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EL LABERINTO DE LA SOLEDAD

EL LABERINTO DE LA SOLEDAD
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Roberto Chanona

Siempre es un gusto que en el natalicio de Octavio Paz (31 de marzo) se acuerden de su existencia y se vea por aquí y allá sus fotografías. Lo que no acabo de entender es por qué, si él tiene una obra de suma importancia para los mexicanos, para entendernos un poco más, para vernos como en un espejo, nuestras carencias y defectos, y posiblemente virtudes, siga siendo una obra desconocida.

Digo esto porque durante años me he encargado de hacer mi encuesta con quienes convivo acerca de si al menos conocen el libro. El resultado es que la mayoría no sabe de su existencia y mucho menos lo ha leído.

A mi juicio, El laberinto de la soledad debería ser material de lectura obligatoria desde secundaria, para que los jóvenes vayan entendiendo por qué se comportan de tal manera y esa orfandad que los acompaña. Hasta en una frase cotidiana podemos encontrar esta orfandad en nosotros, cuando nos dicen “Ya ni madre tienes…” Si nos detenemos un poco, si analizamos el fondo, nos daremos cuenta de que nos están diciendo: “Padre nunca tuviste”, y ahora tampoco mamá.

Antes de seguir me gustaría comentar que el filósofo Samuel Ramos (1897) hizo el primer psicoanálisis del mexicano y de él Octavio Paz abrevó sus reflexiones. Originario de Michoacán, fue el director de la Facultad de Filosofía de la UNAM. Sus textos acerca de la identidad y la psicología de los nacionales son de suma importancia. Así leí por primera vez acerca del famoso peladito, encarnado perfectamente por Cantinflas en la película Ahí está el detalle. Su obra más relevante es El perfil del hombre y la cultura en México, publicada en 1934, en la cual analiza la personalidad nacional, pretendiendo explicar ese sentimiento de inferioridad del mexicano que se esconde tras múltiples máscaras.

Por eso no es casualidad que El Santo (el enmascarado de plata), Blue Demon y una infinidad de luchadores sean los héroes con quienes se identifica la raza. Tras la máscara escondemos el rostro, el del vacío, la orfandad, la negación del ser, hasta que ya no aguantamos y nos empedamos y como un cohete ¡estallamos! La fiesta, señores, es donde bailamos, reímos y nos olvidamos de nosotros mismos, hasta que llega la tragedia.

Otra persona que también trató el tema es Juan Rulfo en la novela Pedro Páramo, publicada en 1955, cinco años después de El laberinto de la soledad. Habla precisamente de esa orfandad. Un hombre va a buscar a su padre al pueblo de Comala sólo para encontrarse con la noticia de que ahí todos eran hijos de Pedro Páramo, quien estaba muerto. La muerte y la orfandad son dos palabras que llevamos los mexicanos en el alma.

Regresando a nuestro libro en cuestión, el capítulo “Los hijos de la Malinche” analiza nuestra relación con esa mujer que se fue con los españoles y supuestamente traicionó a su pueblo. Es entonces nuestra madre, casi quien se entregó a Cortés y con él tuvo un hijo, un huérfano. Ella es “vendida”, pero nuestro padre no es él, porque nunca se casaron. Así nace el conflicto, la violencia inconsciente contra las mujeres; ahí aparece el machismo mexicano que tanto daño nos ha hecho, la violencia que en la mayoría de casos termina en la intimidad del cuarto, el hombre arrodillado y llorando, pidiendo perdón a su mujer después de haberla madreado.

Entonces, ¿cómo es posible que pasemos por alto este libro que debería ser de cabecera, espejo para vernos y entender muchos de nuestros conflictos y, sobre todo, ese sentimiento de inferioridad por haber sido conquistados? Lo más cruel es su falsedad, porque si enseñaran a leer correctamente a Bernal Díaz del Castillo nos daríamos cuenta de que siempre madrearon a los españoles y que, sin la ayuda de los tlaxcaltecas, jamás hubieran podido derrotar a los aztecas. Los verdaderos conquistadores fueron los de Tlaxcala, que habían luchado años contra los mexicas, guerra recrudecida después de la muerte del hijo de Moctezuma en manos de los tlaxcaltecas. El verdadero estratega militar de la conquista, a mi juicio, fue Xicohténcatl, el viejo, porque logró ver que solo no podía derrotar a los aztecas y entonces se alió a Cortés, un hombre con las armas de la Edad Media, para lograr la hazaña.

Así pues, podríamos seguir escribiendo páginas acerca de esta pequeña gran obra de Octavio Paz. Y digo pequeña, porque es un libro de no más de cien páginas, pero con un valor inestimable, que debería estar en las casas de los mexicanos, pero no en la sala de adorno, sino en la cabeza de cada uno para crecer y florecer como nuestros antepasados, porque nosotros, mis queridos amigos, somos un pueblo verdaderamente chingón.

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