El éxito japonés de Cien años de soledad: Lecciones para entender la importancia de la edición de un libro
Karina Domínguez Domínguez
El asombro suscitado por la reciente popularidad de Gabriel García Márquez en Japón, tras la venta de trescientas mil copias de la nueva edición de Cien años de soledad, publicada en junio por la editorial Shinchosha Publishing, no puede considerarse un hecho fortuito o desconectado de las dinámicas que rigen el mundo editorial internacional. Esta casa editorial japonesa, ha conseguido en apenas dos meses igualar la cifra de ejemplares vendidos de tres ediciones anteriores de tapa dura a lo largo de más de cuatro décadas. Este éxito encuentra su explicación, a mi parecer, en tres aspectos fundamentales que guían la edición de una obra literaria.
Muchas editoriales cometen el error de pensar que la calidad de una obra literaria sustenta por sí misma el producto físico bajo el que termina convertida una edición, es decir el libro. Aunque en el caso de Cien años de soledad ese premisa se cumple, no deja de sorprender que Shinchosha decidió romper con esa creencia al tomar tres decisiones que han logrado que la novela sea un éxito de ventas en Japón, medio siglo después de ser publicada por primera vez en Argentina por la Editorial Sudamericana.
En primer lugar, la editorial apostó por contratar a Ryuto Miyake, uno de los ilustradores más importantes del mundo. La ilustración que enmarca la edición, combina elementos que resuenan en la estética japonesa, convertidos en personajes o elementos propios de la novela colombiana; a la vez que incorpora referencias visuales de las ilustraciones naturales que acompañaban a los viajeros del siglo XVIII. En segundo lugar, la editorial apostó por incluir en sus páginas una guía de lectura supervisada por Natsuki Ikezawa, poeta, novelista, ensayista y traductor japonés, quien orienta a los lectores a través del aislado y mágico Macondo, y la intrincada genealogía de los Buendía. Y en tercer lugar, se debe a la elección del formato por el que la editorial japonesa ha optado: la edición de bolsillo. Un formato que en Japón logra que las personas adquieran con mayor facilidad el libro por su bajo costo, en esta ocasión de 1.375 yenes, es decir 8 dolares con 57 centavos, o 167 pesos mexicanos.
Desde mi trastocada y pequeña andadura en por el mundo de la edición, soy una fiel creyente de que cada obra literaria debe encarnar una identidad editorial única que, aunque se alinee con el concepto central de la editorial, no menoscabe ni opaque su propio potencial de resonar con el lector. Para mí, cada obra posee sus matices, sus características distintivas, y un modo de ser que no debe encorsetarse en colecciones editoriales despojadas de alma, que reducen los textos a un ejército uniforme de volúmenes con pastas duras y letras estandarizadas. Estas colecciones, en su afán de uniformidad, convierten a las obras en objetos impersonales, más dispuestos a atacar al lector que a invitarlo a un diálogo auténtico.
En un país con índices bajos de lectura, las editoriales tienen la oportunidad de transformar este panorama colaborando con ilustradores locales y adoptando formatos que honren la esencia de cada obra. Aunque la publicación de un libro ya es un triunfo significativo para cualquier autor, incluso los consagrados, el verdadero impacto se revela cuando la edición respeta y celebra la temática central de la obra de un nuevo artista, porque ante la falta de recursos para la difusión de las nuevas obras, las ediciones competentes pueden representar un significativo impulso a la visibilización de las y los nuevos escritores.
No es necesario contar con vastos recursos como el de una editorial japonesa para intentarlo; en México, existen editoriales que, desde la artesanía y una propuesta íntima y genuina, están creando libros que, con el tiempo, estoy segura serán valorados con mayor profundidad por los lectores.
Karina Domínguez Domínguez, maestra en Ciencias Sociales y humanísticas, investigadora de la literatura y editora.