1. Home
  2. Columnas
  3. El grito de Independencia con cara de penitencia / Sarcasmo y café

El grito de Independencia con cara de penitencia / Sarcasmo y café

El grito de Independencia con cara de penitencia / Sarcasmo y café
0

Corina Gutiérrez Wood

Aunque ya estamos a 18, y el eco del Grito apenas se desvanece en el aire fresco de la madrugada, este tipo de eventos siempre nos dejan buenos momentos para reír, esos que nadie planeó pero que las redes sociales no olvidan. Porque no importa si la presidenta lleva el morado de la penitencia católica o si los nombres históricos se vuelven un trabalenguas, siempre habrá alguien que confunda a los héroes con personajes de comedia, alcaldes que griten nombres al azar o drones que caigan del cielo justo cuando menos se espera.

Y por supuesto, como siempre, no pueden faltar los momentos cómicos, como el fallido intento de la gobernadora en Dolores Hidalgo de hacer sonar las campanas, lo cual se volvió viral en un abrir y cerrar de ojos. 

Esos deslices son el toque especial del festejo, el recordatorio de que la solemnidad mexicana también tiene su lado desordenado y divertido. Lo que hace al Grito algo entrañablemente humano.

Por un momento, pensé que estaba viendo una misa de Jueves Santo y no el Grito de Independencia. La escena era solemne, sí, pero no de esas que levantan el ánimo patrio, sino de las que te invitan a bajar la mirada y rezar un rosario.


Y si la solemnidad de su vestimenta ya nos daba la sensación de estar en un velorio de pueblo, pronto nos dimos cuenta que lo verdaderamente místico no era el color morado, sino la confusión histórica que se avecinaba.


Todo comenzaba, con el vestuario. Ahí la teníamos, la tía de todos ustedes, envuelta en un atuendo morado, el color oficial del movimiento feminista, aunque, a decir verdad, a mí me pareció más el color del luto en fechas cuaresmales. Una imagen que gritaba menos “¡Viva México!” y más “hoy es vigilia no hay carne ni música”.

El look completo parecía el de una monja de Semana Santa: austera, seria, y con una presencia que más que inspirar respeto, parecía decir “si no me vas a respetar, mejor vete”. 

Su rostro mostraba que no estaba para bromas. Ni para emociones. Ni para gritos. Era esa expresión típica cuando la abuela descubre que rompieron su figura de porcelana y nadie quiere confesarlo. No necesitaba levantar la voz; con solo una mirada ya sabías que estabas en problemas. No era solemnidad, sino la advertencia ancestral de la mamá, al descubrir una travesura, se quita la chancla, y nadie pregunta por qué. Solo corren.

Y justo cuando pensábamos que no podía ponerse más raro, llegó la reinterpretación histórica: en vez de nombrar a Josefa Ortiz de Domínguez, la presidenta optó por una versión más auténtica, más feminista, más confusa, Josefa Ortiz Téllez-Girón. Así, sin previo aviso, sin pie de página, sin permiso de la SEP.

Y no es que esté mal recordar su nombre de soltera, faltaba más, pero después de dos siglos con monumentos, avenidas, escuelas y hasta tortillas impresas con “Ortiz de Domínguez”, la movida sonó más a guion experimental que a acto de justicia histórica. Con ese tremendo atrevimiento, La Corregidora fue corregida.

¿El objetivo? Claramente simbólico. Un gesto para rescatar su identidad más allá del matrimonio, lo cual suena muy bien, pero a medio país le dio un microinfarto pensando que se les había olvidado estudiar ese nombre para el examen de historia de tercero de primaria. Y claro, las tías en Facebook ya estaban exigiendo la corrección de los libros de texto o que, mínimo, le pongan un pie de página a cada mujer independentista con sus nombres de soltera.

Mientras tanto, en el mismo balcón presidencial, haciéndose espacio entre las luces y la solemnidad, estaba él, el tío político. Alto, delgado, casi invisible. Más que una figura política, parecía una especie de espíritu ceremonial. Una aparición. Si Largo de la Familia Addams hubiera tenido un primo que estudió filosofía política, ahí lo teníamos.

No sabíamos si estaba ahí para acompañar, para vigilar o solo para cumplir con el protocolo. Todo en él gritaba “estoy aquí porque me toca, pero podría estar en un castillo oscuro haciendo rituales”. Incluso el viento le temía.

El Grito incluyó los típicos nombres de Hidalgo, Morelos, Allende, Guerrero, pero también a las mujeres, a los pueblos originarios, a las heroínas anónimas, y claro, a la recién renombrada Josefa Ortiz Téllez-Girón. ¿Emotivo? ¡Nah! ¿Confuso? Bastante. ¿Reescritura sutil de la historia para que encaje en la onda 4T? Sin duda.

Ahora bien, lo que no pasó, pero podría haber pasado, es más divertido aún. Imaginemos que la tía, en lugar de tanto formalismo, hubiera soltado un grito más honesto:

“¡Viva México!, pero en tono de ultimátum. Porque esa cara no decía ‘orgullo patrio’, decía ‘o hacen caso o esto se acaba’. ¡Viva la independencia!, pero al borde del grito de guerra, contra todos. ¡Viva Josefa Ortiz Téllez-Girón!, y te aprendes el nombre o te vas de la fiesta.”

Y ahí mismo, el tío político, en vez de aplaudir, simplemente asintió con una lentitud sobrenatural, como si hubiera entendido algo que el resto de los mortales no. Ni emoción, ni gestos patrióticos, solo una mirada vacía de esas que te hacen pensar que está esperando que alguien le lleve su café con leche.

Pero bueno, eso no pasó. Lo que sí tuvimos fue un Grito con sabor a retiro espiritual, sin mariachi enloquecido, sin presidentes brincando, sin corbatas tricolores ni emoción desbordada. Un Grito que no grita, sino que te recuerda que hay que portarse bien.

Y mientras la multitud esperaba fuegos artificiales y canciones de Vicente, lo que recibió fue una misa civil de austeridad moral. Un ritual sobrio, dirigido con rostro serio y voz tan forzada, como si la tía en cualquier momento fuera a anunciar que se suspende el Grito por culpa del pecado colectivo.

En resumen, más que un Grito de Independencia, fue una advertencia maternal al borde del castigo. Esa mirada que no celebra contigo, pero sí te juzga mientras decides si aplaudir o pedir perdón por existir.

Eso sí, si la independencia hubiera dependido de ese ánimo, Hidalgo estaría más preocupado por no romper las reglas del protocolo que por levantar la voz.

LEAVE YOUR COMMENT

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *