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Efectos secundarios / Galimatías

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Ernesto Gómez Pananá

El ingreso.
Año 1985. Mes de Mayo, tal vez junio. En Tuxtla básicamente existían tres opciones para estudiar la secundaria, el ICACH, para quienes vivían del lado oriente; el Colegio La Salle, para los hijos de familias adineradas; y “La López”, la secundaria federal López Mateos, la otra gran opción de escuela pública en la ciudad. Para el ICACH y para “La López” había que presentar examen de admisión. Recuerdo nítidamente el día en que me tocó rendirlo: los lápices -del número dos, por supuesto- perfectamente afilados, el estómago con esa sensación de vacío; el borrador y el sacapuntas listos para la entrada a pits, y las manos y el sistema nervioso en pleno acelerados y expectantes por esta primera experiencia académica preadolescente. Algunos días después, el resultado: alumno de nuevo ingreso aceptado, número trece en la lista del primer grado grupo “b”.

Los primeros días.
Águila, Teto, Barracuda, Charro, o Charrito, La Chilitos, Chimbombo, Chanona, Chío, Chema, Charito, Jorge -Geoide II- Maricruz, Bobby, Ranilla, Mandujano, Nuricumbo, Moguel, Óscar, Geoide, Condorito, Sammy, Mayelo, Nico, Javier y Javier, Ramón, Teto, Maritza, Luis, Susy. Éramos cincuenta en el salón. Seis salones de cincuenta estudiantes en cada grado y cada turno. Hoy lo pienso y me espanto de imaginar lo desquiciante que pudo resultar ese volumen de alumnos para tres prefectos. Novecientos adolescentes por turno. Una Torre de Babel en la que poco a poco nos aprendimos los nombres, los apellidos y por supuesto los apodos que aún hoy persisten.

Al paso de los primeros días, los extraños y extrañas comenzamos a conocernos: la estudiosa, el futbolero, el desmadroso. La guapa. Juntos todos formando una comunidad de convivencia cotidiana durante tres años.

La estatura.
Era claro, Charro era el más chaparro del salón -también el más ocurrente-. Yo no era ocurrente pero en términos de estatura era más alto que Charro, que todos en el salón y, porqué no, que toda la secundaria. Eso dió pie a una de las más divertidas travesuras de esa época: gracias a la dirección escénica de Luis Micelli, El Charrito se montaba en mis hombros y rodeados de toda la palomilla recorríamos el pasillo común a los seis salones, el A, el B, el C. Así hasta el F y de regreso. Por encima del muro de los salones, un ventanal topaba el techo, una especie de claro de de aire y luz por el que Charro se asomaba simulando una estatura de casi tres metros y sobre los hombros de quien escribe, caminaba cadencioso y adusto. Ya cuando tuvimos dominado el truco, incluso lo perfeccionamos, haciendo que El Charro no solo caminara a esas alturas, también logramos que nadara de espaldas de ida y vuelta a lo largo de aquel iniciático pasillo.

El veinte.
Javier era una combinación afortunada. Por un lado un tipo que se divertía en la escuela, y por el otro, un buen estudiante. Un poco nervioso y aprehensivo a veces, pero generalmente con buenos resultados académicos.

Una ocasión, tocaba examen de historia y Samuel pintaba para reprobar un bimestre más. Una situación crítica que lo ponía al borde de la expulsión.

En secreto, Samuel acordó on Javier una solución milagrosa: se sentarían en sitios estratégicamente contiguos, Javier contestaría en tiempo récord su propio examen y en seguida Samuel le entregaría el propio aún sin contestar para que Javier lo respondiera exitosamente en su lugar. Primavera perfecta que terminó en tormenta: arrastrado por los nervios de otras veces, Javier respondió ambos exámenes con nota perfecta pero con un pequeño error. En ambos exámenes escribió el nombre de Samuel, por lo que al momento de calificar, el profesor Gabriel Marín observó primero con sorpresa y después con desconcierto que Samuel no solo sacaba un inesperado diez perfecto, sino que no bastando con esa asombroso resultado, se anotaba otra nota impecable pues habían dos exámenes con su nombre. Veinte puntos para Samuel. De Javier por obvias razones no hubo examen para calificar. Cero puntos.

Ese periodo los dos resultaron reprobados en historia. Ambos aprendieron la lección.

La maravilla de la vida, es que, al tiempo, uno se da cuenta de que lo mejor de esos tiempos, son sus efectos secundarios. Larga vida bandita de Tercero B. Bola de Abejaburros.

Próxima semana una segunda entrega con recuerdos de esta etapa aborrescente.

Oximoronas 1. Y en este clima surreal resulta entonces que lo importante es que los cadáveres que aparecen no son de quien se rumora que son. Sigue lloviendo en Chiapas.

Oximoronas 2. Dejemos de lado si la reforma judicial es positiva o “reversiva”. A mi lo que me aterra es que el insigne señor Velasco sea uno de los “operadores” encargados de conseguir el voto faltante para alcanzar la mayoría. Gente -políticos triple “p”, patéticos, perversos, perniciosos-, que lo único que merecerían son la cárcel -y el olvido-.

Oximoronas 3. Mientras tanto, Maduro “decreta” el adelanto de la navidad, que en Venezuela, por su determinación, inicia en octubre. No cabe duda, el poder absoluto es perjudicial, hace creer que por decreto se puede reformar la constitución, la economía y hasta el calendario. Pobre Venezuela.

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