Carlos Román García
Tiene más de 50 años, su corteza muestra heridas, pero su tronco es fuerte, sus ramas se abren al cielo como pensamientos puros; a su lado corre un arroyo y hay cerca un pozo ciego desde donde se puede predicar para nadie. A media cuadra hay una cantina donde la parroquia es alegre y humilde, un vecino es muy bueno para el pleito y otro vive acostado en la hamaca, sigue la casa del compadre Moco y luego una torre moderna de teletransmisiones. Mi negra presidirá la escena desde su jardín, viendo crecer los mangos y las papausas, los jocotes y los tamarindos. Abrirá la mañana con la voz de las palomas y los loros, alimentados por el maíz de María, viento en la tarde, parvadas al crepúsculo, sonidos para siempre anclados en el oído más fino, el más incandescente. Qué otra paz, qué otro deseo, sólo la nada en las semillas de un árbol definitivo.