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El Guasón / A Estribor

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Juan Carlos Cal y Mayor

Qué lejos estamos de aquella serie de  principios de los 70’s y que fueron como otras tantas la delicia de los niños de mi generación. Una lógica simplona, cándida, inocente y de humor blanquecino se regodeaba en personajes a los que admirábamos como nuestros superhéroes siempre enfrentando a los villanos que más que temor causaban también simpatía. Era el bien contra el mal, pero los malos siempre perdían. Un mundo bipolar donde los malos no eran tan malos ni tampoco tan odiados.

Eso tiempos quedaron atrás. El cine de hoy refleja a una sociedad inmersa en la violencia donde la realidad se impone con fiera crudeza. Es el caso de El Guasón. Un filme que hará historia con una de las actuaciones más conmovedoras y cruentas que se hayan visto en pantalla. Un drama que refleja la descomposición social en las urbes, la deshumanización, la desigualdad y nos aleja de ese mundo color de rosa ajeno a los insanos deseos de personas perturbadas que violentan la armonía colectiva. Es esa otra realidad que nos negamos a reconocer pero que irrumpe violentamente y nos invita a la reflexión.

Arthur Fleck, el personaje que interpreta magistralmente Phoenix para El Guasón, se va aislando en la soledad y la paranoia de una sociedad que lo agrede  de principio a fin. Su historia no es la mejor, a pesar de que trata de sobrevivir, agradar y sonreír. Su sonrisa se torna dramática, diabólica. El payaso ajusticia a quienes lo pisotean. El ajusticiamiento se vuelve reivindicación y rebeldía. El mal se justifica.

La película llega a México en un momento de cambio y ajustes sociales con una pretendida nueva forma de gobernar que apuesta a no reprimir ni someter renunciado al uso de la fuerza para imponer el orden. Las manifestaciones por justas que sean terminan por lesionar los derechos de terceros en detrimento de la gobernabilidad. Pero es tiempo de hacerse justicia. La izquierda abanderó todas las causas para llegar al poder. Hoy el gobierno está moralmente discapacitado para reprender. Los oprimidos se asumen empoderados. La oclocracia desafía al orden establecido. Las instituciones estorban.
Así sucedió en los inicios de la independencia cuando Hidalgo liberó a los presos y sumó una turba de miles que se dedicaron a la rapiña, la violación, los asesinatos y el saqueo. Un movimiento que se salió de control y confrontó a los conspiradores que no deseaban sino un México libre del yugo español. Hidalgo enloqueció. Ordenó masacrar a niños y mujeres en la alhóndiga de granaditas. Ejecutó a 600 españoles en Guadalajara mientras se ofrecía un Te Deum con él sentado en un trono autonombrado su Alteza Serenísima. Pero la locura llegó a su fin. Un año después, y en sus cuatro esquinas, la Alhóndiga lucía las cabezas de los líderes del movimiento insurgente. Zapata y Villa que encarnaban la revuelta de los depauperados, corrieron la misma suerte. Adolfo Hitler se suicidó en el bunker de Berlín junto a sus sueños de grandeza.

Hoy se discute desde el poder el camino a seguir. ¿Cómo encausar la justicia sin que se pierda en el camino la manifiesta intención de una sociedad más justa y con igualdad de oportunidades?, ¿cómo hacer llegar a esos guasones en potencia ese sentir reivindicatorio? Quizás en eso radica la esperanza de muchos que genuinamente desean un futuro mejor. La gran disyuntiva que enfrenta la llamada 4tT es cómo hacerlo. El presidente hoy encarna ese sentimiento, no alcanza aún a discernir si lo que quieren es justicia o venganza, reconciliación o polarización.

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