
Alejandro Flores Cancino
Morena nació del hartazgo. Creció gracias a la desilusión acumulada durante décadas de gobiernos corruptos, insensibles y serviles a intereses que poco tenían que ver con el bienestar del pueblo. Se consolidó como la gran alternativa para aquellos que veían en Andrés Manuel López Obrador la única opción para romper con el pasado.
Entre los que apostaron por la Cuarta Transformación estaban las madres buscadoras, quienes confiaban en que, con AMLO, la indolencia gubernamental ante la crisis de desapariciones sería cosa del pasado. Lo apoyaron los que creyeron en su promesa de acabar con la corrupción, los que estaban convencidos de que Morena no era lo mismo que el PRIAN.
Pero hoy, después de casi seis años en el poder, la realidad es otra. Morena no solo usó a los mismos personajes de siempre para alcanzar sus objetivos, sino que los arropó con total descaro. Gobernadores, legisladores y operadores políticos que antes eran sinónimo de corrupción y cinismo hoy son parte de la estructura de un partido que juró ser distinto.
El discurso anticorrupción quedó en el olvido. La transparencia fue sacrificada con la desaparición de instituciones que garantizaban el acceso a la información pública. El clientelismo electoral se consolidó con una estructura de programas sociales que, aunque necesarios, hoy son usados como moneda de cambio para asegurar votos.
Y así, Morena arrasa en las elecciones. No porque sus gobiernos sean perfectos, sino porque su maquinaria electoral se alimenta de la necesidad y la esperanza de los más vulnerables. El partido que prometió cambiar la historia, hoy la repite con otros colores.
El hartazgo que llevó a Morena al poder sigue ahí. Solo que, esta vez, la decepción tiene un nuevo rostro.