Herrera. Desde niño, la pelota ya lo llamaba. Su padre lo mandaba a espantar zanates en la milpa, pero él llevaba una pelota en la mano. Mientras su inseparable amigo Marcelino Betanzos hacía el trabajo duro, Miguel aprovechaba para practicar lanzamientos. Ahí, entre los surcos y la tierra caliente, nacía un pitcher.

Los primeros equipos donde jugó salieron de su tierra: Campesinos de la Azteca, Ganaderos de la Azteca y el equipo del Ejido Colonia Azteca, todos en un diamante improvisado cerca del río Las Arenas. Fue ahí donde nació su pasión por lanzar, inspirado por las revistas “Super Hit y Hit”, que llegaban con las hazañas de la Liga Mexicana.

Félix Zulueta, un cubano radicado en Arriaga, fue una figura clave, enseñándole los primeros pasos hacia el profesionalismo.

A su corta edad recibió su primer pago: cinco pesos por jugar en la Colonia Cárdenas. Ese domingo se remangó el pantalón y, descalzo, lanzó uno de los juegos más inolvidables de su vida. Su dinero lo gastó en el cine, con la sensación de que había encontrado su camino. Después, un señor al que le apodaban “La Ballena” lo contrató para representar a la Colonia Margarita en Pijijiapan. Aquel pelotazo fue un pulso con el destino, y él sabía que no era mera cortesía del juego.

Recorrió ligas municipales en Arriaga, Tonalá, Tuxtla y Tapachula, cruzando montes bajo soles ardientes, caminando horas por una oportunidad. En Tapachula fue campeón con el IMSS y los Tigres. En Tuxtla jugó para Transportes Tuxtla, del señor Javier Torres, hermano del Dr. Torres, dueño del transporte Aexa. Pero el gran vértice de su historia llegó con los Saraperos de Salamanca.

Volvió a Arriaga un tiempo, con la cabeza en alto pero sin la certeza de su futuro. Le dice a sus papás que le permitieran irse a Puerto México, ahora Coatzacoalcos, Veracruz; llevaba la ilusión de ver a Cananea Reyes, quien fuera mánager de los Diablos Rojos de México. Fue su mamá quien lo impulsó una vez más. Vendieron el último animal de la familia para que él pudiera irse a probar suerte en las ligas del norte. Así llegó a Moroleón, en Guanajuato. Sin dinero, sin conocidos, y con la fe intacta. Dormía en hoteles endeudado, comía lo que podía… pero no dejaba de entrenar.

En uno de esos partidos en Tonalá, Agustín Figueroa, originario de la Colonia Vicente Guerrero y ya pelotero profesional, observó a Miguel lanzar. Impresionado por su talento, le sugirió que lo buscara para recomendarlo con un equipo. Miguel, tímido y sin saber cómo acercarse, temía saludarlo. Sin embargo, se armó de valor y lo hizo. Agustín, al reconocer su potencial, lo contactó con Andrés “El Maya” Tanaka, quien en ese entonces era mánager de los Saraperos de Saltillo.

El Maya Tanaka, al recibir la recomendación, decidió darle una oportunidad. Le pidió que se presentara en Moroleón, Guanajuato, donde los Saraperos realizaban sus entrenamientos. Al llegar, Miguel se encontró con una situación difícil: no tenía dinero, debía dos días de hotel y no tenía para comer. Ante esta situación, los dueños del equipo le ofrecieron ayuda económica para cubrir sus gastos y le indicaron que se dirigiera a los departamentos vacíos donde se hospedaban los jugadores.

Al día siguiente, Miguel firmó su primer contrato profesional con los Saraperos de Salamanca, equipo de la Liga del Bajío. Cuando le preguntaron cuánto quería ganar, su respuesta fue clara y sincera: “Solo quiero jugar, que me den una oportunidad. No sé cuánto quiero ganar”.

“Solo quiero jugar, que me den una oportunidad. No sé cuánto quiero ganar.”
— Miguel Solís Castillejos

Ascenso imparable… hacia su equipo de sus amores

En 1972 debutó con los Saraperos de Salamanca en Teapa, Tabasco. El refuerzo extranjero faltó, y Miguel tomó la loma, blanqueó al rival… y el sueño empezó a tomar forma.

Con los Saraperos de Saltillo, el equipo de sus amores y quien le dio la oportunidad de su vida, encontró su verdadero hogar. Allí jugó 16 temporadas (1972–1986), forjando una leyenda imborrable.

Su campaña mágica fue la de 1979: 25 victorias y solo 5 derrotas, con efectividad de 1.84, líder en triunfos de toda la Liga Mexicana de Béisbol. Aquel año, junto a Manuel Peña, protagonizó un juego combinado sin hit ni carrera el 25 de marzo contra Ciudad Juárez —un símbolo más de su grandeza.

Su legado numérico en Saltillo es majestuoso: líder histórico de la franquicia en apariciones, aperturas (341), victorias (186), juegos completos (167), innings lanzados (2,497 ⅔), blanqueadas y ponches (892). Su número 30 fue retirado como homenaje a su entrega y talento.

En sus 19 temporadas en la LMB (1972–1989), sumó 202 victorias con un promedio de ganados-perdidos de .591 y 3.43 de efectividad, vistiendo también los uniformes de Diablos Rojos, Aguascalientes, Tabasco e Industriales. En 1998 entró al Salón de la Fama del Béisbol Mexicano, una justicia a una carrera forjada en sudor y sueños cumplidos.

Le decían “Indio” porque en los entrenamientos corría sin cansarse, siempre adelante, siempre con fuerza. Así lo llamaban sus compañeros y entrenadores: con respeto, con asombro, con cariño. Porque Miguel Solís nunca se cansó… ni de correr, ni de soñar.

“Una vida entre la milpa, las pelotas desgastadas y los sueños que jamás se rindieron”.

Hoy sigue sembrando sueños

Miguel no solo es leyenda: es mentor. Desde el BT Campeche, dirige un programa donde los jóvenes estudian preparatoria y entrenan béisbol. Su regla es clara: sin buenas calificaciones, no hay juego. Tres jóvenes promesas ya han salido rumbo a las grandes ligas, como Gerardo López (firmado por los Phillies de Filadelfia), Luis Mora y Arafat Gómez, promesas con futuro en equipos como los Charros de Jalisco.

Y mientras la gente camina por el parque central de Arriaga, con la humedad aún suspendida en el aire tras la lluvia, yo brindo por él. Por Miguel Solís. Por el pitcher que nació a orillas del río Las Arenas, y que dejó huella en cada loma y campo que pisó.

Por Juan Carlos Toledo.

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