Juan Carlos Cal y Mayor
Durante siglos, el 12 de octubre se celebró como el Día del Descubrimiento de América. Y con razón. No porque antes no existieran pueblos o civilizaciones en este continente, sino porque ninguno de ellos sabía de la existencia del resto del mundo. La palabra “descubrimiento” no niega la existencia previa, sino que nombra el momento en que algo se integra al conocimiento del resto de la humanidad.
MÁS ALLÁ DE LAS COLUMNAS DE HÉRCULES
En la cartografía del siglo XV, el mapa del mundo terminaba en las Columnas de Hércules, ese estrecho de Gibraltar que separa Europa de África y que durante siglos marcó el límite del conocimiento humano. Los antiguos lo llamaban Non plus ultra —“nada más allá”—, porque más allá solo había el mar tenebroso y el abismo del misterio. Fue hasta que Colón, con audacia renacentista, se atrevió a cruzarlas que la humanidad desafió su propio horizonte. Y al hacerlo, cambió el curso de la historia.
EL VIAJE QUE UNIÓ AL MUNDO
Colón no buscaba un nuevo mundo, sino una ruta más corta hacia las islas de las especias. Su viaje fue una proeza científica y náutica: guiado por el astrolabio y la brújula, impulsado por la fe en la razón y por la convicción de que la Tierra era redonda. Al atravesar el Atlántico, no descubrió un continente vacío, sino que reveló al resto de la humanidad su existencia.
Aquella hazaña abrió una era de exploración que culminaría con la circunnavegación del planeta, encabezada por Fernando de Magallanes y completada por Juan Sebastián Elcano en 1522. Esa expedición, iniciada bajo bandera española, fue la primera en dar la vuelta al mundo y demostrar físicamente la redondez de la Tierra, uniendo definitivamente todos los continentes y océanos en un solo mapa. Colón había abierto la puerta; Magallanes y Elcano confirmaron que, tras ella, la humanidad era una sola.
DOS MUNDOS QUE SE RECONOCEN
En cambio, las civilizaciones mesoamericanas —tan avanzadas en lo espiritual como aisladas en lo técnico— vivían de espaldas al resto de la humanidad. No conocían el hierro ni la rueda, ni tenían noción de los pueblos que habitaban otros continentes. Su desarrollo correspondía todavía al neolítico, mientras en Europa se forjaban cañones, se imprimían libros y se trazaban rutas hacia África y Oriente.
Por eso, cuando los españoles llegaron, los mexicas creyeron ver en ellos el regreso de Quetzalcóatl, el dios blanco de la leyenda. Los recibieron con asombro y respeto, hasta que la violencia de Pedro de Alvarado, no de Cortés, desató el conflicto. A partir de ese instante —tan trágico como fundacional— dos mundos se reconocieron y la humanidad se reencontró consigo misma.
AMÉRICA Y LA HUMANIDAD
Aquel 12 de octubre, América se incorporó al conocimiento del resto de la humanidad. Por primera vez, el mapa del planeta fue completo; los océanos dejaron de dividir y empezaron a unir. No fue un mito ni una conquista unilateral, sino el acontecimiento que transformó la historia universal y dio origen a la civilización moderna.
Desde entonces, América dio al mundo tanto como recibió. De aquí partieron el maíz, el cacao, la papa, el tomate, el chile y el tabaco, que transformaron la alimentación y la economía del planeta. Y desde Europa llegaron el caballo, el trigo, el olivo, la vid, las leyes, las universidades y la imprenta. Fue un intercambio humano, biológico y cultural sin precedentes, el primer acto de verdadera globalización.
LA FECHA QUE SE QUIERE OLVIDAR
Con el tiempo, las palabras cambiaron: se pasó del “Descubrimiento” al “Día de la Raza”, y luego al “Encuentro de Dos Mundos”. Hoy, en México, ni siquiera se celebra. El 12 de octubre se esfumó de los calendarios, borrado por la confusión ideológica y la culpa mal entendida.
Pero lo cierto es que aquel día sí fue un descubrimiento, y negarlo es negar nuestra propia existencia histórica. Fue el momento en que la humanidad, dividida por mares y siglos de ignorancia mutua, se descubrió a sí misma entera y consciente de su destino compartido.
LOS 500 AÑOS DE NUESTRA HISTORIA
La gran pregunta ahora es si el gobierno de Chiapas celebrará el 500 aniversario de la fundación de Chiapa de Corzo y San Cristóbal de Las Casas, o si, fiel a la moda revisionista, preferirá ignorarlo. Porque la retórica contra la Corona, el derribo de la estatua de Diego de Mazariegos y esa absurda exigencia de que “los españoles pidan perdón” anticipan que será un día sin pena ni gloria.
Pero los ciudadanos conscientes sí vamos a festejarlo, porque esos 500 años no marcan una invasión, sino el inicio de nuestra historia compartida, el nacimiento del mestizaje, de nuestras ciudades, de nuestra lengua y de todo lo que hoy nos define.
Porque quien reniega de su origen, termina sin historia que celebrar.