Guillermo Ochoa-Montalvo
Querida Ana Karen, te confesaré algo muy vergonzoso de hace 56 años cuando yo estudiaba la preparatoria. Silvia era mi compañera de aula. Siempre se sentaba a mi lado; compartíamos tareas, charlas y paseos por los alrededores de la escuela. Frecuentaba su casa para realizar trabajo con la hospitalidad de su padre, un médico prestigiado y su madre, una espléndida dama y profesionista. Yo sabía que le agradaba. Silvia, esperaba una señal que le hiciera saberse diferente a todas las chicas del salón y sentirse tratada de manera especial por mí.
Ella sólo esperaba algún detalle amable: una flor, un chocolate o al menos una palabra tierna. A cambio de ello, una tarde llegué con una bolsa de confeti y se la vacié sobre la cabeza. Las carcajadas de los compañeros y sus chascarrillos en los pasillos y la cafetería resonaron como una bomba. La vergüenza y la desilusión que ella sintió le dolió en el alma. Lloró silenciosamente con es profundo sentimiento que no sabes si tragártelo o gritarlo. Ofelia la abrazó y la acompañó a votar en el baño mientras los demás hacían sorna de aquella escena.
Me sentí el hombre más vil y cruel de este mundo; pero ya no podía remediarlo. El mal ya estaba hecho, y cargué con ese remordimiento toda mi vida hasta el día de hoy.
Su madre me llamó para preguntarme si yo sabía el motivo de la depresión de Silvia porque no comía, se la pasaba encerrada en su recámara sin querer hablar con nadie. Su madre la escuchaba sollozar segura de que algo le había sucedido. Por teléfono, le expliqué mi estupidez y ella, dijo: <<pero no es para tanto, fue una broma>>, tratando de disculparme por el afecto que me tenían. Nunca imaginé las consecuencias de mi estupidez. Pidió el cambio de turno en la preparatoria y no la volvía ver más. Había perdido a mi mejor amiga.
Esa “inocente travesura” se llama bullying; es detestable y tan censurable como un crimen con terribles consecuencias que ni siquiera imaginamos. Mi compañera perdió la seguridad en sí misma; afectó su autoestima y yo perdí su confianza. Nunca me lo perdoné.
En la actualidad, el bullying cunde en las escuelas y muchas veces con la complacencia de padres de familia y maestros. Algunas escuelas han puesto limites severos para crear escuelas libres de acoso y eso es loable.
El bullying escolar es el acoso deliberado, con una gran carga de violencia, perversidad, crueldad e irresponsabilidad que ejercen los alumnos con sus compañeros.
Es violencia verbal, son golpes, contacto físico no consensuado; exclusión social, burlas, insultos, comentarios sexuales inapropiados y provocaciones; discriminación por pobreza, por ser hijos de divorciados; por origen étnico y hasta la forma de hablar. Discriminación, agresión y violencia que se conjugan en todas sus manifestaciones.
Los acosadores ven en el bullying algo gracioso sin medir las consecuencias psicológicas, físicas, mentales, anímicas que provocan entre sus víctimas. Los estudiantes quienes sufren de estos acosos se enfrentan ante el dilema de guardar silencio o denunciarlo. El silencio es tolerar, sufrir y consentir; la denuncia provoca burlas: “eres un marica, rajón”, le gritan los acosadores.
Un chico o chica acosada, siempre está en desventaja y pocas veces pueden defenderse de forma efectiva. Se les observa débiles, silenciosos, con pocos amigos, solitarios, poco populares y se les desprecia.
El bullying se extiende a las redes sociales y se manifiesta de forma física, emocional, verbal y sexual. Lo vemos en series de televisión, en películas y muchos lo encuentran gracioso.
No son pocos los estudiantes que experimentan en algún momento un comportamiento de intimidación o acoso escolar, ya sea porque estén intimidando a otros niños, estén siendo acosados y/o sean testigos de la intimidación de otros. Tanto los niños como las niñas pueden ser acosadores.
La intención del bullying lastimar; es expresar palabras desagradables o agresivas cuya intención sea humillar, amenazar o intimidar al otro. Se incluyen burlas, insultos, comentarios sexuales inapropiados, provocaciones.
Los acosadores, por lo general, son chicos con problemas familiares, faltos de afecto; nihilistas, prepotentes, chicos con afectaciones psicológicas quienes descargan su violencia en otros. El bullying se presenta lo mismo en algún colegio costoso que en una escuela de barrio. No distingue edades, sexo ni condición económica.
Las consecuencias más notorias en una víctima de bullying son la disminución del rendimiento escolar; baja autoestima, actitudes pasivas, trastornos emocionales, problemas psicosomáticos, depresión, ansiedad y pensamientos suicidas. Pierden el interés por sus estudios bajando sus promedios o reprobando materias; suelen aparecer trastornos fóbicos, sentimientos de culpabilidad, alteraciones de la conducta como: intromisión, introversión, timidez, aislamiento social y soledad.
Derivan en problemas en las relaciones sociales y familiares, baja satisfacción familiar, baja responsabilidad, actividad y eficacia, síndrome de estrés postraumático; rechazo a la escuela, manifestaciones neuróticas y de ira, faltas de asistencia a la escuela e incluso abandono de los estudios. En casos extremos, el acoso escolar ha conducido al suicidio. A ello, se añaden los efectos para la salud física, mental y emocional del individuo que pueden llegar a ser crónicas.
Un acosador puede llegar a ser un delincuente. Lo más lamentable es que los acosadores gocen de la aceptación y admiración de sus compañeros con lo cual su poder y vanidad crece. Al final, el acosador sufrirá las consecuencias del mismo daño que provoca y termina pagando por ellas. Sus actitudes prepotentes, soberbias, arrogantes, violentas, irritables, intolerantes e impulsivas le acompañarán todo su vida provocándole problemas en su ida familiar, laborar y social. Tarde o temprano, el acosador paga caro por sus conductas.
Un estudioso del bullying comenta: “Las consecuencias para la masa silenciosa, los chicos y chicas que mantienen una actitud condescendiente con el acoso y pasiva ante el sufrimiento ajeno, no son tan evidentes. Sin embargo, pueden provocar en los sujetos pasivos la sensación o convencimiento de que no se puede o que es mejor no hacer nada frente a la injusticia, dando como resultado al afianzamiento de una personalidad temerosa, donde valores como el esfuerzo, la tolerancia o el afán de superación brillen por su ausencia.
Ana Karen, no hay bromas inocentes ni pesadas; todos pueden tener efectos lamentables; educar a nuestros hijos en el respeto a los demás es algo fundamental en una sociedad donde parece haberse perdido el timón de las conducta de convivencia sana y respetuosa basada en valores humanos. Brindar confianza a los hijos sin juzgar; conversar con ellos sobre las cosas cotidianas de su escuela; conocer a sus compañeros y el tipo de relacionarse con ellos, es una forma sana de prevenir daños mayores.
Como sea Ana Karen, debemos fomentar la práctica de escuelas libres de acosos con la participación decidida de maestros, padres de familia, alumnos y personal administrativo porque una escuela sin acosos es una cuestión de amor.