
Roberto Chanona
Este poema de Jorge Luis Borges es una parábola acerca del arte, referente a la imposibilidad de una representación de la realidad, porque los tigres en su texto son infinitos. Según palabras del autor, es un texto muy triste, de resignación, porque la búsqueda, repito, es infinita. Cada tigre, al nombrarlo, ya no es el mismo, sino otro que no está en el poema y hay que buscarlo. Es el pretexto perfecto. Los temas verdaderos son el arte y la realidad insondable, y aunque se pueda crear una versión del entorno, también es ficticia.
Cuenta Borges que de pequeño iba al zoológico y se sentaba durante horas frente a la jaula de los tigres. Entonces deducimos que de ahí viene la fijación por esos animales. Lo que no alcanzó a ver es que en realidad era una premonición de su vida. En Mesoamérica el tigrees un animal atribuido al inframundo, a la oscuridad, porque puede ver en la noche de los bosques. Nuestro poeta vagó en esa penumbra por muchos años al quedar ciego. Además, si recordamos sus palabras, el amarillo fue el único color que nunca lo abandonó, que le fue fiel hasta su muerte, y es el del tigre. Las rayas en la piel son los puñales que tanto admiró. Algunas personas han considerado a los tigres de Borges, simbólicamente, como las garrasde sus familiares, honorables y heroicos militares por parte de ambos padres.
William Blake y Rubén Darío, poetas que Borges admiró, trataron el mismo tema. En “Estival” el nicaragüense se refiere a un felino sensual de canibalismo escondido. Con Blake, es el tigre de la ira, el origen del mal, muy presente en nuestro escritor. En el poema de Borges es una búsqueda sin nombres, ni pasado, ni porvenir, sólo el instante trenzado en el laberinto de los sueños y la belleza. Entre los anaqueles de la biblioteca, el tigre cumple lentamente su rutina de amor, ocio y muerte.
En entrevista Borges dice que el tigre es un símbolo de terrible elegancia unida a la idea de la belleza con la crueldad atribuida, pero, en el fondo, comenta, pensaba que no era más feroz que otros animales, pues era un atributo adjudicado como al zorro la astucia.
“Un tercer tigre buscamos…”, nos dice el poema, y con éste Borges completa su trilogía de tragedias: el amor frustrado, el no ser valiente, según él, como sus ancestros, y la pérdida de la vista. “Pienso en un tigre…”, soñaba con ese animal, sensual y mortífero. Sin embargo, cuando veo sus fotos de juventud, nosotros que crecimos en los burdeles, que caímos en cárceles a temprana edad, que nos arrastramos por los juncos de los ríos a la luz de la luna, enlodados, pero felices por haber salvado la vida, vemos a un buen muchacho, un hombre de buena familia, inocente para ese cocodrilo feroz que es el amor… perotambién a un hombre brillante y culto. Y como la vida tiene sus vueltas, con la vejez, le brotaron cuchillos en la lengua, manejados con tal maestría que cuando expresaba ciertos temas, o refería a escritores y políticos, en palabras llanas, ¡los cortaba de tajo!, pero lo hacía con humor, con una ironía de la que sólo él era capaz. Y eso, señores, requiere valentía.
La ceguera le fue iluminando los versos que creaba de memoria. Personalmente me quedo con los poemas de cuando el extravío visual era total. Poco a poco un viejo bardo fue emergiendo con “El otro tigre”, “Los espejos”, “Poema de los dones”, “Ajedrez”, “Borges y yo”, con esa personalidad en el laberinto de los sueños. Quizá la verdadera tragedia fue no poder volver a leer un libro. Recordemos que su idea del paraíso era una biblioteca.
De las tres tragedias mencionadas, que él nunca consideró como tales, la vida se encargó de regresarle los dones, de devolverle con la ceguera la luminosidad en su mente y su pluma, la valentía con un discurso filoso y el amor en la figura de María Kodama, compañera hasta el final de sus días.
Agrego algo que siempre le he admirado: nunca se creyó ser un gran escritor y por eso no se avinagró. Mantuvo su ironía hacia la vida y una crítica fuerte hacia su persona, hacia los otros y, sobre todo, a sus versos. Por eso se conservó lozano, fresco, creando una literatura adelantada para su época.
Para concluir, como si en verdad se pudiera hacerlo con Borges, ser laberíntico e infinito, rememoro los versos finales del poema:
Un tercer tigre buscaremos. Éste
será como los otros una forma
de mi sueño, un sistema de palabras
humanas y no el tigre vertebrado
que, más allá de las mitologías,
pisa la tierra. Bien lo sé, pero algo
me impone esta aventura indefinida,
insensata y antigua, y persevero
en buscar por el tiempo de la tarde
el otro tigre, el que no está en el verso.