Por Adolfo Ruiseñor*
Ante la vorágine electoral que nos avasalla, una suerte de estrategia de cómo engañar lo más rápido posible a la audiencia, la clase política chiapaneca derrama generosos caudales de recursos que, imposible no pensarlo así, provienen de las arcas de las dependencias que aún ocupan los aspirantes de todo y ofrecedores de nada, esto mientras llega el plazo para renunciar y hacer usufructo personal de lo que posibilitó el embuste y el engaño.
Arrancó la temporada del carnaval electoral. El tendedero de las famas y prestigios y buenas artes, que se fabrican de la noche a la mañana para dar forma y consistencia a personalidades huecas, campea en todos los espacios de las redes sociales y en las bardas y calles de la ciudad, con la insultante exhibición de su derroche financiero. Total, la resaca la pagan otros, esos a los que dicen brindar representación.
Salvo honrosas excepciones que confirman la regla, nadie propone un plan concreto, una oferta discutible al debate. Es un desfile abusivo, irrefrenable, invasivo, de mercadotecnia e imágenes, frases insulsas, lemas estúpidos y sobadas muestras de incultura, que solamente exhiben la carencia de un proyecto específico de servicio y trabajo a favor de la comunidad. Simples e irrefrenables apetitos de ocupar un cargo de elección popular.
En México, ser integrante de la partidocracia y de la clase política, se ha vuelto la más eficaz forma para enriquecerse y acrecentar el patrimonio de manera rápida y en proporciones astronómicas, ello ante el patético escenario de una población permanentemente cautiva en la jaula del clientelismo electoral, esa que se engorda con la leva de los programas de asistencia social.
Migajas que caen de la mesa de yantar…
Por eso, ante tanta forma sin fondo, ante este paisaje sin profundidad de campo, ante el desfile de tantos falsos y prometedores refranes que habrán de desvanecerse luego de que la contienda concluya, llama sobremanera la atención que haya uno, dos o tres políticos chiapanecos marcando la excepción.
Ese es el caso de la precandidatura de Eduardo Ramírez Aguilar a la gubernatura del estado de Chiapas. Hombre de ideas y acciones, de proyectos concretos y contacto directo con los diferentes sectores sociales, que sabe escuchar y que entabla diálogo para motivar la participación ciudadana.
Por eso, y como se puede constatar, está abriendo convocatorias en los principales temas de una agenda de Gobierno, misma que habrá de aterrizar en un proyecto concreto, es decir en un Plan Estatal de Desarrollo. No es anticipación sino planeación, la visión prospectiva de quien se sabe ver en el espejo de los demás, esos sin los cuales nadie existe como decía Octavio Paz.
Temas claves como gobernanza y seguridad, economía y bienestar, infraestructura y desarrollo, comunicaciones y transportes, salud y bienestar, educación y cultura, migración y pueblos indígenas, así como la reorientación de los recursos públicos a prioridades estratégicas, se habrán de definir de manera abierta e inclusiva y con base en la consulta y el consenso, como se ha asegurado de subrayar el Senador Ramírez Aguilar.
No es de extrañarse, por eso mismo, que ahora su candidatura se vea respaldada por siete partidos en coalición: el propio Morena, PT, PVEM, PES, Partido Redes Sociales Progresistas, Chiapas Unido y Mover a Chiapas.
Saludable escenario ante tanta vacuidad. No olvidemos que una verdadera democracia se define y tiene sustento en la libre participación ciudadana. No ser ajeno a los asuntos de la plaza pública. Y sí, tender puentes, generar diálogo constructivo y fértil debate para acordar lo que queremos como sociedad.
Hablo de un oasis en medio de la planicie desértica de la falta de proyectos. No es poca cosa ante una nadería cuyo único móvil es mostrar el músculo del billete electoral…
Yo me apunto, por ahora, a educación, cultura y medio ambiente, mientras las imágenes y famas de los candidatos vacíos se desparraman impíamente en las redes sociales. ¿Y usted?
*Poeta, ensayista, periodista y traductor, reside en Tuxtla Gutiérrez.
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